La semana pasada estuve hablando con un muchacho que me narró una historia que es tremendo favor de la Virgen María.
Me sorprendió gratamente por dos cosas: una, obviamente, por el favor que hizo la Virgen -ya te voy a explicar la historia-, pero también por la naturalidad con la que este muchacho pudo hacer apostolado y que le hizo -gracias al apostolado-, un bien enorme a una amiga.
Resulta que este muchacho estaba conversando con una amiga de cualquier tema -la verdad es que da lo mismo- y el muchacho le dice que en el mes de mayo recién terminado él se esforzó por rezar más y mejor el santo rosario.
Lo dijo con tanta naturalidad que a su amiga le extrañó porque le resultaba extraño que alguien tan joven tuviera ese propósito (la verdad es que es muy raro esto de un hombre joven rezando el rosario).
Y dijo sí el muchacho, con toda naturalidad: -Sí, a mí rezar el rosario me da paz, especialmente en los momentos de agobio. Ella seguía extrañada porque a ella el rosario le parecía más bien una oración oscura, triste.
Cuando este muchacho le preguntó por qué, ella contestó que ella asociaba el rosario a momentos tristes. Cuando el muchacho investigó un poquito más, ella dijo que en su familia solo lo rezaban cuando alguien fallecía y se reunían en casa del difunto para rezarlo.
¡Con razón! Por eso la asociación del rosario con algo triste.
El muchacho le explicó que, de hecho, era todo lo contrario. Que si en algún momento de su vida se sentía sin fuerzas, ansiosa o estaba especialmente preocupada, que rezara el rosario, siempre con ánimo de no repetir como un loro, sino de decirle a la Virgen 50 piropos, 50 Avemarías que son dardos encendidos de amor hacia ella.
LOS FAVORES DEL ROSARIO
La conversación siguió con normalidad. La muchacha, no sé si habrá o no agarrado datos, pero pasado un tiempo, se acerca a su amigo, toda emocionada y le dice:
–Mira, no sabes lo que me acaba de pasar. Tenía una presentación importante y era un manojo de nervios. Me acordé de lo que me dijiste y en el camino me puse a rezar el rosario, un poco como podía (porque no es que ella fuese una experta cómo rezar el rosario).
Sin darme cuenta, se me bloqueó la mente y cuando entré en conciencia, vi que todos estaban de pie aplaudiéndome y felicitándome por lo bien que había salido en mi presentación.
Ella no sabe ni cómo, pero a mí me impresionó este favor de la Virgen, porque nos habla de lo generosa que es nuestra Madre. Esta muchacha lo que pedía era paz, tranquilidad, sosiego en medio de esta angustia, de esta ansiedad y lo que recibió superó totalmente sus expectativas.
Si quien me está escuchando ahora en estos minutos de Hablar con Jesús es una madre, pues dirá: Obvio, tiene toda la razón del mundo, porque para una madre eso tiene todo el sentido. Es el corazón generoso de una madre que siempre da más. Es que lo da todo, mucho más de lo que pedimos, incluso antes de pedirlo.
Precisamente hoy estamos celebrando una fiesta que es como una consecuencia de la que celebramos ayer.
Ayer celebramos el Sagrado Corazón de Jesús que nos ama tanto, que quiere proteger nuestro camino hacia el Cielo, dejándonos una madre con un corazón generosísimo. Nos dejó a su propia Madre en el momento de máximo amor por nosotros al pie de la Cruz.
Y hoy nos llenamos de orgullo ante la belleza de María, que es tota pulchra, toda bella y es nuestra Madre.
FILIACIÓN DIVINA
Gracias, Señor, por este acto de generosidad al dejarnos este inmerecido regalo. Ahora nosotros podemos decir con el pecho lleno que María es nuestra Madre. Somos hijos de María y ella custodia nuestros pasos con ese cariño de una madre que nos asombra, que nos llena de paz y que siempre da mucho más de lo que le pedimos.
Pero la fiesta de hoy es mucho más que una mera celebración litúrgica, es más que una fecha en el calendario. Considerando la filiación divina, por ejemplo, san Josemaría se preguntaba:
“¿No habíais observado que, en las familias, los hijos, aún sin darse cuenta, imitan a sus padres: repiten sus gestos, sus costumbres, coinciden en tantos modos de comportarse?”
(San Josemaría, Amigos de Dios, 146)
Claro, él hablaba de la filiación divina, pero también sería lógico que en el día en el que nos admiramos ante la pureza de corazón de nuestra Madre, le pidiéramos también luces a Dios para ver nuestro propio corazón y preguntarnos qué tanto se parece al de nuestra Madre; es decir, qué tanto le imitamos.
¿Cómo vemos nosotros a las demás personas? Por supuesto, empezando por las que Dios ha puesto a nuestro alrededor, los que están más cerca de nosotros.
¿Será que guardamos algún rencor, que hay algún resentimiento? ¿Será que estamos ya predispuestos ante lo que alguien va a hacer o decir? Y bueno, ya fácilmente sabemos que con fulano o con fulana haga lo que haga, casi que inmediato pierdo la paciencia.
¿Cuál es nuestra reacción cuando nos hacen algo que no nos gusta? ¿Cuánto rezamos por ellos?
Por ejemplo, el corazón de nuestra Madre es un corazón generoso. ¿Qué tan generoso es el nuestro? ¿Cuánto tiempo estamos dispuestos a dedicarnos a los demás? ¿Será que hay algo de egoísmo cuando preferimos que no nos molesten?
A veces es muy fácil: me encierro y estoy yo con mi teléfono, estoy yo con mi Netflix o estoy yo con mi internet o yo con algo… O sea, una especie de caparazón en el que no puede entrar nadie porque necesito que nadie me moleste.
¿Será que nos quejamos del propio cansancio y lo hacemos a veces buscando algo de compasión de parte de los demás?
GENEROSOS COMO NUESTRA MADRE
Si queremos ser generosos, vamos a ser generosos como nuestra Madre, generosos con Dios. ¿Cómo blindamos nuestro tiempo para Dios?
¿Sabemos decirle al Señor muchas veces durante el día: Señor, esto lo voy a hacer, aunque esté cansado, aunque ya haya hecho demasiado, aunque me parezca que no tiene nada de sentido, Señor, pero esto lo voy a hacer por amor a Ti?
Otro punto: el corazón de nuestra Madre es casto. ¿Con qué delicadeza vivimos la guarda de la vista en el internet o en la calle? Aquí se puede meter también la soberbia y uno puedo decir: A mí estas cosas ya no me afectan.
Pero sí, igual podemos ver todo como una oportunidad de decirle a nuestra Madre muchas veces: Madre mía, yo te quiero más que a cualquier criatura en la tierra. Y que incluso, por supuesto, que a cualquier porquería de la tierra.
¿Cuánto rezamos por la pureza de tantos cristianos en el mundo que se ven bombardeados por el hedonismo y por la oferta de placer egoísta?
Otro punto de comparación: el corazón de nuestra Madre es un corazón alegre. ¿Cómo reaccionamos nosotros ante las contrariedades de la vida? ¿Nos sale rápido un acto de confianza, un acto de abandono en esa voluntad de Dios, aunque no la entendamos?
¿Buscamos en oración -como nos recomienda el apóstol Santiago-, recuperar esa alegría ante la tristeza por las cosas que nos contrarían? Quien se encuentra con nosotros ¿es capaz de decir: este vive con la alegría de un hijo de Dios?
SU CORAZÓN
Otro punto más de comparación: el corazón de nuestra Madre es un corazón humilde, lo ha demostrado ella muchísimas veces. ¿Vivo yo el agradecimiento frecuentemente a lo largo del día?
¿Soy capaz de ver que todo lo que tengo -todo lo bueno, todos mis talentos, todas las cosas que me salen bien, las cosas por las que me felicitan-, son todo un préstamo del Cielo?
¿Sé alegrarme de los talentos de los demás? ¿Cómo lucho contra los pensamientos críticos, contra los comentarios negativos o la murmuración? ¿Qué hago cuando la vida me hace darme cuenta de repente, de modo casi violento, mis errores y mis limitaciones?
¿Sé reírme de mis arranques de orgullo, de soberbia, de vanidad?
Otro punto más. El corazón de nuestra Madre es un corazón enamorado. ¿No deberíamos también nosotros estar pensando frecuentemente en el Amor de los Amores?
¿Qué industrias humanas utilizamos para acordarnos de Dios a lo largo del día? (Industrias humanas eran el modo en que san Josemaría llamaba a esas cosas que capaz otra persona no se daba cuenta, pero para un alma enamorada eran un recordatorio de Dios.
Por ejemplo, él solía tener en su mesa de trabajo, durante una temporada, un aislante eléctrico, de esos que se utilizan en los postes de cables de alta tensión; eso le ayudaba a acordarse de que él era un instrumento y que él tenía que dejar pasar la gracia de Dios. Él no podía ser un estorbo ante la gracia de Dios en las almas).
¿Cómo buscamos a Dios en los quehaceres, en los deberes ordinarios, aunque los tengamos que hacer sin ganas? ¿Será que nos ilusionamos todas las mañanas pensando que Dios nos va a sorprender pasando junto a nosotros cuando menos lo esperamos?
Obviamente, estos son unos puntos de comparación de nuestro pobre corazón con nuestra Madre. Nuestra Madre es única, nuestra Madre es irrepetible. Y al hacer esta comparación, obviamente nos damos cuenta de que la distancia es abismal.
Pero no se trata aquí de desanimarnos ante lo mucho que nos falta para parecernos a Ella; eso no es la gracia de este examen, sino que lo que queremos es ilusionarnos con agradecimiento, porque Jesús ha querido darnos un ejemplo cercano.
El Camino, la Verdad y la Vida, por supuesto que seguirá siendo Jesucristo. Pero como Él nos conoce y nos quiere más que nadie, nos hace más fácil este llegar a Él a través de nuestra Madre santísima.
Vamos a repetir muchas veces con san Josemaría:
“A Jesús se va y se vuelve [siempre] por María”
(San Josemaría. Camino, 495).