Aquí hay un chico que tiene cinco panes y dos peces. ¿Qué es eso para tantos?
“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias, los repartió y lo mismo hizo con los peces… Después de comer todo, se llenaron doce canastas con lo que había sobrado.”
(cfr. Jn 6, 11-12)
En este pasaje del evangelio vemos cómo las muchedumbres siguen a Jesús. La prédica de Jesús les cautivaba. Nos hubiera gustado mucho oír hablar al mismo Jesús, escuchar de Él mismo su palabra.
Cuando los sacerdotes predicamos, vemos el efecto que produce en los fieles la palabra de Dios. Nosotros predicamos con nuestra propia voz, cada uno de nosotros predica cómo es. Proyectamos en quienes nos oyen nuestra personalidad, nuestros sentimientos, nuestros conocimientos. Pero, todo eso viene enriquecido por la palabra de Dios.
Al Señor le prestamos todo, todo lo que somos. Somos instrumentos de Dios. Es Él quien habla y llega a los corazones de la gente. Si la gente nos sigue, no están siguiendo al padre tal o al padre cuál… están siguiendo a Jesucristo.
Es por eso por lo que los sacerdotes debemos ser santos, para no meter lo nuestro. Debemos ser Cristo y transmitir su palabra tal como es, sin cambiar ni una coma, nada, sin adulterarla, de modo que la gente no siga un líder político. Sino que siga a Jesucristo.
Todo sacerdote diocesano o religioso, joven o mayor de cualquier diócesis o prelatura, ha recibido el orden sagrado para ser Cristo y traer a Dios. Los fieles se llaman fieles, porque siguen a Dios, lo buscan, quieren escuchar su palabra, están dispuestos a cambiar de vida. Saben que Cristo tiene la virtud para curar y sanar, tiene la luz, para poder andar en la verdad.
Eso es lo que vemos en el pasaje del evangelio de hoy, a Jesús le siguen a donde vaya y están dispuestos a quedarse horas. No les importa el frío o el calor, el hambre o las incomodidades, les importa estar cerca de Dios y escucharle. Algo parecido vemos en las multitudes que quieren ver pasar al Papa, que es el Vicecristo. Incluso, si amanecen para verlo un segundo pasar.
EL MILAGRO DE LA MULTIPLICACIÓN
Cristo se preocupa por todos. Vio que esa muchedumbre no había comido y pregunta: ¿nadie tiene nada para dar de comer? Había un chico que tenía cinco panes y dos peces y la pregunta, ¿qué es eso para darle de comer a toda una multitud?
Y ese chico podía haber escondido esos panes y esos peces, para comérselos el solo. Pero, tenía fe y era generoso; tenía fe en el poder de Dios, en Jesucristo. De ese chico tenemos que aprender a darle a Dios lo que tenemos, sin quedarnos con nada.
Es entonces, cuando se produce el milagro de la multiplicación, para el asombro de muchísimos. Un milagro es algo extraordinario que ocurre en situaciones difíciles, cuando el ser humano no puede hacer nada y todo le parece difícil o imposible. Y Dios es todopoderoso y quiere lo mejor para nosotros.
Veía, en ese pasaje del evangelio de hoy, que la muchedumbre que le había seguido no tenían que comer. No era por un descuido, por una falta de previsión, era porque estar al lado de Jesús y escucharle era algo grandioso e importantísimo.
Y ellos querían recibir de Dios todo lo que Él les decía y se daban cuenta que era muy importante escucharle, que no podían perderse esa oportunidad. Y el Señor que ve la fe y el amor de esas personas, hace el milagro de la multiplicación de los peces y los panes, para que puedan seguir escuchándole.
Dios hace las cosas bien. Todos pudieron comer y estaban contentos. El chico de los peces y los panes estaba feliz viendo comer a los demás de lo que él tenía, de lo que él había aportado. Supo dar y el Señor multiplicó lo que tenía.
Habría comido más a gusto y se habría sentido utilísimo con ese milagro de la multiplicación. Seguro que muchos también le agradecieron el haber entregado esos peces y esos panes. Incluso, sobraron doce canastas, dice el evangelio.
DAR CON GENEROSIDAD
El Señor nos enseña que amar es excederse, ser magnánimos, no ser personas roñosas o demasiado estrictas que tienen todo medido. Hay que saber dar con generosidad y dar más, sin escatimar.
Como aquel mendigo de la historia que le pidió a Alejandro Magno ropa y comida y Alejandro Magno lo hizo dueño de cinco ciudades. Y se asombró aquel mendigo y le dijo: -Pero, si yo solo te pedía ropa y comida, ¿y tú me haces dueño de cinco ciudades? Y Alejandro le contestó: -Hoy me pides como quién eres, yo te doy como quién soy.
Así hace Dios con nosotros. Le pedimos, a veces, nuestras cositas, nuestros problemas, nuestras dificultades. Estamos allí, pues sufriendo por una pequeñez y de pronto, el Señor, nos da muchísimo más; esa es nuestra experiencia. Por eso, tenemos que agradecerle al Señor todo lo que nos ha dado. Ahora en la Pascua, Jesucristo ha dado la vida por nosotros y Jesucristo nos ayuda a llegar al cielo.
Vamos a resucitar con Él y a la vida eterna, que es una vida de felicidad eterna, ¿quién nos da más? La escritura dice, nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos, para que aprendamos de Cristo también, a darnos a los demás.
JESÚS NOS INVITA A LA CRUZ
¿Cuántos santos han aprendido la lección que Jesucristo les da? Y ahí están en el cielo, junto con Él, gozando de Dios. Es la meta a la que tenemos que llegar todos. Siendo felices en la tierra y felicísimos en el cielo. En la tierra tendremos que pasar, pues, por muchas tribulaciones, como aquellos apóstoles que en el día de la transfiguración se sintieron felices viendo a Jesús Transfigurado.
Pero, el Señor, les hace ver que, para poder llegar al Tabor hay que pasar por el Calvario, ¿no? Nos toca todavía en esta tierra la cruz. Jesucristo nos invita a la cruz. El esfuerzo, el sacrificio que tenemos que poner. Pasar por contrariedades, por tribulaciones, por dolores. El dolor es la piedra de toque del amor.
Y así caminando por este camino empinado hacia arriba, al final, pues, Dios, nuestro Señor nos espera en el cielo. Para tener esa felicidad total.
La Virgen lo aprendió muy bien y de ello también tenemos que aprender. A ella le llamamos la Madre del Amor Hermoso, porque fue muy generosa. También ella nos da muchísimas cosas, nos consigue los mejores regalos, Nuestra Madre, la Virgen desde el cielo.
A ella le pedimos que nos ayude a perseverar en este camino que lleva a ese lugar de felicidad, que es el cielo y que, nosotros también, como instrumentos de Dios, podemos llevar a muchísima gente, para hacerla feliz toda la eternidad.