VERDAD QUE LIBERA
Cada sacerdote tiene sus ‘métodos’ para ayudar a quien se acerca al sacramento de la Confesión después de muchos años. Me atrevería a decir, que lo que se intenta, es quitar lo mucho o poco de nervios que pueda tener el penitente, porque tal vez no se acuerde muy bien, de cómo iba esto de la confesión.
Puede ser también que haya todavía vergüenza por lo que se va a confesar, aunque ya lo más difícil ya está hecho, qué es decidirse a acudir a la Confesión.
Si alguien tiene mucho tiempo sin confesarse, tampoco sería extraño que la persona suspire y diga: “A ver, ¿por dónde empiezo? ( …).”
Te voy a confesar, aquí en ‘petit comité’ lo que intento yo en la mayoría de estos casos (no te estoy revelando nada del sigilo sacramental de la confesión).
Es una imagen que puede servir a todos, para ayudar en el apostolado de la confesión. Y tampoco creo que esté inventando nada nuevo, porque tiene que ver con el Evangelio de hoy.
Y la imagen es ésta. Si en un lugar, alguien acude a un juez y le dice: “-Señor juez, vengo aquí porque estoy muy arrepentido y quiero liberar mi conciencia. Yo maté a fulano de tal”… (y da detalles de cómo lo hizo). Pues al juez no le quedará otra que aplicar aquel axioma jurídico de “a confesión de parte, relevo de prueba”.
Es decir, que quien confesó su crimen, pierde inmediatamente la libertad y libera a la contraparte de tener que aportar pruebas.
CAMINO, VERDAD Y VIDA
Ahora pongamos otro caso. Alguien acude al tribunal de Dios, que es el confesionario y dice: “Estoy muy arrepentido y quiero liberar mi conciencia de este peso. Yo maté a fulano de tal”.
Pues al juez (o mejor dicho, al representante del Juez), al comprobar que de verdad existe arrepentimiento y deseos de mejorar, no le quedará otra que darle la absolución.
Es decir, que quién confesó humildemente su falta (aunque haya sido muy grave, como este ejemplo), recupera inmediatamente su libertad.<
Esta idea viene de san Josemaria:
“¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! –Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona. ¡Bendito sea el santo Sacramento de la Penitencia!”
(Camino p.309).
¿Acaso esto no es un tremendo negocio? Y cuando recordamos éste regalo del Cielo, nos impulsamos a vivirlo con agradecimiento y generosidad, y que más personas se acerquen a la confesión.
Es verdad que se nos pide que seamos humildes, sinceros y claros en las palabras que usamos; pues mientras mejor vivamos los pasos para una buena confesión, mayor será la paz que recibiremos.
Es esa la libertad de la que habla Jesús en el Evangelio de hoy.
«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».
Con la confesión, acudimos al encuentro de Aquél que dijo:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida»;
y le pedimos su luz para poder ver como Él nos ve (que es la verdad), y nos sinceramos con nuestras faltas y debilidades.
Y sorprendentemente, en el tribunal de la confesión, ésta verdad nos termina haciendo libres.
ACTUAR SEGÚN MIS PRINCIPIOS/h3>
Vamos a tomarnos unos momentos de este rato de meditación, para darle gracias a Dios por este regalo del Cielo. Porque, a menos que seamos mitómanos o tengamos la conciencia totalmente atrofiada, vivir en la mentira es una tortura: tarde o temprano las goteras terminan tumbando el techo.
Si de ordinario se dice que “la mentira tiene las patas cortas”, más absurdo es ante Aquél que lo ve todo y nada escapa de su mirada.
En inglés hay una expresión muy acertada que es “remain true to yourself”, que en Google Translator sería “permanecer verdadero a uno mismo”, pero que más bien lo que implica esa frase es, actuar de acuerdo a los propios principios y creencias.
Mientras más uno actúa de acuerdo a lo que uno es, más verdadero se es. En la confesión, mientras más sinceros seamos, más nos acercaremos a lo que somos, y sorprendentemente, mientras más sinceros seamos en el tribunal de la confesión, más libres seremos.
Dios nos quiere libres. Libres de la vergüenza absurda que a veces podemos tener ante nuestro Padre Dios que nos conoce y sabe que podemos ser mejores, más santos, más felices.
Nos quiere libres de la esclavitud del enemigo que es el padre de la mentira y que nos engaña con una vida de falsa felicidad.
Dios nos quiere libres del pecado, que va encorvando gradualmente el alma hasta el punto de que le cuesta cada vez más mirar arriba, a las cosas del Cielo, y le cuesta incluso descubrir a Dios, porque le cuesta elevar la mirada por el peso de las culpas…
SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN
Es costumbre en la Iglesia acudir con especial cariño al Sacramento de la Confesión en estos días previos a la Pasión del Señor.
En primer lugar, el alma limpia por el Sacramento de la Confesión tendrá más facilidad para ver a Dios (cosa que es fundamental en estos días). Sin la mancha del pecado, adquirimos mayor sensibilidad para la voz de Dios, en estos días de especial gracia.
Y Por otra parte, cuando nos preparamos para la confesión con un examen de conciencia bien hecho, vemos nuestra pobre miseria y al mismo tiempo, como en contraste, vemos la generosidad de quien no tenía necesidad, pero igual quiso darnos la oportunidad de salir de la esclavitud del pecado.
Tanto desea Dios nuestra libertad, que está dispuesto a hacer de todo. Y Por eso este Evangelio nos viene muy bien ahora que estamos en la recta final antes de la Semana Santa.
Dentro de pocos días nos meteremos una vez más en las escenas del Cenáculo, de Getsemaní, del Gólgota…, y no tendremos reparo en conmovernos al comprobar lo que significa el amor hasta el extremo, hasta la última gota de sangre.
Y todo, para que tú y yo vivamos como dice san Pablo:
«En la libertad de los hijos de Dios»
(Rm 8,21).
Este es otro sentido posible de aquello de que
«LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES».
MISERICORDIA Y ABSOLUCIÓN
Pero sorprendentemente, esta afirmación es perfectamente compatible con la anterior, porque como nos dice san Josemaria:
“En el sacramento de la Penitencia, Jesús nos perdona. -Ahí, se nos aplican los méritos de Cristo, que por amor nuestro está en la Cruz, extendidos los brazos y cosido al madero -más que con los hierros, con el Amor que nos tiene”
(Surco p.191).
La Cruz y el confesionario están unidos por una línea directa. La misericordia de Dios en la Cruz se manifiesta ahora cada vez que nos ponemos de rodillas a recibir la absolución sacramental.
Vamos a acudir al Santo Tribunal con verdadero dolor de nuestras culpas, y con la esperanza de que el juez sea nuestro amigo.
Arrojemos la vergüenza, comodidad, excusas y la soberbia. Porque este negocio de vivir bien el Sacramento de la Confesión ¡vale totalmente la pena!
No nos resistamos a la VERDAD, a la verdad con mayúsculas, porque si en otras circunstancias nos acusaría, aquí nos libera.