Hay obras tan famosas que, con apenas unas líneas o unos compases, ya sabemos qué es lo que viene.
Cuando escuchamos:
“en algún lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”,
ya sabemos que es el inicio del Quijote. O al escuchar al poeta:
“Nel mezzo del cammin di nostra vita / mi ritrovai per una selva oscura / ché la diritta via era smarrita”,
reconocemos que es el comienzo de la Divina Comedia de Dante. También en la música, ¿quién no conoce el inicio de la 3era Sinfonía de Beethoven?
Pues lo mismo nos sucede con el Evangelio que nuestra madre Iglesia nos propone para este domingo.
A tu alrededor, Señor, se agolpan las multitudes, hasta el punto que no tuviste otra opción que subir a una barca y enseñarles desde el mar, mientras las gentes escuchaban embelesadas en la orilla. De tus labios purísimos salen las palabras que ya nos hacen saber lo que viene:
“Salió el sembrador a sembrar…”.
También este inicio lo conocemos muy bien: se trata de la conocida parábola del Sembrador.
La hemos escuchado muchas veces. Con la ilusión en la cosecha, aquel hombre lanza a volea, con generosidad, la semilla. Y la suerte es dispar:
“…parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz.
Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga”.
EL SEMBRADOR ES DIOS
Y como los discípulos hoy no están para indirectas (tiempo después el Espíritu Santo hará que les caiga el níquel pero ahora están lentos para entender), Tú, Jesús, les revelas el sentido de esta imagen:
“A todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino.
Lo sembrado sobre terreno pedregoso es el que oye la palabra y al momento la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza y cae.
Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril. Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende y fructifica y produce el ciento o el sesenta o el treinta”
(Mt 13,1-23).
El sembrador es Dios. Y Dios se afana con la ilusión de los frutos que verá crecer.
En muchos colegios se suele pedir a los niños que construyan lo que acá llamamos un “germinador”. Es básicamente un envase de vidrio que se rellena con papel y dentro del papel se insertan unos frijoles que se deben regar con agua periódicamente.
A los niños les encanta porque pueden vigilar con ilusión, a través del vidrio, el crecimiento de la planta antes de que salga a la superficie.
Los niños se fijan en cómo la planta crece milimétricamente desde que sale de la semilla y se imaginan cómo será cuando termine de crecer.
A mí me es fácil imaginarte, Jesús, con esa misma ilusión de un niño que ve la planta crecer, pensando en los frutos que podremos dar.
Pero Tú no eres un niño ingenuo Señor. Y por la parábola sabemos que estás perfectamente consciente de que algunas de las semillas no terminarán de dar fruto por diversos motivos: algunas caerán en el camino, otras entre piedras, entre espinas, etc. pero aún así crees, tu generosidad vale la pena.
QUISIERA SIEMPRE DECIRTE QUE SÍ
¡Qué paciencia con esta humanidad tan torpe!
La explicación de la parábola ya la diste, Jesús: cada situación representa las respuestas de los hombres a tu palabra y a la promesa de felicidad que nos haces en tu Reino.
Pero a mí me sirve mucho considerar que esas semillas también son los esfuerzos que haces en mi alma y me conmuevo, porque has intentado de todo con tanta generosidad y mis respuestas también han sido muy variadas.
Algunas veces te he dicho directamente que no, con un corazón más duro que las piedras junto al camino.
Otras veces te he dicho que sí, como cada vez que digo el acto de contrición antes de confesarme o cuando saco propósitos de mejora en el examen de conciencia; pero después aquello queda en promesa electoral.
Y otras veces, por una gracia especial que me concedes, te he dicho que sí y he perseverado hasta el final.
Lo que me asombra Jesús, es que ya sabes que no siempre te diré que sí y perseveraré. No todos tus esfuerzos van a rendir fruto duradero en mí y no es por culpa tuya, sino por el mal uso que doy a mi libertad.
Quisiera decirte siempre que sí y nunca decirte que no deliberadamente a lo que me pidas en cada instante. Ojalá yo diese siempre ese fruto estable, duradero. Que, con tu ayuda, persevere en los propósitos concretos de mejora, de ser cada vez más santo.
Pero mi vida pasada me lleva a sospechar que no siempre será así. Seguramente es por mi falta de fe y de confianza en tu gracia y en tu amabilísima providencia.
EL SEÑOR SIGUE INTENTANDO
>Pero me sigue sorprendiendo Señor, que igual crees que vale la pena y lo sigues intentando. Aunque sabes que algunos de tus esfuerzos caerán en terreno pedregoso o entre espinas, aún conservas la misma ilusión de un niño delante de su germinador; sigues esperando a que al menos una semilla dé fruto en mi alma.
Gracias por no tirar la toalla en el quererme santo. Crees más en mí que yo mismo y no me quedará otra opción que hacerte caso porque Tú Jesús, sabes más. El tiempo siempre te da la razón.
Me acuerdo ahora de esas palabras de San Agustín:
«Cuidado con desesperarte sobre ti mismo; se te manda poner tu confianza en Dios, no en ti mismo».
En el Evangelio de hoy vemos la esperanza y la ilusión del sembrador, que no se deja llevar por los intentos fallidos al arrojar la semilla a volea.
El sembrador ve el vaso medio lleno, donde los demás vemos esfuerzos perdidos. El resto nos fijamos en las semillas que caen en terreno pedregoso, entre espinas, en tierra poco profunda, pero el sembrador tiene la esperanza puesta en lo que vaya a caer en tierra buena.
Y así nos confirmas también Jesús, en la esperanza y la ilusión en que seamos santos que dan fruto abundante, correspondiendo a esa gracia que nos das a manos llenas en los sacramentos y en tantos sucesos del día a día.
Vas poniendo en nuestro camino a personas que, respetando nuestra libertad, nos ayudan a ser generosos contigo y a saber escucharte mejor en todo lo que nos pasa.
UN NUEVO COMIENZO
Claro Jesús, al verte tan ilusionado conmigo, con nosotros, nos atrevemos a pedirte perdón e intentarlo una vez más.
Ojalá este rato de oración contigo sea un nuevo comienzo. Perdóname Señor por las veces que te he dicho que no, ayúdame a ver que Tú todavía tienes confianza puesta en mí. Hay algo que Tú ves en mi alma que contrasta con lo que veo yo.
La soberbia me hace ver unos frutos que aún no existen y luego viene la humillación al descubrir más bien un terreno seco y pedregoso. Pero Tú Jesús, por alguna razón que no consigo todavía ver yo, tienes esperanza en mi futuro.
Con tu ayuda y con mi trabajo humilde, confiando en tus indicaciones, mi vida ojalá sea un campo cuajado de frutos agradables.
Ayúdame a no tenerle miedo a tus indicaciones; ayúdame a no dejarme llevar por el desánimo en la santidad y a ilusionarme con eso que Tú ves en mí.
Yo solo no puedo (ya lo tengo más que comprobado), pero con tu ayuda y con tu paciencia, me dejaré sorprender por tus planes en mí.
Haz que me contagie también con esa ilusión del sembrador.