LAS PUERTAS DEL CIELO PUEDEN ESTAR CERRADAS
Hoy le vemos en el Evangelio de la misa esta parábola de las vírgenes prudentes que llevaron aceite y las vírgenes llamadas necias que no lo hicieron, y que cuando llegó el novio a la boda no pudieron entrar.
Acaba así el Evangelio:
“mientras las necias se fueron a comprar el aceite, llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta”
(Mt. 25, 10).
Podría haber acabado aquí la parábola, sin embargo, continúa. Es como cuando en las películas, después de las letritas, pues sigue la trama. Dice:
“Más tarde llegaron también las otras doncellas diciendo: Señor, Señor ¡ábrenos! Pero él respondió: Os lo aseguro, no os conozco”.
(Mt 25, 11-12).
Me quería detener ante esta parte final de la escena después de las letritas. Hay un interés final por parte de estas chicas, hay un deseo de participar del festejo, del contento, de acompañar al novio. Es un anhelo que tenemos todos de ser felices de manera actual, presente, hoy, pero también para siempre.
Queremos una felicidad duradera. A todos nos pasa que sentimos ese, como digo, anhelo. Entonces viene este último intento. Me recuerda a mis alumnos en la universidad que después de un examen, han tenido problemas y entonces buscan al profesor.
Y bien, pues es un intento que podría ligar: “Señor, Señor ¡ábrenos!”. Están ahí, quieren. O sea, por último, tampoco es tan importante la lámpara. Estamos aquí y queremos compartir contigo. Pero él respondió: “Os lo aseguro, no os conozco”. Y antes se ha dicho que se cerró la puerta y por lo tanto la voz sale, -no había intercomunicador, sale pues de dentro- y la puerta no se abre.
Esto nos lleva a pensar que hay una posibilidad que las puertas, cuando a nosotros nos toque partir de este mundo, estén cerradas. Esto es una posibilidad. Las puertas en la vida eterna, en el cielo, pueden estar cerradas. Y puede venir esta respuesta también: “No te conozco”. Esto es una afirmación que nos suele ofender.
A mí me ha pasado -y pido perdón públicamente- que alguna persona se me ha acercado muy cariñosamente a saludarme. Yo la verdad, porque tengo mala memoria, le he preguntado “quién eres”, y he notado que ha supuesto una ofensa, una tristeza, que no he querido causar. Pero, que la otra persona efectivamente ha acusado recibo de que yo no la tenga ubicada, presente en mi memoria. Y bueno, ya digo, reitero mi petición de perdón.
SIGNIFICADO BÍBLICO DE “CONOCER”
Que este evangelio nos ayude a pensar en que ese deseo de ser felices para siempre requiere que, en el presente, nosotros tengamos un comportamiento que precisamente sea fácil que en ese momento nos abra la puerta. ¿Por qué? “Porque tú, Señor, me conoces”. Y entonces, esta frase -conocerme o no conocerme- pues sí resulta siendo relevante y vamos a dedicarle un ratito.
Quizás nos acordemos de que dice en el Génesis que:
“conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz” (Gen 4, 1).
Esto significa que, en la Biblia, conocer no es hacer un acto intelectual de incorporar una noción, un concepto a mi cabeza. Es un acto de amor por el cual yo me vínculo con la persona a la que amo -a la que conozco-, y entro a formar parte de su vida y esta vida queda fecundada. O sea, hay más vida a partir de ese conocimiento.
A ver si no me sale esto como muy teórico. O sea, el conocer a alguien según el mensaje cristiano es enriquecerme yo con tu conocimiento y que tú te enriquezcas con el mío, de manera que somos un poco un tesorito de los demás y los demás son un tesorito para mí, aquellos a quienes conozco.
También la misma Virgen María cuando fue visitada por el arcángel San Gabriel, responde:
“¿Cómo será esto si no conozco un varón?”
(Lc 1, 34).
“Conozco varón” no significa que no he visto nunca un varón. La Virgen María, como cualquier chica, tenía hombres en su familia y en su entorno; tendría amigos y de hecho estaba casada con san José. O sea que este “no conozco varón” no lo podemos entender de una manera literal. Está diciendo, efectivamente, no conozco tanto a ningún varón que pueda yo concebir al Hijo de Dios en mis circunstancias actuales.
“Entonces, cuando nosotros entramos en conocimiento tuyo, Jesús, y nos dejamos conocer por ti, podemos decir que ya estamos entrando en el Cielo. También en esta vida. O sea, que yo ahorita estoy participando ya de ti y por tanto estoy participando del Cielo.
Y entonces es imposible, Señor, que Tú me puedas decir: No me conoces, porque hoy me estás mirando y me estás oyendo me estás amando, me estás conociendo. Lo he dicho al comienzo: “creo firmemente que me ves y que me oyes”, y Tú no eres amnésico, por lo tanto, recibes mi información y no te la olvidas. Entonces, ser conocido por ti, Señor, es ser amado y eso es inolvidable para para ti.”
Lo que está diciendo aquí: “No os conozco”, significa: “No me has dejado quererte”.
Tenía una cita que me dejó pensando: “Amar a alguien es decirle: Tú no morirás jamás”.
“Pues Señor, esto es lo que en este evangelio nos dices a cada uno de nosotros. Y quién puede decirlo si no Tú, porque ¡claro! una persona aquí en la Tierra puede decir a las personas que quiere: Tú no morirás jamás, pero eso no afecta a la realidad. En cambio, que Tú me lo digas, Señor, que Tú nos lo digas a todos los que estamos haciendo este rato de oración, es un compromiso, es algo que viene avalado con todo tu poder, con tu omnipotencia.
“Por tanto, te quiero agradecer, Señor, que te hayas fijado en mí, que me quieras, porque me estás ya conociendo y me estás diciendo que vamos a estar juntos para siempre y que por eso mismo no moriré jamás. No moriré de una manera definitiva.
Vamos a pedirle a nuestra Madre, la Virgen Santísima, que nos ayude a caer en la cuenta de la importancia de ser siempre conocidos por Dios y amados por Él.
Te doy gracias, Señor por haberte fijado en mí, por conocerme y amarme.