Me contaron el otro día una historia increíble. Estaba una pequeña de un año en su casa, tranquila, con su peluche, y de repente pasa su mamá, la ve y le dice: -Esta niña tiene algo. Va con su marido y le dice: -Tiene algo tu hija, tiene algo. ¡Vamos al hospital! -No exageres, ¿qué te pasa?…. -¡Vamos al hospital ya!
Fueron al hospital y el señor le estaba diciendo a su esposa: -No tiene nada. Ya estaban en el hospital, llega la enfermera y pregunta: -¿Qué tiene señora? ¿Qué pasó? -Pues que mi hija tiene algo, ¡revisenla! ¿Qué pueden hacer? -Pues vamos a tomar una radiografía y ver los signos vitales.
Entonces hicieron eso, y descubrieron en la radiografía que la niña tenía un alfiler en el pulmón. Pero, ¿cómo llegó el alfiler ahí? Pues se lo tragó y de alguna manera entró en el pulmón. Se salvó la niña y ahora es una jovencita.
UNA CONEXIÓN ESPECIAL
Entonces de alguna manera hay una conexión de todas las mamás. Todas los conocen especialmente, y algunas un poco más, extraordinariamente como esta que contamos.
Hay otra que sabía que su hijo se había roto la pierna, estando a cientos de kilómetros de su hijo. Ella supo qué le había pasado algo en la pierna, no sabía exactamente qué, pero se puso inquieta hasta que supo que su hijo efectivamente se había roto la pierna y que estaba en un hospital y lo estaban curando. Sabía que había alguna inquietud, y algo por lo cual preocuparse.
¿PORQUE TE CUENTO ESTAS HISTORIAS?
Porque es bonito sabernos conocidos, es bonito sabernos cuidados por nuestras mamás, pero tenemos a Dios que es nuestro Padre, Dios y nuestra Madre también.
En Dios se concentra toda la paternidad y en los seres humanos la paternidad se comparte en dos personas, que son ese principio de paternidad, pues Dios es nuestro Padre Él solo, y nos ama más que todas las madres pueden querer a sus hijos.
Dice San Josemaría en un punto 267 de Camino:
“A cada uno nosotros quiere más que todas las madres puedan querer sus hijos, nos conoce, y nos cuida”.
Recordaba estas palabras precisamente porque el Salmo de hoy, va en esa línea. El salmista se dirige a Dios, una oración bien bonita y, por eso te lo voy a leer, para que se lo dirijas a Dios desde tu interior y yo se lo dirijo también a Él:
“Tú me conoces Señor profundamente, Tú conoces cuando me siento y me levanto, desde lejos sabes mis pensamientos. Tú observas mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares”.
(Sal 138)
DIOS NOS CONOCE
Así nos conoce Dios. Desde lejos conoce nuestros pensamientos. Qué bonita expresión: “Tú conoces nuestro interior, Tú conoces nuestros caminos, todas mis sendas te son familiares, mis luchas, mis actividades, mis fracasos también, mis pecados, Tú conoces Señor mi miseria y no te asustas, no te escandalizas. Has venido a curar a los enfermos. Tú conoces también mis triunfos, mis buenas acciones y me acompañas”.
Por eso repetía Juan Pablo II, en su misa de inicio de pontificado. Habrás escuchado sus palabras, se dirigía a todos:
“Hermanos y hermanas, no tengan miedo de acoger a Cristo y aceptar su potestad. No teman, abran más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo, abran a su potestad salvadora los confines de los estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura de la civilización y del desarrollo, no tengan miedo, Cristo conoce lo que hay dentro del hombre, sólo Él lo conoce”.
Cristo conoce lo que hay en el hombre solo Él lo conoce. Tú Señor me conoces desde lejos, conoces mis pensamientos, todos mis caminos te son familiares.
Y continúa el Salmo:
“Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno, te doy gracias por tan grandes maravillas, soy un prodigio y Tus obras son prodigiosas”.
Porque Dios nos conoce tanto, y tan perfectamente porque Él es nuestro creador. Y dice el salmista: “Tú me tejiste en el seno de mi madre, te doy gracias por tan grandes maravillas, soy un prodigio”.
La verdad nosotros somos seres perfectos. Somos la cumbre de la naturaleza material. Dios nos ha hecho muy bien, y aunque tenemos muchos defectos y somos pecadores, nos enfermamos y al final nos vamos a morir… Pero en esta vida podemos hacer acciones grandes y buenas humanamente, por supuesto. Pero la acción más perfecta que podemos hacer, y la que Dios espera de nosotros es: EL AMOR.
Tú Señor esperas de mí, AMOR. Y es muy fácil amarte. Es cosa de ofrecerte lo que hacemos. Y cómo te lo ofrecemos procuramos hacerlo lo mejor, bien hecho. Y cuando nos equivocamos, el acto de amor que podemos hacer es pedirte perdón y rectificar.
¡EXAMÍNAME DIOS MÍO!
Termina así este fragmento del Salmo que leemos hoy:
“Examíname Dios mío para conocer mi corazón. Ponme a prueba para conocer mis sentimientos, y si mi camino se desvía, no dejes que me pierda”.
Y ahora que Tú me conoces Señor perfectamente, qué conoces mi sendas, pues dime si estoy equivocado. Corrígeme. No dejes que me pierda. Cuídame.
Por supuesto que Dios lo hace, pero nosotros decírselo a Dios, manifestar esa buena disposición en nuestro corazón nos sirve, porque Dios efectivamente nos habla y nos corrige. Nos va diciendo las cosas. Si nosotros estamos en buena disposición para escucharlo, vamos a convertirnos.
Y TE LO PIDO:
Señor no dejes que me pierda, examíname Dios mío para conocer mi corazón. Ayúdame a conocer mi corazón. Ayúdame a entrar dentro de mí. Tú que me conoces mejor que yo mismo, que estás más adentro de mí que yo mismo: ayúdame a conocerme para darme cuenta de esas cosas que quizá no van, las cosas malas que hay dentro de mí para poder, con Tú ayuda, ir quitándolas. No dejes que me pierda, no dejes que me aparté de Ti.
Me recordaba de una oración bien bonita que decimos los sacerdotes antes de comulgar, antes de mostrar la hostia al pueblo santo y decir:
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”… Y antes de esa oración el sacerdote se hace una genuflexión, adorando a Jesús en la hostia. Pero antes de esa genuflexión, dice una oración que te voy a leer, para que tú también se la dirijas al Señor:
“Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por Voluntad del Padre cooperando el Espíritu Santo, diste con Tu muerte la vida al mundo. Líbrame por la recepción de Tu Cuerpo y de Tu Sangre de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos, y jamás permitas que me separe de Ti. No dejes que me pierda, no permitas que me aparte de Ti”.
Qué bonita oración para repetirla… Y así como esta señora no permitió que su hija se perdiera con ese alfiler ahí en el pulmón y rápidamente puso manos a la obra; pues Dios también pone manos a la obra.
Señor ayúdanos a dejarnos cuidar por Ti. Y acudimos a nuestra Madre, la Virgen que nos quiere también, que nos cuida desde el cielo y nos mira con infinito amor. Madre nuestra, no dejes que nos perdamos. Ayúdanos a rectificar. Ayúdanos a hacer esas buenas acciones que Dios espera de nosotros.