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EN TI CONFÍO (SIEMPRE)

La confianza

El Evangelio que escuchamos en la santa Misa de hoy, está tomado del evangelista san Mateo, en el capítulo nueve.
Vamos un poquito al contexto, para luego meternos un poquito más en la escena.  Tal cual era el consejo de san Josemaría:

“meternos como un personaje más en esas escenas del Evangelio, de tal manera que la vida del Señor sea para nosotros nuestra propia vida”.

Algo que nosotros mismos hemos vivido, experimentado, aprendido de primera mano: de boca misma de Jesús.
Pocos versículos antes, el evangelista nos ha presentado algunas curaciones, algunos endemoniados que han sido liberados por el Señor.  “Y se ve Señor que ahí donde Tú llegas, ya se ha escuchado de tus curaciones.  Ya se ha hablado de tus milagros, ya se te espera”.
Porque nada más cruzar a la otra orilla, lo buscan multitudes de personas para pedir curación, para pedir liberación de espíritus inmundos.  Y, entre esas muchas personas que buscan a Jesús, está Jairo, el personaje del Evangelio de hoy.
¿Quién es Jairo? Pues una persona importante.  Era el jefe de una de las sinagogas de la ciudad y tenía una enorme pena y una gran necesidad.  Tan grande, que es muy expresivo el Evangelio cuando habla del encuentro de Jairo con Jesús.
Dice que:

“Al ver a Jesús, se arrodilló ante Él y le dijo: “mi hija acaba de morir.  Pero ven Tú, impón tu mano sobre ella y vivirá”.

Por otras fuentes, sabemos que la hija de Jairo apenas tenía doce años.  ¿Te imaginas doce años…? Una niña que está apenas naciendo a la vida y que de pronto la enfermedad la lleva a la muerte.
Sin duda, el dolor de Jairo (y nos imaginamos de su esposa) sería enorme.  Es de los dolores más fuertes que puede haber: el de un padre que pierde un hijo.  Va como en contra de lo natural.  Lo natural es que los hijos despidan a sus padres, no al revés.
Pensemos un momento en la Virgen santísima que tuvo que ver morir a su Hijo.

ORACIÓN POR LOS ENFERMOS

Hagamos una brevísima pausa para elevar al Señor una plegaria:

“Señor, tanta gente ahora está sufriendo a causa de una enfermedad en su casa, en los hospitales.  Quizá muchos que, además, enfrentan el dolor y la enfermedad solos.  Te pedimos Señor por esas personas que sufren. 

“Tú que estás siempre cerca del necesitado y siempre cerca del que te invoca, haz sentir a esas personas su compañía y danos a nosotros también ese deseo de acompañarlos con nuestra oración.

“Que encuentren ellos y también nosotros, el valor de la Cruz detrás de esas penas que, a veces, permites en nuestra vida para encontrarnos contigo”.

Bueno, esta no es una meditación triste, por supuesto que no.  Así que, volviendo a la escena del Evangelio, habíamos dejado a Jairo de rodillas frente al Señor, implorándole que vaya y que atienda a su hija porque acaba de morir.<

“Pero ven Tú, impón tu mano sobre ella y vivirá”.

Manifiesta una gran fe Jairo a pesar de su dolor, tiene una gran confianza en el Señor.
Es interesante cómo continúa el evangelista, porque dice:

“Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos”

(Mt 9, 18-19).


“Es como si nos quisieras decir Señor: mira, no me hace falta escuchar más, allá vamos; no necesito saber más”.
A quien confía en el Señor, Él no lo defrauda y al ver esa petición de padre apenado por su hija, el Señor acude enseguida.
Nos imaginamos a Jairo con ese rayito de esperanza andando por los caminos, volviendo a casa, pero no solo, sino con Jesús.  Su esperanza, la esperanza de su esposa y de su pequeña hija que acaba de morir.
Nos imaginamos a Jairo muy triste, pero esperanzado, roto por dentro, pero con un rayito de esperanza porque está con Jesús.
Pero es que la petición de Jairo es sumamente difícil.  Desde luego, curar una enfermedad es un milagro; liberar a endemoniados de sus espíritus inmundos, también lo es.  Pero traer a alguien desde la muerte… nadie habría visto cosa igual.
¡Imagínate que nos dieran esa noticia!  Pues es muy poco creíble, pero Jairo tenía fe.

“Llegaron a casa de aquel jefe y al ver a los flautistas y el alboroto de la gente dijo: “retírense, la niña no está muerta, está dormida””.

LOS FLAUTISTAS

Puede ser un poco curioso, no sé si te lo has preguntado qué quiere decir esto de flautistas.
Resulta que, en la antigüedad, los flautistas y las plañideras eran personas contratadas en los duelos, de modo que, con sus llantos y sus lamentos, se acentuaba el ambiente de duelo por la pérdida de aquel familiar.
La verdad es que es una costumbre que se remonta al tiempo de los egipcios.
Pues ahí estaban, así como ahora se encarga y se contrata a las personas que trasladan el féretro, a los que atienden en el cementerio, antes se contrataban también flautistas y plañideras.
El hecho es que este curioso personaje del flautista, estaban ahí acentuando el duelo, cuando llega el Señor y les dirige estas palabras:

“Retírense”.

Y fíjate quizá por eso la reacción de estas personas que dice:

“Se reían de Él”.

Claro, se reían de Él quizá un poco nerviosos, viendo amenazado el dinero que ganarían por aquel trabajillo de llorar y de dolerse.  Se retiran efectivamente.
Nos imaginamos al Señor con una actitud serena, pero llena de autoridad y aquellos personajes salen de la sala y dice:

“El Señor cogió a la niña de la mano y ella se levantó”

(Mt 9, 23-25).

Fíjate qué sencillez: cogió a la niña de la mano y se levantó.  “No haces Tú Señor un alarde de largas oraciones o éxtasis, todo fue muy sencillo”.
¿Te imaginas qué pasó después? La niña se incorpora delante del Señor.  Aquella primera mirada que le dirigiría a Jesús y el rostro atónito de Jairo y de su esposa.  Ese rayito de luz tan tenue que se insinuaba en sus corazones había sido verdad: Jesús les había traído de nuevo a su niña, había resucitado.
Quizá titubeantes se acercan y con lágrimas en los ojos la abrazan y no sabían bien cómo hacer, no terminaban de creer lo que sus ojos veían.
Lo que ha ocurrido en los corazones de Jairo y de su esposa es que han dado un salto imposible de la más profunda y desconsolada pena, a la dicha más grande.

CONFIANZA EN EL SEÑOR


¿Cómo se hace esto? ¿Qué hay entre el dolor y la dicha? ¿Cómo se salva ese valle tan profundo? Está clarísimo: “es la confianza en Ti Jesús”.
Esa confianza que (piensa en tu vida, yo pienso en la mía) a veces nos falta.  “Sí confiamos Señor, pero es que a veces nos falta confiar más; a veces no se nota que confiamos en Ti”.
¿Quieres un consejo para crecer en confianza en el Señor? Te doy este: no dejes la confianza para los momentos de dificultad, para cuando una cruz se presenta muy pesada o cuando algo te sale al revés de como lo habías pensado.
La confianza es algo que hay que trabajar todos los días.  Ahí cuando peleas ese ratito de oración cada día: “Señor, en Ti confío, vamos adelante”.
Ahí cuando tienes que decidir un domingo entre un plan de descanso y tu misa dominical: “Señor, en Ti confío”.
O ahí cuando algún plan lo tienes perfectamente calculado y ya está todo previsto, nada puede salir mal: “Señor, en Ti confío”.
Vamos a pedírselo a María santísima: Madre nuestra, enséñanos a confiar en el Señor, en ti vemos esto hecho vida.  Tú te fiaste siempre de la Palabra del Señor, así que enséñanos Madre nuestra a tener esta misma actitud en toda nuestra vida.

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