¿Quién no conoce la historia de David y Goliat? Una de las mejores y más famosas del Antiguo Testamento. Te recuerdo algunos detalles de la historia, porque es la que nos va a ayudar hoy a hacer este rato de oración.
Los filisteos, los archienemigos de los judíos, los estaban asediando y tenían miedo, porque los filisteos eran grandes. Y había uno, especialmente gigante, que era Goliat y los retó: “A ver, envíen a alguien a pelear conmigo”.
Pero era muy grande y fuerte, así que les daba miedo enfrentarlo. Hasta que llegó un jovencito que le dijo al rey Saúl:
“»Señor, no se atemorice tu corazón por ese filisteo. Tu siervo irá y peleará con él». Pero Saúl le replicó: «Tú no puedes ir a pelear contra Goliat porque no eres más que un muchacho y él, un hombre adiestrado para la guerra desde su juventud».
David le contestó: «El Señor que me ha liberado de las garras del león y del oso me librará también de las manos de ese filisteo». Saúl le dijo: «Ve y que el Señor te ayude»”
(1Sm 17, 32-33. 37).
DAVID
Ahí termina ese primer párrafo, pero luego continúa el libro de Samuel hablando cómo Saúl, el rey, le dio a David su coraza y su espada. (La coraza es como un caparazón que usaban los antiguos guerreros para protegerse de la espada, de la lanza, de las flechas, para que no los traspasara, sino que se detuvieran ahí).
La coraza de Saúl era muy grande y David era un jovencito y, además, Saúl era muy grande. Era un hombre muy alto. Vemos en el libro de Samuel que Saúl le sobrepasaba por más de una cabeza a todo mundo.
Era alto y fuerte y, obviamente, su coraza le quedaba grande a David y su espada también le era muy pesada. Así que David quiso caminar un poco con la coraza y la espada del rey Saúl y no pudo.
Le dijo: “No, yo no quiero tu coraza, no quiero tu espada. Yo tengo otros medios para enfrentar al filisteo”.
“Tomó David el cayado que siempre llevaba consigo, escogió en el arroyo cinco piedras bien lisas, las puso en su morral y, con la honda en la mano, avanzó hacia el filisteo”
(1Sam 17, 40).
La honda es como un cinturón de cuero y en la orilla se ponía una piedra y con la otra orilla se sujetaba, se hacía girar y, de repente, uno cambiaba un poco el giro y hacía que la piedra saliera disparada.
Pues David va con esas armas a enfrentar al gigante.
“El filisteo se le quedó mirando y cuando vio que era un joven rubio y de buena presencia lo despreció y le dijo: “¿Soy acaso un perro para que me salgas al encuentro con palos y con piedras?”
(1Sam 17, 42-43).
Goliat, al ver a su adversario se sintió herido: ¿Cómo mandan a un niño a pelear contra mí? ¿Soy acaso un perro? Y la respuesta de David es mejor: “No, eres peor que un perro…” (eso sí calienta).
Goliat se enojó muchísimo con eso y le empezó a decir de cosas… y David también respondió, así que los ánimos se fueron caldeando. Hasta que ya Goliat se acerca a David para destrozarlo y dice el libro:
“Cuando el filisteo comenzó a avanzar contra David”
(¿Tú qué crees que pasó? ¿Qué David salió corriendo? ¡No!)
“éste corrió a su encuentro, metió la mano en el morral, sacó una piedra, la tiró con la honda e hirió al filisteo en la frente. La piedra se le clavó en la frente y el filisteo cayó de boca por tierra”
(1Sam 17, 48-49).
Así venció David al filisteo. Todos los filisteos se llenaron de miedo y salieron corriendo y ese día ganó el pueblo de Dios, porque fue guiando a este hombre que fue dócil a Su voz, que lo supo escuchar y que confió en Él.
DAVID GANÓ PORQUE DIOS ESTABA CON ÉL
Porque lo escucha, porque lo obedece. No es magia, porque efectivamente David tomó medios.
No tomó los medios que le ofrecía Saúl: la coraza y la espada, sino que tomó los medios que él entendió que Dios quería que utilizara; los medios que él sabía usar. Los medios que tenía a la mano, los que conocía: “usa eso que tienes y con eso vas a vencer. Confía en Mí porque Yo te envío”.
David, tanto confiaba en Dios como acabamos de leer, que corrió al encuentro de Goliat, no huyó y mantuvo la serenidad para poder usar la honda en la presencia del enemigo y utilizarla con precisión.
Podemos pensar que esta historia, efectivamente, es muy entusiasta, muy bonita, pero es muy lejana a nosotros.
LOS GIGANTES
Ahora no hay gigantes, ahora no hay reyes, ahora no hay soldados escogidos por Dios, pero pensemos un poco en el sentido espiritual de la narración y podemos pensar en los gigantes que no podemos vencer:
Algún defecto personal, algún propósito que entendemos es importante sacar adelante para nuestro bien o para el bien de la gente cercana a nosotros y que, a pesar de que nos lo hemos propuesto varias veces, no sale adelante. Es como un gigante que no podemos vencer.
El trato con alguna persona cercana; que es importante llevar bien la fiesta y no llevamos la fiesta en paz, sino que hay fricciones, hay pelea… Algún mal hábito que tengamos, algún vicio…
Todo eso son gigantes que muchas veces nos atemorizan y nos paralizan, como estaban los judíos frente a Goliat.
ENFRENTAR A LOS GIGANTES
“Y Tú Señor quieres que venzamos. Tú has venido aquí a la tierra para salvarnos, para liberarnos, para darnos Tu paz, la paz de Dios. No quieres que tengamos, que estemos angustiados, que estemos huyendo, sino que sepamos enfrentar a esos gigantes y que los venzamos.
“Quizá no del modo como nosotros nos lo imaginamos, sino de un modo mucho mejor, porque Tú no pierdes batallas, porque Tú sacas cosas buenas de cualquier cosa y Tú quieres, realmente, que venzamos -sobre todo- a esos gigantes que tienen que ver con nuestra vocación. Por ejemplo, en el matrimonio”.
El matrimonio es una vocación, un camino de santidad y ahí hay dificultades, a veces, con el cónyuge, a veces con los hijos, a veces con alguna situación en particular.
Igualmente, en nuestro trabajo; o sea, cosas que sabemos que es voluntad de Dios que saquemos bien, que saquemos adelante. Nuestro trabajo, nuestras amistades, si tienes alguna vocación particular, distinta, también.
SABER ESCUCHAR AL SEÑOR
“Todos esos obstáculos que se pueden presentar contra ella, Tú Señor quieres que lo superemos.
“Ahora lo importante es que sepamos escucharte, que sepamos oírte y poner los medios que buenamente entendemos quieres que pongamos”. Los medios que podemos poner como David. ¿Qué medios puso? Los que estaban a su mano. Empleó su inteligencia y se dejó llevar por Dios.
“Yo también Señor, que ponga todo lo que está de mi parte, pero que confíe mucho en Ti, sabiéndote escuchar”.
Por eso, es importantísimo que dediquemos estos ratos a la oración. Quizá, al terminar estos 10 minutos, dejar un ratito en silencio, unos cinco minutos en silencio total para que Dios me pueda hablar. “Para darte oportunidad Señor de decirme alguna cosa, quizá, más personal”.
Y así, como David confió en Ti, podemos pensar en la Virgen María también que escucha la voz de Dios y confía en Él.
Madre nuestra, ayúdame a saber escuchar la voz de Dios. A saber, confiar en Él para, poniendo lo que está de mi parte, pueda vencer esos gigantes en mi vida interior.