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SABIDURÍA

cosas De Dios, sabiduría

COSAS DE DIOS

Arranco con una anti-anécdota. ¡No! Mejor le quito la partícula anti. Una anécdota. Pero antes, Jesús, una petición: Dame sabiduría para juzgar.
La anécdota es muy simpática. Era la hora de salida del colegio. Yo estaba hablando con la rectora en un despacho que hay afuera del oratorio. Ya era la salida del colegio, ya las niñas estaban saliendo, entonces me despedí de la rectora (¡hasta luego!) y pasó una niña chiquita, una niña que no ha hecho la primera comunión -no voy a decir el curso, pero es una niña pequeña
Le dice: “Rectora, es que te estábamos buscando con una amiga porque queremos hacerte una petición. Queremos pedirte que cambies a una profesora”. La rectora se sorprendió con esa petición a la hora de salida del colegio, se acercó a ella -porque había papás alrededor-, entonces se acercó un poquito para que la acusación fuera un poco más discreta -eso fue lo que pensé yo-, pero la niña siguió hablando en voz alta.
Claro, Señor, yo pensé que la niña se iba a quejar de su profesora, que querían pedir cambiar una profesora que no les gustaba a ellas. Y acto seguido dice: “Si queremos pedirte que cambies a tal profesora que es de 10º para que sea nuestra profesora”. Inmediatamente yo recibí una lección muy bonita porque yo juzgué mal. Yo pensé que la niña venía a quejarse y ¡no! La niña no venía a quejarse, sino que venía a pedir que una profesora de 10º, que seguramente se encontraron en un pasillo y les sonrió y les preguntó por sus asuntos y… Queremos esta profesora. Eso era lo que pedían las niñas.

SABIDURIA

Bueno, Señor, dame sabiduría para juzgar. El título de esta meditación es sabiduría. Vamos a pedirle al Señor sabiduría.

Voy a hacer referencia a la primera lectura de la misa de hoy, que es del primer libro de los Reyes. Impresionante. ¡Atención!

“El Señor se apareció allí en sueños a Salomón y le dijo: Pídeme lo que deseas que te dé.” (1Re 3, 5).

Aquí hago una pausa para hacer el ejercicio: Señor, si Tú en este momento me dices en sueños o aquí en el silencio de la oración: “pídeme lo que deseas que te dé”, yo ¿qué te pediría? ¿Qué le pedirías tú a Jesús, a Dios, si te dice: Pídeme lo que desees? Pídeme lo que quieras. ¿Qué le pedirías?
Sigamos con Salomón.

“Salomón respondió: Has actuado con gran benevolencia hacia tu siervo David, mi padre, porque caminaba en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón.

Has tenido para con él una gran benevolencia, concediéndole un hijo

-el hijo, es él, Salomón-

que había de sentarse en su trono, como sucede en este día.” (1Re 3, 6).

Pues bien, Señor, mi Dios. Salomón comienza, Jesús, agradeciéndote, honrándote, alabándote, glorificándote. Buena manera de comenzar un rato de oración. Estos ratos de oración qué le decimos a Jesús: “Te adoro con profunda reverencia”. ¡Mira qué bonito! Así empezamos siempre los ratos de oración, adorando a Dios, glorificando a Dios.

PEDIR SABIDURÍA

“Pues bien, Señor mi Dios, Tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David, mi padre, pero yo soy un muchacho joven y no sé por dónde empezar o terminar.” (1Re 3, 7).

Esto lo subrayé porque es interesante. Puede servir para pensarlo, hacer oración. “Yo no sé por dónde empezar o terminar”.
“Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú te elegiste; un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede, pues, a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal.

-Esto es lo que Salomón te pide Jesús-.

Pues cierto, ¿quién podrá hacer justicia a este pueblo tuyo tan inmenso? Agradó al Señor esta súplica de Salomón.” (1Re 3, 9-10).

¿TE AGRADA SEÑOR?

Y aquí hago otra pausa Señor, porque ahorita, quizá en el silencio anterior te pedimos algo. ¿Te agradó lo que te pedí, Señor? ¿Te agradó la petición que te hice? Pues la petición de Salomón le agradó mucho.

“Entonces le dijo Dios: Por haberme pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti, por no haberme pedido la vida de tus enemigos, sino inteligencia para atender a la justicia, yo obraré según tu palabra: te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después de ti. Te concedo también aquello que no has pedido, riquezas y gloria mayores que las de ningún otro rey mientras vivas.” (1Re 3, 11-13).

¿Qué pidió Salomón a Dios? Sabiduría. Pues Señor, en este momento te pedimos sabiduría. Yo te pido sabiduría; dame sabiduría.
Cuando hablamos de sabio, de una persona sabia, es aquel que sabe de memoria una enciclopedia. Hay personas muy sabias, hay personas muy eruditas que saben de historia, de política, todo lo que está escrito. Es impresionante oír hablar a una persona que conoce muy bien un tema.
Pero en el sentido sobrenatural, el sabio no es el que tiene una respuesta para cada cosa que lo sabe todo, sino en el sentido de que sabe de Dios, sabe cómo actúa Dios. Conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios. Tiene esa sabiduría que Dios le da a ese corazón, a esa mente, al alma. Sabe cuándo algo viene del mundo, o de la carne, o de la soberbia, o -lo diré Señor- del demonio. O saber cuándo algo viene del Espíritu Santo. Eso es sabiduría.
Padre, entonces ¿yo cómo hago para saber qué cosas vienen de Dios? Pues hay que pedírselas al Señor. “Señor, ayúdame a saber qué viene de ti. Yo quiero saber qué viene de ti, yo quiero saber tus cosas.

CONOCER LAS COSAS DE DIOS

Pero cambiaré la palabra, Jesús para entender mejor el sentido del don de la sabiduría.  ¿Cómo hago para saborear, para degustar a Dios; para degustar y saborear las cosas de Dios? Más que saber, saborear y degustar.

Y aquí en este punto puedo poner el ejemplo de una fruta, una fruta bien sabrosa. Se me ocurre el melocotón, o el mango… Un mango que acabo de bajar de un árbol y que no tengo otra manera que comer que meterle el diente, morder. Y eso se vuelve uno un melocotón jaja… Se embadurna uno de mango, pero comerse un mango así es delicioso, ¿no?
Pues cuando tenemos en nuestra boca una fruta, apreciamos su sabor. Yo no aprecio el sabor de una fruta leyendo los tratados de botánica del mango y de todas las especies de mango. ¡No, no! Yo para saber a qué sabe un mango, para saborear un mango, para degustar un mango, lo tengo que comer. Lo tengo que comer para experimentar su sabor.
Pues, Señor, ojalá aprenda a degustar tus cosas. Eso hacemos en 10 min con Jesús: para ir apreciando más las cosas de Dios, la oración. La oración, arma poderosa para la sabiduría de Dios. Así, cuando estamos unidos a Dios, gustamos de Él por la experiencia. Y eso nos hace conocer mucho mejor las cosas divinas. Tenemos una visión sobrenatural de las cosas que nos suceden.

 QUERER, QUERER TUS COSAS SEÑOR

Pero claro, Señor, yo me pongo a pensar: Sí, mucho más fácil para un sacerdote degustar las cosas de Dios. Pues claro, se dedica a eso. Y además yo en el colegio todos los días en la misa escucho un coro de niñas angelical que me ayudan a rezar un montón, la verdad, y tengo un oratorio precioso… Pero mi primo, con el que acabo de hablar hace un momento que trabaja manejando un camión, que se la pasa viajando entre carreteras, él me puede decir a mí: ¿Y yo cómo hago para degustar las cosas de Dios? Usted porque le queda “de papaya”, pero yo…
Claro, cada uno tiene que pensar en sus circunstancias cómo puede degustar las cosas de Dios. Yo a este primo le podría sugerir muchas cosas, algunas cosas que se me ocurran. Pero Él lo tiene que pensar y él lo tiene que hablar con Dios. Y Dios le puede conceder ese don porque sí, Señor, si te pedimos ese don, Tú nos lo concedes. Si el Espíritu Santo quiere concedernos ese don, nos da el don de la sabiduría. Vamos a pedírselo: Jesús concede a este siervo tuyo el don de sabiduría. Espíritu Santo, concédeme ese don de la sabiduría.
Me acuerdo de un pasaje de la Escritura muy bonito en el que Jesús dice:

“Yo te glorifico, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños.” (Mt 11, 25)

DE ELLOS ES LA SABIDURIA

Eso nos daremos cuenta después. La sabiduría divina es para los pequeños, es para los humildes, es para los que piden porque se saben pobres de espíritu.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mt 5, 3).

Pues, Señor, yo que soy pobre de espíritu y que no tengo un oratorio a mi disposición, un sagrario precioso y un coro angelical todo el tiempo, concédeme, en esta pobreza de espíritu, el don de sabiduría para saber degustar tus cosas. Gustar las cosas de Dios.
Vamos a terminar acudiendo a nuestra Madre Santa María. Ella, desde chiquita, desde jovencita, supo degustar las cosas de Dios en su oración. Esa es la sugerencia que yo traigo: Haz oración. A mi primo, que haga oración, así esté montado en su volqueta, viajando en una entre una carretera y otra. Apague el radio. Quítese los audífonos. Haga oración. Hable con Dios. Y así iremos degustando más las cosas de Dios. Acudir a los sacramentos, la Misa, la confesión y así iremos saboreando más las cosas de Dios.

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