TU Y YO
En esta tercera semana del Tiempo Pascual, la Iglesia con una infinita sabiduría, nos pone ante nuestros ojos el misterio de la Eucaristía.
Hemos celebrado la Resurrección del Señor, Jesús que entregó su vida en la Cruz por cada uno de nosotros, vive para siempre, para ya nunca más morir.
Y esa vida eterna y gloriosa de Cristo se nos va comunicando en esta vida terrenal nuestra, de tal manera que, a medida que nos acercamos más al Señor en la Eucaristía, nos acercamos más a Cristo en los sacramentos, en la oración y en la santificación de la vida ordinaria, ofreciéndole nuestro trabajo, nuestras alegrías, nuestras penas y la realidad cotidiana.
Esa vida eterna de Cristo es nuestra también. Nos vamos orientando de un modo cada vez más radical hacia la eternidad que nos espera. Para así ya pasar la muerte, pasar a gozar eternamente de Dios. ¡Qué grande es nuestra fe! ¡Qué maravilla vivir en cristiano! ¡Qué maravilla vivir la vida con Cristo!
Porque el Señor no nos espera solo al final, sino que nos acompaña a lo largo de todo el camino. Y de un modo muy maravilloso. Recibiéndolo uniéndonos a Él en la Eucaristía.
El texto de hoy es uno de los pasajes más impresionantes del Evangelio. Jesús promete en la sinagoga de Cafarnaúm dar a comer su carne.
Nunca nos cansaremos de meditar estas palabras de Cristo, y ojalá nunca pierdas el asombro frente a ellas.
Más aún, cada vez y a medida que pasa el tiempo y vas creciendo en vida espiritual, cada vez te sorprendes más, te maravillas más, hasta llegar a un cierto vértigo frente a este amor infinito, sin límites, a esta humildad extrema de Cristo.
Todo Jesús, vivo por amor a nosotros y oculto en los sagrarios de la Tierra.
COMER DE SU CARNE
«En aquel tiempo disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puedes darnos a comer su carne?»
Se escandalizan… ¿Cómo puede darnos a comer…? Y es una pregunta válida. Es una promesa que les resulta indescifrable a estos hombres que escucharon su discurso en Cafarnaún.
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: —En verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros».
Señor, queremos tener vida. La tuya, la auténtica vida, la Vida con mayúscula. La vida de Dios que ya está en Ti, y nos comunicas a través de este prodigio de amor.
Es tu presencia real en el Pan Eucarístico, que ya no es pan sino Tu.
La advertencia del Señor es clara: «el que no se alimenta de mí no tiene vida» (Cf.). ¿Cuánta gente que deja de ir a misa, no se confiesa o recibe a Cristo con el alma indignamente, sin la debida preparación, sobre todo a través del sacramento de la Confesión?
Todos somos pecadores, pero todos también tenemos ese acceso, al menos los católicos, para recibir el perdón y dejarnos abrazar por la misericordia de Dios.
Y entonces, con el alma limpia por Cristo nos acercamos a recibirle.
Que nunca te acerques a comulgar con la conciencia de que necesitas confesarte primero. No estoy hablando de escrúpulos de una persona con la conciencia enferma, que ve pecado por todos lados, no, sino que simplemente esto: conciencia clara de que tengo una falta grave.
Como por ejemplo, dejar de ir a misa un domingo simplemente por flojera, por comodidad o preferir otro plan.
Hemos ofendido gravemente al Señor porque es muy grande lo que se nos ofrece. Por eso es que la Iglesia ha enseñado que faltar a misa los domingos con culpa, es una falta grave, que nos priva de la gracia.
CONFESIÓN Y COMUNIÓN
Sea lo que sea, estos dos sacramentos, la Confesión y la Eucaristía están íntimamente relacionados. En uno, Jesús nos limpia y en el otro, nos alimenta con su propia vida.
«El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día».
No habla de que tendrá vida eterna, sino que ya tiene. Ya en el momento presente, una vida eterna, la nuestra, la de ahora, que tras la muerte comenzará a ser en plenitud.
«Yo lo resucitaré en el último día»… Qué maravillosa promesa esta que conlleva la Eucaristía, que es alimento de la Eucaristía. Poco a poco va dejándose sanar por Cristo.
La Eucaristía es un alimento que no solamente nutre, sino que también sana nuestras heridas. Y por eso es que es tan importante el momento de recibir al Señor, y darnos un tiempo de acción de gracias después de comulgar, ya terminada la Misa.
Hay que aprovechar estos minutos (serán diez), en que nos dejamos sanar. Señor, estas son mis heridas, quiero estar Contigo para que me cures. No las voy a ocultar, no las voy a vender. Son mis heridas que Tú conoces, pero yo necesito mostrarlas para que así juntos podamos mejorar. Que pueda yo mejorar con tu gracia, tu fuerza y amor.
Me encontré con un texto precioso, de un autor desconocido, que muestra cómo la piedad eucarística puede ser tan personal, profunda y tierna a la vez.
ESTAR JUNTOS TU Y YO
“Hay que tratar con ternura a Jesús, no como una cosa, sino como quien es: El amor que se derramó completamente por cada uno de nosotros en la Cruz. Un amor vibrante, lleno de ternura.
Ahora quiero estar solo Contigo. Solo Contigo, Jesús. Estar contigo. Tú y yo, solos los dos.
Gozar de tu compañía sin que me importe el transcurrir del tiempo, ni tampoco el pasado ni el futuro.
Porque sé que en este instante me acompañas y me amas y me unes a estar contigo…
No quiero estar con nadie, ni con nada más, solo Contigo Cristo. Sólo quiero en silencio gozar de tu presencia. En silencio por el pasmo de saberte éste increíble prodigio de tu hostia, … este habitar Dios en mis entrañas.
Tú en mí, Jesús. Ahora en mí. Lo creo con una certeza mayor a cualquier certeza de la Tierra. Por eso te digo que me basta simplemente tu presencia y me colma hasta hacerme saltar de gozo el corazón.
En este instante nadie, ni nada ni nada más. Solo tú, Jesús. Tampoco para ti existe ahora nadie, ni nada más. Sólo yo. Tú y yo. Gozo en silencio de tu presencia amable.
Este amor infinito en el que me pierdo, esta dicha inefable de estar juntos. Me transformo en ti, en tu carne, en tu sangre, en tu alma, en mi Dios”.
TRATAR A JESÚS
Un texto precioso para que tú también sepas o avances, y sigas avanzando por este camino de tratar al Señor con ternura. Que Jesús se lleve una alegría cada vez que entra en tu corazón.
Que se lleve el consuelo de encontrarse con un alma que lo quiere de verdad y que llena de detalles ese encuentro amoroso entre Él, Jesús. Y cada uno de nosotros se lo pedimos a la Virgen Santísima. Nadie como ella ha tratado tan bien a Jesús en la Eucaristía…