Cuando Jesús estaba cansado y quería tener un rato de distracción de todo lo que estaba haciendo, cuando quería descansar un rato, muchas veces se retiraba a las casas de sus amigos. Porque Jesús, como tú y como yo, tenía amigos. Y hay tres hermanos que son muy conocidos en el evangelio porque son los amigos de Jesús. Ellos se llamaban Marta, María y Lázaro.
El evangelio de la misa de hoy nos presenta a Jesús en casa de estos amigos. Como hemos hecho otras veces en estos diez minutos de oración, nos metemos ahora en ese evangelio como un personaje más. Y me gustaría proponerte que nos pongamos como uno de los amigos del Señor, uno de los amigos de Jesús.
Quizá te sientes como Marta, que quiere servir al Señor con todo lo que pueda darle, con su trabajo, con su atención, con su servicio. O quizá te sientes como María, la hermana de Marta, que quiere estar a los pies de Jesús, escuchando sus palabras sin perderse nada de lo que dice. O bien, nos podemos sentir como Lázaro, ese amigo del Señor que había muerto y que ahora estaba resucitado.
Vamos entonces a la casa de los amigos de Jesús y pongámonos como uno de ellos. O quizá, a mí me sirve esto y quizá a ti también te sirve, pongámonos tomando algo de cada uno de estos amigos.
NUESTRA AMISTAD CON DIOS
Hemos recibido, por ejemplo, un regalo del Señor como Lázaro, que había muerto y que luego resucitó. Todos los bautizados, todos, hemos recibido la gracia de Dios como un regalo maravilloso. Y ese regalo hizo nacer en nosotros un amor muy grande, un amor que se transforma en amistad.
En la homilía con la que inició su Pontificado, Benedicto XVI decía:
“Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”
(Homilía de S.S. Benedicto XVI, Plaza de San Pedro, domingo 24 de abril, 2005).
Y tú, ¿qué regalos ha recibido el Señor? Nos puede servir hacer una lista, aunque sea mental, de todos los regalos que hemos recibido del Señor. En primer lugar, para agradecérselos, para aprender a apreciar cada vez más su amistad y para darle a conocer a otras personas.
¿Qué he recibido yo del Señor? Mi vida, mi familia, mi vocación, las personas que me rodean y un largo etcétera… Incluso podemos darnos cuenta de que hay cosas que a veces parecen malas, pero que nos han ido ayudando a forjar nuestra personalidad, a hacernos como somos y eso puede ayudarnos a acercarnos al Señor.
CULTIVAR LA AMISTAD
Señor, te decimos ahora que te agradecemos todo eso, también esas cosas que a veces consideramos malas y queremos aprender a aprovechar cada gracia, cada regalo tuyo como una oportunidad de crecer en la amistad contigo.
Pero no quiero quedarme solo ahí, sino que ese darnos cuenta de las cosas que hemos recibido me permite cultivar una amistad contigo Señor, en la que hay un intercambio de sentimientos, un intercambio de ideas, de realidades. Para cultivar la amistad necesito ese intercambio, necesito hablar contigo, comunicarme contigo, contarte mis experiencias, como ahora que estoy haciendo este rato de oración.
El agradecimiento es un primer paso, pero necesito luego pasar tiempo junto contigo. Lázaro no solo agradeció a Jesús por el milagro de su resurrección, sino que estaría ahí hablando contigo, Señor, cultivando esa amistad.
Cultivar. Me parece muy bonito este verbo que se usa: cultivar la amistad. Ese verbo es llamativo. Es el mismo verbo que uno utiliza para un jardín, para un huerto. Cultivar. Las amistades hay que cultivarlas, trabajarlas… como un huerto, como un jardín. Hay un inicio, una siembra y luego se trabaja la tierra, se fertiliza, se cuida. Jesús, quiero cultivar esa amistad contigo, como lo hizo Lázaro.
ESCUCHAR A JESÚS
Pero no solo quiero tomar eso de Lázaro, sino también quiero tomar cosas de María. Quiero escuchar a Jesús como María, escuchar sus palabras, mirar sus gestos, contemplar su mirada.
Un amigo sacerdote me explicaba una vez cómo él creía que Jesús hablaba a sus seguidores, sobre todo considerando que eran miles los que le seguían y que en esa época no contaban con micrófonos ni con parlantes, como es lógico.
Aparte de buscar lugares con buena acústica, Jesús hablaba mucho con gestos, apoyando en gestos de las manos, de la cara, del cuerpo, lo que iba diciendo. De este modo, las personas que estaban muy lejos podían entender lo que Jesús estaba diciendo. Por eso, cuando Jesús hablaba, no solo era importante escucharlo, sino también mirarlo, como María, desde los pies de Jesús.
TENER PUESTA LA MIRADA
Escuchar, mirar, fijarse, no es nada fácil. En el mundo de hoy, ¿cuántos problemas se solucionarían si aprendiéramos a escuchar bien? ¿No te ha pasado que a veces tienes un dolor, una situación que te complica en tu corazón y se soluciona simplemente hablándola con alguien que te escucha de verdad?
Y en este rato de oración nos podemos preguntar si somos como María, que se fija en el Señor, que pone su mirada en el Señor, que se da cuenta de que está hablando con una persona que la quiere. Ella era consciente de que el Señor estaba ahí para ella, que todo lo que decía y que hacía Jesús tenía un significado para ella, que le mostraba su amor.
¿Busco esa compañía del Señor, intentando fijarme en lo que Él quiere decirme a mí, en lo que quiere transmitirme? O voy a la oración a hablar mucho sin preocuparme de lo que Dios necesita, lo que Dios quiere decirme personalmente.
Porque nos pasa a veces, que estamos demasiado pendientes en lo que queremos decirle al Señor y no nos damos cuenta de que también Él quiere hablarnos.
CARIÑO DE HIJO
Y, por último, también estamos llamados a ser como Marta. ¿Y qué podemos aprender de Marta? Marta servía al Señor con su trabajo, con su actividad. Cuando Jesús iba a la casa de su amigo, de sus amigos, de su amiga Marta, es porque ahí se sentía acogido, se sentía recibido, se encontraba a gusto.
Marta lo trataba bien. Quizás sabía cuáles eran sus comidas favoritas, lo dejaba dormir un poco más, lo atendía con cariño, como las mamás con sus hijos, cuando no los han visto por mucho tiempo…Tienen algún detalle, tienen esa flexibilidad para hacer algún desarreglo, para mostrar ese cariño a su hijo.
Lo mismo haría Marta con Jesús. Ella era una de las amigas de Jesús y Él iba con gusto a su casa porque se sentía acogido, se sentía querido.
¿Y cómo recibo yo a Jesús en mi casa, en mi corazón? Por ejemplo, pienso en el momento de la comunión, cuando voy a recibir a Jesús, cuando estoy con Él, ¿cómo lo recibo?
O cuando lo voy a ver, cuando voy a una iglesia, a una capilla, a un oratorio, el Señor, cuando está conmigo, ¿se siente en familia, se siente a gusto o está incómodo porque no me preocupo de los detalles?
PREPARAR EL CORAZÓN
Podemos pedirle al mismo Jesús que nos ayude a preparar el corazón para recibirlo, como Marta, para poder servirlo como Él quiere ser servido, para que el Señor se sienta muy cómodo en nuestro corazón.
¿Por qué? Porque le agradecemos lo que nos da, porque le contamos nuestras cosas, porque lo escuchamos, porque lo atendemos con cariño, porque es una amistad verdadera, porque en esa amistad hay un intercambio, hay una relación: nosotros le damos al Señor y Él nos da. Le damos cariño y Él nos da mucho más amor. Nosotros le damos nuestro tiempo y Él nos devuelve mucho más de lo que nosotros le damos.
Y le pedimos también a nuestra Madre del Cielo que nos ayude a recibir bien a Jesús en nuestro corazón. Ella es maestra de oración y es la mejor amiga de Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
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