¡TENEMOS DERECHO A EQUIVOCARNOS!
Era eso, tú lo sabes Jesús, que era eso lo que pensaba preparando esta meditación. Ya sé que es como gritar lo evidente, pero es que cuantas veces se nos olvida lo más obvio.
Todos somos de carne y hueso. Todos: aciertos y desaciertos, virtudes y debilidades. Y esas imperfecciones, esos defectos, esas carencias no es que sean “privadas” …: muchas son visibles, hasta vergonzosas…
Todos tenemos nuestro pasado y nuestro presente… Todos andamos por la vida llenos de cicatrices… Algunas duelen todavía…
A veces (es curioso cómo me pasa cada cierto tiempo) hay quienes me preguntan un tanto preocupados o preocupadas: “Padre, ¿esto solo me pasa a mí…?” Y respondo: “Siento decirte que no eres tan original…: ¡nos pasa a todos!”
Por eso leer el Evangelio hoy, al mismo tiempo que consideramos al santo que la Iglesia celebra en este día, es muy aleccionador.
Porque tú Jesús dices:
«Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará.
A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados».
Sobre todo, estas últimas cosas que dices son imponentes, parecen cosas de superhombres. Pero, como te decía, hoy la Iglesia nos propone dirigir nuestra mirada a uno de los personajes que encarnaron esta misión que Jesús les encomienda a sus primeros discípulos.
Se llamaba Juan o Marcos o Juan Marcos. No formaba parte de los 12 apóstoles. Pero todo apunta a que fue uno de los primeros seguidores de Jesús.
Su madre se llamaba María y sabemos que tenía un primo que se llamaba Bernabé. Parece que su familia contaba con medios económicos. Muchos aseguran que el cenáculo, donde Jesús celebró la Última Cena, pertenecía a la familia de Marcos. Que el huerto de los olivos que conocemos como Getsemaní, también les pertenecía.
O sea, él estuvo ahí al principio y al final, en esas horas tremendas. No supo estar a la altura, si lo queremos ver con ojos humanos, porque qué fácil es prestar la casa, pero qué difícil es estar dispuesto a entregar la vida… Marcos huyó, como los demás.
Lo cuenta él mismo en su evangelio: tan desesperado estaba por huir que cuando llegó Judas con aquellos soldados para apresar a Jesús
«lo abandonaron y huyeron todos. Y un joven, que se cubría el cuerpo tan sólo con una sábana, le seguía. Y lo agarraron. Pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo»
(Mc 14, 50-52).
¡Qué vergüenza! ¡Huyó desnudo!
Pero, seguro que cuando hacía memoria, le avergonzaba más el hecho de haber abandonado al Maestro que el haber andado desnudo por allí a medianoche por las calles de Jerusalén.
ACIERTOS Y ERRORES
Todos: aciertos y desaciertos, virtudes y debilidades al desnudo, tenemos nuestra historia con sus rincones, o incluso con sus avenidas, vergonzosas…
Pero, a pesar de la vergüenza, con un sano realismo, Marcos corrigió el rumbo y se mantuvo fiel.
En los Hechos de los Apóstoles se cuenta que, después de ser liberado de la cárcel por un ángel, san Pedro
se dirigió a casa de María, madre de Juan, de sobrenombre Marcos, donde estaban muchos reunidos en oración (Hch 12, 12).
Es la primera vez que la Sagrada Escritura menciona el nombre de Marcos.
Después aparecerá con su primo san Bernabé con el que se unirá a san Pablo en la tarea de la propagación del Evangelio. «Viajó con ellos a Antioquía de Siria. Bernabé y Pablo predicaban
«la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, teniendo a Juan por auxiliar»
(Hch 13, 5).
Pero terminada una primera fase de evangelización en Chipre, Marcos no se encontró con ánimos de seguir aquella incómoda y aventurada labor apostólica, y decidió abandonar a sus compañeros y volverse a casa. Esta falta de entereza disgustó a Pablo.
Tanto le disgustó que tiempo después, cuando Pablo comentó a Bernabé su deseo de visitar a las comunidades cristianas en todas las ciudades donde habían estado antes predicando la palabra del Señor, para ver cómo se encontraban, a Bernabé le pareció bien, pero quiso que los acompañara Marcos.
tarea evangelizadora, dejándoles solos.
Ya se ve que la discusión no fue pequeña, porque el desacuerdo entre los dos hizo que se separaran uno del otro. Entonces Bernabé tomó consigo a Marcos y se embarcó para su Chipre natal” (cfr. Semana Santa y Pascua 2022, con Él. Abril 2022, Jesús Azcárate Fajarnés).
RECTITUD DE VIDA
O sea, Juan Marcos, sigue siendo una mezcla de cobardía y de entrega, acompaña y abandona, acierta y desacierta…
Pero todos somos de carne y hueso y eso lo entiende muy bien Bernabé y lo entenderá muy bien Pablo más tarde. Porque Marcos será uno de los más constantes y valiosos ayudantes de Bernabé, Pedro y Pablo. San Pedro, en su Primera Carta, lo considera como hijo predilecto en la fe.
El mismo san Pablo, en su segunda carta a Timoteo, alaba la eficacia de su ministerio.
“No deja de ser un gran consuelo y un motivo de esperanza para muchos de nosotros contemplar esa andadura de san Marcos hacia la santificación cristiana.
A pesar de nuestras flaquezas, de las faltas de reciedumbre tal vez de nuestros años pasados, podemos, como él, confiar en que la gracia de Dios, el cuidado materno de la Iglesia y los servicios abnegados que en adelante prestemos a la Iglesia, pueden hacernos servidores fieles e instrumentos útiles para el apostolado” (cfr. Semana Santa y Pascua 2022, con Él. Abril 2022, Jesús Azcárate Fajarnés).
San Jerónimo dijo que: “Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, a ruegos de los hermanos que vivían en Roma, puso por escrito su Evangelio, según lo que había oído predicar a Pedro.
El mismo Pedro, habiéndolo escuchado, lo aprobó y lo entregó con su autoridad para que fuese leído en la Iglesia. Después, tomado el Evangelio que había escrito, Marcos marchó a Egipto y, anunciando a Cristo por vez primera en Alejandría, fundó la Iglesia con tanta doctrina y rectitud de vida, que con su ejemplo arrastró a muchos a seguir a Cristo.
CON DERECHO A EQUIVOCARSE
Ese es Juan Marcos, san Marcos evangelista. Predicó el evangelio. Es más, lo puso por escrito para todos nosotros. Probablemente a su predicación le acompañaron algunos de los milagros que Jesús menciona en el Evangelio de hoy.
Pero esto no quita que haya sido un hombre de carne y hueso. Y, por eso: con derecho a equivocarse. Todos tenemos derecho a equivocarnos, como los santos. Y todos tenemos derecho a recomenzar, porque todos podemos (y debemos) ser santos.
Si san Marcos estuvo desde el principio es seguro que conoció a santa María, nuestra Madre. Y Ella, como Madre, vería, por encima de sus defectos, sus virtudes. Le sonreiría y le animaría cada vez que se equivocaba, porque sabía perfectamente que todos tenemos derecho a equivocarnos…