¿Qué pasa cuando percibes un bien? Por ejemplo, un helado; naturalmente nace un deseo, un amor y si es hora de tomar helado y tienes la posibilidad de tomarlo, nace la esperanza porque vas a tener ese bien y cuando lo estás saboreando, una cierta felicidad. Así, con cualquier bien, mientras más grande es el bien es más grande la felicidad.
Pasa algo parecido con el mal en el sentido contrario: cuando es un mal ausente pero que se va acercando y tenemos la posibilidad de huir, nace en el interior un deseo de poner distancia entre ese mal y nosotros: huir. Y, si ese mal no se puede evitar y viene inexorable, nace el miedo y ya que llega, la ira o la tristeza. Así funcionamos los seres humanos.
Me venía a la mente esto porque en el Evangelio de hoy, al final, te piden Jesús que te alejes, que te vayas de su territorio, que haya una distancia entre Tú y nosotros. ¿Cómo es posible eso? pues es que te consideran como un mal. ¿Qué llevó a estos hombres a pensar que Tú eras un mal?
Milagro impresionante
El Evangelio de hoy es impresionante: Jesús realiza un milagro que es espectacular porque llegó a una zona donde
«Había un endemoniado que habitaba en los sepulcros y nadie podía sujetarlo; ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos y nadie podía dominarlo.
Día y noche vagaba entre los sepulcros y por las montañas dando alaridos e hiriéndose con piedras».
(Mc 5, 2-5)
Era un personaje ante el cual uno no se quisiera encontrarse con él, da miedo. Una fuerza bruta, una fuerza sin dirección y violento contra sí mismo.
Y Tú Jesús llegas y hablas con él. Hablas con los demonios que estaban dentro de él.
«¿Cómo te llamas? le preguntas. Mi nombre es Legión, porque somos muchos y le rogaba con insistencia que lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña, los espíritus impuros suplicaron a Jesús: envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. Entonces Él se lo permitió, los espíritus impuros salieron de aquel hombre y entraron en los cerdos y desde lo alto del acantilado, toda una piara, unos dos mil animales se precipitó al mar y se ahogó».
(Mc 5, 9-13)
Impresionante la escena, ¿puedes imaginártelo? no sé si has escuchado a un cerdo chillar. Es un ruido bastante estridente, ahora multiplícalo por dos mil y súmale a eso el ruido de de sus pisadas. ¿Cómo habrá temblado la tierra? ¡Es impresionante! Pero ya que los cerdos se ahogaron, vino una gran calma y este hombre estaba sentado junto a Ti, en su sano juicio, vestido y ya con la cara normal, sin esa cara endemoniada que tenía antes y esos alaridos y estaba bien.
Siempre haces el bien
¡Qué gran motivo de alegría! Habías, Señor, hecho un gran bien, Tú siempre haces el bien, Tú has venido aquí a la tierra a redimirnos, a abrirnos las puertas del Cielo, a devolvernos la amistad con Dios. Tú eres Dios mismo que estás entre nosotros y siempre estás bendiciéndonos: curas a la gente, explicas el amor de Dios, vives y realizas el amor de Dios, perdonas nuestros pecados, liberas nuestra alma de la esclavitud, expulsas al demonio, Tú eres el Bien esencial.
Nos podemos unir a Ti, ¡qué maravilla! pero estos hombres no lo ven así y te piden que te vayas de su lugar. Te habrá dolido esa petición. Todos sentimos dolor cuando nos rechazan, cuando nos dicen que nos vayamos. A veces, quizá cuando nos dicen que nos vayamos, pues tienen razón, porque nosotros nos equivocamos, tenemos errores, quizá hemos herido, quizá hemos sido desagradables por alguna circunstancia y nos piden que mejor nos vayamos y nos vamos y aprendemos la lección.
Aunque todos los seres humanos merecemos comprensión y merecemos cariño, pero Tú señor, Tú eres perfecto, Tú eres el Bien y fuente de bondad y Te la pasas bendiciendo aquí en Tu paso por la tierra. Y esos hombres no lo perciben, tienen mal juicio, juzgan mal y no Te perciben como el Bien; al contrario, Te perciben como un mal y quieren poner distancia entre Tú y ellos. «Vete de aquí», es un mal juicio.
Dice el Evangelio que estos hombres llegaron y al ver que el hombre estaba curado, se asustaron. Dice:
“Cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio al que había estado poseído por aquella legión y se llenaron de temor”
(Mc 5, 15)
Es normal llenarse de temor después de un cambio tan tremendo, llenarse de estupor. Esos hombres no eran judíos, no creían en Yahvé, no habían sido evangelizados, tenían quizá muchos dioses y aquí llegó alguien más poderoso que estos, quizá nos quiera hacer algo malo, quién sabe qué quiera, ¡ya nos quitó a nuestros cerdos! nuestro patrimonio ya se precipitó al mar, lo hemos perdido: ¡Que se vaya! Juzgan rápido y juzgan mal.
No se dieron cuenta del gran bien que suponía que ese hombre estuviera ya en su sano juicio y con Jesús. Juzgaron quizá más la pérdida material de esos cerdos que haber ganado a ese hermano suyo. No sabemos qué habría pasado si ellos te hubieran dicho Jesús: ¡oye ¿cómo le hacemos para reponer los dos mil cerdos que hemos perdido?! Habrías, por supuesto Señor, dado una respuesta iluminadora. Pero ya con el simple hecho de ver que ese hombre había sido liberado de los demonios, vemos que ese bien vale mucho más que todos los cerdos,
“Ustedes valen más que todos los pajarillos”
(Mt 6, 26)
nos dices en otro lugar del evangelio.
Santo Tomás dice que
“El bien moral de una sola persona vale más que todo el universo material”
y es que los seres humanos somos capaces de tener a Dios dentro de nosotros y este hombre tenía al demonio dentro de sí y «Tú liberas ese espacio para poderlo Tú ocupar; de hecho, este hombre se enamora de Ti y dice: «yo quiero estar contigo, yo quiero seguirte y Tú ¿qué le dices Señor? no le dices que se quede». Jesús no se lo permitió sino que le dijo:
“Vete a tu casa con tu familia y anunciar esto, lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti”
(Mc 5, 19)
Que nos demos cuenta
«Esos hombres necesitan tiempo para darse cuenta del gran bien que han experimentado al tener Tu cercanía, Tu visita y Tu misericordia que curó a este hombre. Tú eres paciente Señor y no los destruyes: «si quieren que me vaya van a experimentar lo que la ausencia de Dios». No, simplemente te retiras de esa zona, pero le dices a este hombre: tú explícales, tu muéstrales del amor de Dios cómo se ha derramado sobre ti y cómo Dios te ha restaurado y como Dios te ha curado y Yo que voy a quedarme aquí presente, en la Iglesia, en la Eucaristía voy a seguir bendiciendo a toda la humanidad, a todos los que me consideren como un Bien.
Eres paciente Señor y así también eres paciente conmigo. Que yo nunca te rechace, que yo vaya afinando el juicio, que vaya afinando mi mirada para descubrirte en las demás personas, para descubrir siempre que hay veces que Tú Señor estás presente y no nos damos cuenta, que a veces consideramos más otras cosas superficiales y que si confiamos en Tí y si buscamos el bien de los demás seguramente no nos vamos equivocar».
Acudimos a nuestra Madre la Virgen al terminar este rato de oración para que nos ayude a tener un buen juicio y a saber descubrir la cercanía de Dios en nuestra vida.
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