«Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano»
(Mt 18, 15-17).
CORREGIR A LOS DEMÁS
Este versículo del Evangelio de hoy, es una advertencia que el Señor nos hace para no caer en el espíritu crítico o en el rechazo de las personas cuando vemos sus faltas, sus pecados o sus defectos.
Aunque hacemos el propósito de querer a los demás, y especialmente a los miembros de nuestra familia, de pronto los errores o los defectos de ellos nos pueden irritar o a veces indignar.
Esas situaciones nos pueden llevar a querer corregir de un modo impetuoso o brusco, a movernos por una reacción primaria de ira, y expresarnos con palabras hirientes y a veces con insultos, por la mala conducta de esas personas.
Además, hay personas que frente a los errores del prójimo, organizan un escándalo, otros rompen una relación. Y esta ruptura puede durar años y es una pena que sea así.
Muchas veces son de la misma familia y no se hablan. Otras veces son amistades, compañeros de trabajo. Sucede con hermanos y también con los esposos. Unos silencios y una frialdad espantosa. Da mucha pena esas situaciones.
EL AMOR, ¡CUÁNTO PUEDE!
Por eso, el Señor nos advierte y nos enseña:
«Si tu hermano peca, repréndelo a solas».
¿Qué quiere decir repréndelo a solas? Es buscar un lugar para conversar con él. Decirle: —Quisiera conversar contigo. Y lo primero que tiene que haber para corregir a alguien es el amor por esa persona.
Si hay amor, no hay indignación, ni hay molestia ni hay fastidio por la falta que ha cometido. Si no hay amor, lo que nos mueve es el calentón, aquello que ha producido la falta y no nos gusta nada.
Entonces, si no hay amor, no estamos en condiciones de corregir.
En una familia, cuando hay que corregir a alguien, se busca a la persona idónea para que lo haga: al que se lleva mejor con él, al que tiene más prestigio, al que le puede hacer caso.
Y suele ser que el que más ama, el que más quiere, es esa persona la idónea.
Cuentan que un niño se había portado mal y su mamá lo estaba corrigiendo para que se retracte. Mientras la mamá le hablaba para que el niño le haga caso, el niño miraba siempre al suelo y estaba rebelde.
No quería hacer lo que la mamá le decía. Y en un momento de la corrección, la mamá le pregunta al niño: —¿Por qué miras al suelo y no me miras a mí? Y el niño le responde: —Porque si te miro a ti, hago lo que me estás pidiendo.
Es que la mamá lo miraba con cariño, y cuando lo mira con cariño se convence. Eso pasa. ¡El amor cuánto puede! Y no todas las personas están en condiciones de corregir. Para aprender hay que querer.
EN EL MOMENTO ADECUADO
Cuando hay amor, el que recibe la reprensión, si no la acepta en primera instancia, la acepta después, cuando ha pasado un tiempo. Es por eso muy conveniente esperar un poco para hacer una corrección. A veces unas horas, otras veces un día o más tiempo.
Buscar un momento adecuado o crearlo. Salir a pasear, invitarle a comer algo.
San Josemaría nos decía que “es mejor hablarle a una persona al atardecer en una calle de París, que al mediodía en un ferragosto romano”.
Pues claro, el atardecer en una calle de París, en el sunset, es un sitio precioso como para poder hablar y convencer a alguien. En cambio el ferragosto romano, al mediodía, es el momento más caluroso, y no es conveniente conversar con una persona, convencerla o corregirla.
Siempre es importante poner los medios humanos y también los medios sobrenaturales.
Dice el Evangelio:
«Si te hace caso, has salvado a tu hermano».
Salvar, es quitarle ese mal. Ayudarlo a que sea libre, a que sea feliz, a que no tenga esas dificultades. A eso se orienta la corrección.
Queremos que esa persona, ese hermano o ese amigo, sea feliz, sea libre.
REZAR JUNTOS, PEDIR JUNTOS/h3>
Y el Evangelio de hoy termina con un versículo que nos llena de esperanza. Dice:
«Les aseguro además, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, se los dará mi Padre del Cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Ponerse de acuerdo para pedir, puede ser la petición de toda una familia. Rezar, por ejemplo, por un pariente enfermo o por uno que se va de viaje o por otro que tiene un examen difícil.
En otras ocasiones se ponen de acuerdo para rezar los jugadores de un equipo antes de un partido o un equipo de médicos y enfermeras antes de una operación difícil o toda una población para que salga bien un evento.
Por ejemplo, cuando todos rezan porque el Papa va a venir a su país.
La Iglesia también nos pide que todos recemos para que termine la guerra o para que pase la pandemia, como hemos escuchado tantas veces, ¡cuanto se ha rezado juntos por eso!
Y a lo largo de nuestra vida, nos encontraremos frente a muchas situaciones que necesitan de la oración y entonces buscamos que nos acompañen a rezar.
Pedimos que nos acompañen unos y otros a rezar. A los sacerdotes nos piden habitualmente oraciones: —Padre, pida por esto, pida por lo otro.
Y muchas veces rezamos junto a otras personas cuando estamos en la Santa Misa o al rezar el Santo Rosario, o cuando participamos en una romería, o en una procesión, o cuando asistimos a un velorio y rezamos con la gente por el difunto.
O al asistir a una ceremonia que empieza o termina con una oración. Son muchas las ocasiones en las que rezamos junto a los demás.
UNA CITA CON DIOS
Miremos cuántas veces rezamos con los demás y descubriremos que son muchas las veces. Son momentos de fe y esperanza. Y al ver cómo rezan otros, los otros también nos motivan. Hay gente muy piadosa que es un ejemplo de cómo rezar, de fe y de esperanza; y son motivaciones que recibimos para rezar mejor.
Cada uno de nosotros debe cuidar su oración, para que la oración no sea un cumplido, algo de la rutina, algo que hay que hacer porque los demás lo hacen.
Que recemos de verdad, convencidos de la necesidad de la oración, convencidos de que Dios está allí, que es el interlocutor que nos escucha, que siempre está y que nos quiere más que nadie.
Ese convencimiento de que hoy tengo una cita con Dios, dejo todo porque es Dios. Y esa cita es para que Dios me diga muchas cosas.
Tengo que escucharle a Dios tantas cosas que me dice, y que son las más importantes que tienen que ver con mi vida, con lo que tengo que conseguir, con lo que tengo que hacer para ser feliz, para ser feliz a los demás.
Que aprovechemos bien esas ocasiones, estando muy atentos en el recogimiento para conversar con Dios. Y que pidamos con mucha fe.
Rezar es amar, y amar es ser feliz y transmitir a los demás la felicidad que tenemos.
La Virgen es maestra de oración, la vemos siempre rezando…
Vamos a fijarnos más en ella para aumentar la calidad de nuestra oración. Para rezar junto a nuestra Madre del Cielo. Ella, que también nos quiere llevar al Cielo, siempre le decimos: “Acuérdate ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Nuestra Madre, Santa María está siempre a nuestro lado y ojalá nos pueda llevar en sus brazos el día de mañana al Reino de los Cielos.