LA GLORIA DE JESÚS AQUÍ Y EN EL CIELO
En un pasaje del Evangelio leemos que Jesús se lamenta diciendo:
«—¿Con quién voy a comparar a esta generación? Se parece a unos niños que se sientan en las plazas y les reprochan a sus compañeros:
—Hemos tocado para ustedes la flauta y no han bailado; hemos cantado lamentaciones y no han hecho duelo»
(Mt 11, 16-18).
Y estas palabras vienen a cuento, porque está clarísimo que en este tiempo de Cuaresma hay un tono predominante, que es el de la contrición, el de la penitencia y el de fomentar el dolor por los pecados propios, que son la única causa de la Pasión del Señor.
Es decir, que lo que toca ahora, en este tiempo, es cantar lamentaciones y hacer duelo.
Pero de repente, nos conseguimos con el Evangelio de hoy, que la verdad es que recoge un evento más bien glorioso, más bien alegre y de felicidad, hasta el punto de que san Pedro está tan feliz, y pronuncia aquella famosa expresión:
«Qué bien se está aquí; hagamos tres tiendas»
(Mc 9, 5-6).
Claramente se trata del episodio de la Transfiguración del Señor, que a simple vista puede desentonar con esto de las lamentaciones y con el duelo típico de la Cuaresma.
CRISTIANOS IMITADORES DE CRISTO
Pero yo me atrevería a enunciar tres motivos por los que la Iglesia quiere que escuchemos este Evangelio, precisamente ahora, en medio de la Cuaresma.
Un primer motivo, es un motivo sorprendentemente numérico. Se sabe que a los judíos, esto de los números, se les da muy bien. Y en este Evangelio hay un número que se repite, no explícitamente.
Como sabemos, en la Cuaresma el número central es el cuarenta. Y en pleno momento de la Transfiguración que leemos el día de hoy, aparecen dos personajes que tienen mucho que ver con este número.
Por una parte tenemos a Moisés, que representa a la Ley y que pasó cuarenta años en el desierto con el pueblo elegido, dando vueltas a ver si llegaban a la Tierra Prometida.
Luego tenemos a Elías, que representa a los profetas. Y él también pasó cuarenta días en el desierto hasta poder llegar al monte Horeb, donde fue testigo de una manifestación especial de Dios, de una Teofanía.
Y por supuesto, está Jesús, el Verbo encarnado al centro, que también pasó cuarenta días en el desierto antes de empezar su predicación del Reino de Dios.
Tenemos a Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, que viene a llevar a cumplimiento a su perfección la ley y los profetas. Y aquí tenemos a Moisés, que representa la ley, a Elías, que representa a los profetas, y todos tienen que ver con el número cuarenta.
Pues sí, es sorprendente, pero este primer motivo, aunque ya justificaría un poco el que éste Evangelio de la Transfiguración del Señor esté aquí, en la Cuaresma por la coincidencia del número cuarenta, la verdad es que hay mucho más.
Lo de hoy, nos recuerda que todo lo que hacemos los cristianos, ha de ser con la mente puesta en identificarnos con Cristo. Por algo nos llamamos cristianos, somos seguidores de Cristo, imitadores de Cristo.
Y estos días de Cuaresma, intentan ser efectivamente una preparación para poder acompañar a Jesús en su Pasión y en su Muerte. Eso que vamos a conmemorar dentro de pocos pocos días en la Semana Santa.
VACIARNOS DE NOSOTROS MISMOS
Los medios para conseguir esta identificación con Cristo son los de siempre: el ayuno, la oración, las limosnas. Aquí de lo que se trata, es de poner más esfuerzo en vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, para que en nuestros corazones haya más espacio, y puede entrar Cristo.
Tradicionalmente los cristianos intentamos en esta temporada vivir con mayor exigencia los Mandamientos de Dios. Siguiendo esa intención que bien resumía san Josemaría en aquel punto de Vía Crucis:
«Señor, que yo me decido a arrancar mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis miserias… Entonces, solo entonces, por el camino de la expiación y de la contemplación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de tu vida. Nos iremos pareciendo más y más a ti»
(Vía Crucis de san Josemaría, VI estación).
Y así, pues vemos que la Cuaresma es como una especie de entrenamiento intensivo. Nos vamos entrenando porque intentamos parecernos poco a poco, cada vez más a Cristo en la Cruz.
A través de estos medios de la penitencia, de la expiación, de la mortificación voluntaria; para que cuando llegue el momento de la prueba, para cuando lleguen las cruces que Dios quiera de verdad enviarnos, no las rechacemos, sino que tengamos más entrenamiento, más facilidad para identificarlas como lo que son: ocasiones para encontrarnos con Cristo que pasa también con su Cruz.
Creemos firmemente en la promesa del Cielo, y si morimos con Cristo, creemos también que viviremos con Él.
LA PROMESA DE LA GLORIA DEL CIELO
Y en medio de este tiempo de especial esfuerzo purificador, nos viene muy bien este Evangelio del día de hoy.
Éste es el segundo motivo, porque el Evangelio de hoy de la Transfiguración gloriosa nos recuerda la promesa de la gloria del Cielo. Y allí, contemplando a Dios cara a cara, podremos decir con san Pedro:
«—Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas».
Pero ahora habrá tres tiendas que van a durar para siempre, ¡para siempre! Nos recuerda esa consideración, que hemos escuchado también tantas veces, que la mortificación, la penitencia y los esfuerzos por negarnos a nosotros mismos, no son fines, al menos no son fines en sí mismos, sino que son mediospara alcanzar esa gloria junto a Cristo resucitado.
Es este deseo de unión con Cristo, con Jesús, lo que hace que todo valga la pena. Y claro, este episodio de la Transfiguración del Señor nos sirve como spoiler, nos sirve como adelanto.
Nos enseña que en lo que nos estamos esforzando ahora en la Cuaresma, vale totalmente la pena. Nos está dando un adelanto del Cielo y nos hace volver ahora a lo que toca ahora que se disipa la nube, volver a lo normal, pero ahora sí con mayor ilusión. Todo vale la pena.
LA ALEGRÍA DEL CIELO VALE LA PENA
Si Pedro, Santiago y Juan quedaron maravillados ante éste adelanto del Cielo en el Tabor, imagínate qué es lo que se habrán encontrado después en el Cielo definitivo….
Lo que ellos vieron en esa montaña, quedará después confirmado con las apariciones del Resucitado. Y todo esto les va a convencer de que, vale la pena incluso dar la vida por Cristo.
Pues también a nosotros, Cristianos del siglo XXI, que queremos seguir los pasos del Maestro, nos viene muy bien este Evangelio.
Es como si el episodio de hoy nos dijese: —¡Ánimo, sigue así! ¡Esfuérzate por unirte a la cruz de Jesús, porque todo valdrá la pena!
Si nos hemos descuidado en la lista de las mortificaciones acostumbradas, si empezamos la Cuaresma con los mejores propósitos, pero ya se nos han ido desdibujando, nos hemos ido despistando, le podemos pedir al Señor que este Evangelio nos renueve en una motivación: que todo este esfuerzo por vivir seriamente la Cuaresma, vale la pena.
Que la alegría del Cielo, vale la pena. Contemplar el rostro de Dios, definitivamente cara a cara, vale la pena.
Unirnos a Cristo en la muerte para gozar con Él de la resurrección, vale la pena. De nuevo, si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él.
Pero aquí hay un tercer motivo para el Evangelio del día de hoy, y tiene que ver también con lo anterior. Leemos también en la Liturgia del día de hoy:
«Y salió una voz de la nube que decía: —Este es mi Hijo, el amado: escúchenlo. Y de pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie: más que a Jesús, solo con ellos»
(Mc 9, 7-8).
JESÚS LO HACE POR AMOR A NOSOTROS
Estos discípulos ahora, después de haber presenciado la Gloria de Dios. Esa gloria que da una satisfacción, una paz (porque nuestro corazón está hecho para estar junto a Dios), pues ahora ven que todo ha desaparecido. No vieron a nadie más que a Jesús.
Después de presenciar esta Teofanía, esta manifestación de Dios, ahora tienen delante de sí a Jesús, que es el Hijo de Dios. Lo acaban de escuchar. Y ahora les va a asombrar considerar que toda esa gloria que acaban de presenciar, es la gloria a la que ha renunciado Jesús, por amor a nosotros, que somos unas pobres criaturas pecadoras.
Los discípulos ahora ven a un hombre normal, normalísimo, como ellos. Y por eso también este Evangelio nos viene muy bien en Cuaresma, porque nos recuerda toda la gloria a la que ha renunciado Jesús, la segunda persona del Dios Uno y Trino por amor a nosotros.
Si Dios está dispuesto a despojarse hasta de su gloria, innecesariamente, pero por amor a cada uno de nosotros, ¿a qué estamos dispuestos a renunciar nosotros por amor a Él? (…)
«Obras son amores y no buenas razones»
(1Jn 3, 18).
Aún estamos a tiempo de retomar el camino de la generosidad con Dios en esta Cuaresma.
Jesucristo nos da primero el ejemplo y nos eleva la mirada nuevamente al Cielo.
oda mortificación, todo sacrificio, toda penitencia, todo esfuerzo, si es por amor a Dios, vale totalmente la pena.