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CONTEMPLA Y CAMBIARÁS

Claret

CONTEMPLAR A CRISTO

 Como siempre, acudimos al Espíritu Santo para que nos ayude a hacer un ratito de oración, conectar con el Señor no solo en la cabeza, sino también en el corazón, para que así transforme nuestra vida. No hay otro medio más determinante -me parece a mí- para transformar nuestro corazón, que el tratar al Señor en la intimidad del alma, sobre todo inspirándonos en lo que recogen los evangelios, su palabra, sus obras, sus reacciones.

Vamos contemplando a Jesús y a partir de esa contemplación, que es obra del Espíritu Santo y de nuestra buena voluntad, se va dando esta transformación interior. Jesús nos sana nuestras heridas y nuestro corazón -tantas veces orgulloso o egoísta-, va dejando paso a un corazón nuevo, generoso, humilde. Contemplar a Cristo es el camino. Es imposible mejorar por dentro si no contemplamos al Señor; meditar su palabra, contemplar su rostro. La acción del Espíritu Santo en el alma es un mar sin orillas.

Hay que imaginar toda la fuerza de Dios, todo el amor de Dios, volcado sobre cada uno de nosotros, sobre ti, sobre mí, para hacernos verdaderos cristianos, cristianas; hombres y mujeres que se han abierto a este don inefable que comenzó en el bautismo y continúa a lo largo de toda nuestra existencia, de conocer, tratar, amar, identificarnos con Jesucristo.

GRACIAS DIVINO PARÁCLITO

¡Qué obra más maravillosa lo del Espíritu Santo! ¿Cómo no invocarlo? ¿Capaces de no agradecerle? ¿Podríamos no reconocer sus dones? Gracias, divino paráclito. Gracias, amor infinito, que poco a poco has ido haciendo de esta piedra un hijo de Dios. Me transformas, me das una nueva manera de mirar, una nueva manera de ver la vida -la propia y la de los demás-, un nuevo modo de pensar en lo que nos toca a cada uno y así acertar con la voluntad de Dios.

Por eso es que la pregunta fundamental muchas veces en la oración es: Señor, ¿qué esperas de mí? ¿Qué esperas de mí en este asunto? ¿Cómo quieres que reaccione? ¿Cómo quieres que actúe? Y así vamos descubriendo la voluntad de Dios, nos vamos identificando y vamos recorriendo, en definitiva, el camino de la libertad que nos lleva al Cielo.

Quería comenzar por aquí agradeciendo al Espíritu Santo, su acción en el alma a través también de este medio sencillo de los 10 minutos con Jesús, que más que escuchar, ojalá sirva para abrir horizontes y que el Espíritu Santo actúe a través de la palabra de los sacerdotes. Ustedes rezan por nosotros, nosotros rezamos por ustedes y es el Espíritu Santo quien se de estas pobres palabras nuestras para abrir horizontes en cada uno de los oyentes.

DISCÍPULOS DE CRISTO

El Evangelio de hoy está tomado de san Marcos en el capítulo 9.

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase porque iba instruyendo a sus discípulos.” (Mc 9, 30-31)

Jesús los quiere formar de un modo peculiar, especial, intenso, porque los necesita muy suyos. Van a ser las columnas de la Iglesia. Cristo quería contar con cada uno de ellos. Es verdad que Judas le va a traicionar, pero el Señor cuenta con esta fragilidad, nuestra capacidad de tradición para, reconociendo su amor infinito, fortalecernos y así ser instrumentos en sus manos. Entonces, Jesús necesita formarlos más, necesita que sean más enteramente suyos, que se vayan haciendo a su manera de pensar, a su manera de sentir, a su manera de amar.

MEJORES POR LA GRACÍA DEL ESPIRITU SANTO

Es un trabajo de una paciencia impresionante, como la que ha tenido contigo y conmigo. Cuánta paciencia ha tenido Dios hasta ahora con cada uno de nosotros, y la seguirá teniendo. Entonces, tenemos que vernos también nosotros como un grupo reducido de hombres y mujeres que están especialmente cerca de Cristo, no porque seamos mejores que los demás, sino que muchas veces al contrario, somos más débiles.

El Señor escoge lo peor del mundo, lo débil, dice san Pablo, lo que no es, para confundir a lo que es. Nos elige a nosotros porque somos frágiles y así, haciéndonos más enteramente suyos, demos un testimonio de su palabra y de su amor.

Que Jesús se pueda apoyar en ti. Que Jesús pueda contar contigo para así llegar a muchos. ¡Cuántas almas nos esperan! ¡Cuántas personas dependen de nosotros! Y es una maravilla que no nos agobia, sino que nos mueve a la generosidad.

“Señor, aquí estoy para ser, como tus discípulos, esos primeros doce, ser enteramente tuyo. Te regalo mi vida, te regalo mi tiempo, mi libertad, los dones que me has concedido gratuitamente y los pongo todos a tus pies. Pongo mi vida a tus pies o dejo mi vida en tus manos, que es donde mejor puede estar.”

“[…] No quería que nadie se enterase porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; pero después de muerto, a los tres días, resucitará.” (Mc 9, 31).

CONTEMPLAR LA CRUZ

O sea, la cuestión más difícil de transmitir, la verdad más profunda y menos intuitiva que el Señor tiene que meter en la cabeza y en el corazón de los suyos, es el amor a la Cruz. Ver en la Cruz la gloria de la Resurrección. Tiene que instruirlos en que el camino de gloria, el camino de la vida, pasa por la muerte. Y efectivamente fue así y los apóstoles huyeron, pero luego, por la acción del Espíritu Santo, ellos mismos terminarán dando la vida por Él.

¿Cómo andamos de visión sobrenatural? ¿Cómo andas tú, cómo ando yo, de la manera en que reaccionamos frente a las cosas que nos cuestan? ¿Contemplamos a Cristo en la cruz? ¿Contemplamos al Señor que dio la vida por nosotros, para que así también nosotros tomemos fuerza que nos viene de Él y dar la vida por Él?

CONTEMPLAR CON TU PALABRA

Quiero leerles unas palabras del beato Álvaro que nos tienen que ayudar a contemplar a ese Cristo que se entrega por nosotros y así aceptar la cruz de cada día, que suele ser una cruz discreta, muchas veces sencilla, quizá pasa inadvertida para los ojos de los demás. Y, sin embargo, ahí está nuestra oportunidad de amar, ahí está nuestra posibilidad de crecer en la fe, la esperanza y la caridad.

Decía entonces don Álvaro: “¿No te conmueve, hija mía, hijo mío, la figura de Cristo cosido la Cruz, con los brazos y el corazón abiertos de par en par, acogiendo a todos? ¿No sientes brotar en tu alma los deseos de corresponder a ese Amor, de reparar por tus pecados y faltas personales, y por los del mundo entero? ¿No te vienen ganas de desagraviar al Señor, de hacerle compañía continuamente, de decirle palabras de cariño?” (Beato Álvaro del Portillo, Caminar con Jesús).

Las preguntas de don Álvaro: ¿No te conmueve, hija mía? ¿No sientes brotar en tu alma deseos de corresponder a ese amor? ¿No te vienen ganas de desagraviar por tanto que se le ofende?

Y termina diciendo: “Pues no te contengas, que el alma contemplativa necesita expansionarse, convertir en realidad esos afanes que Dios mismo pone en el corazón”.  (Beato Álvaro del Portillo, Caminar con Jesús).

Contemplar a Cristo cosido a la Cruz nos llevará por el camino de la correspondencia a su Amor. Siempre con un corazón agradecido, porque todo es don de Dios.

Así lo vio Santa María, de esa fuerza, de esa manera suya de amar a su hijo, fue capaz de permanecer fiel y luego experimentar la alegría inmensa de la resurrección.

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