Escuchamos a Jesús decir:
«No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor.
Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su misma casa. No les tengan miedo…» (Mt 10, 24-26).
Mira, Señor, la verdad es que nos pueden llamar de todo. Así lo hicieron contigo, Señor. Contigo se equivocaban rotundamente. No hubo ni habrá una persona tan pura, una mirada tan limpia, un corazón tan grande y delicado como el tuyo. Como lo dice el poeta:
“Tú eres la estrella pura de este valle de lágrimas / tú eres el buen pastor de infinitos rebaños (…) / aquel por la mención de cuyo nombre Jesús / mil demonios salen gritando del corazón humano / tú eres el que tranquilamente come y bebe con los pecadores y el único que les da válidamente la absolución / y su alimento dulce en la boca y más dulce en la eternidad / tú eres la imagen más adorable jamás pintada (…) / tú eres la inmensidad de todos los amores” (El libro de la Pasión, José Miguel Ibáñez Langlois)
¡Qué bien lo dice! Así que: todo lo que dicen de Ti esos pobres hombres es una equivocación rotunda; es una tontera mayúscula; es blasfemia (aunque todavía ellos no sean del todo conscientes del tremendo error en el que están metidos).
Pero, Jesús, si lo dijeran de nosotros (si lo dijeran de mi), Jesús, bien sabes que no se equivocan del todo…
Porque teniendo tan buen pastor nos descarriamos, porque teniendo tu nombre al alcance de nuestros labios, no lo pronunciamos y los demonios hacen casa en nuestros corazones. Bien podrías sacarlos gritando de allí si te abriéramos el alma para recibir tu absolución.
Pero a veces nos empeñamos en guardar nuestros secretos, en ir deformando esa imagen tuya que también somos cada uno y volteamos a ver a otro lado, incluso pudiendo acudir a la confesión no lo hacemos por vergüenza… Por eso, lo acepto, no se equivocan a veces cuando a nosotros nos llaman así…
NO DEBERÍAMOS TENER MIEDO
Nos pasa como en la novela: El retrato Dorian Gray (no sé si la has leído)… Resulta que a Dorian Gray un amigo le pintó un retrato. Siendo Dorian un gran hedonista y dándose cuenta que, tarde o temprano, iba a perder su belleza, desea tener siempre la edad de cuando su amigo Basil le pintó en el cuadro.
Y sucede que él mantiene siempre la apariencia del cuadro, pero su retrato envejece en su lugar. Su búsqueda de placer le lleva al desenfreno, al pecado. Pero el retrato sirve como recordatorio de los efectos que eso produce en su alma.
Él no envejece, no tiene cicatrices ni arrugas… porque el cuadro absorbe todo lo que le pasa; es allí donde queda en evidencia la carga de su envejecimiento y sus pecados. Hasta que llega un momento en que no soporta verlo y lo esconde ¡porque le da miedo!
Nosotros no deberíamos tener miedo, porque estás Tú, Jesús. Y eres la inmensidad de todos los amores y el que nos puede limpiar. Redibujar en nosotros todo eso que ha sido deformado…
Sería absurdo ocultarnos de Ti, cuando eres quien puede restaurarnos el alma. Que el alma así como la tenemos, la pueden llamar de mil maneras, nos pueden decir mil cosas. Siguiendo con esta imagen de la obra de arte me acordaba de lo que comenta un autor:
“Un fresco magnífico había sido cubierto con argamasa: un accidente feliz hace caer un día la argamasa y reaparece la pintura con toda su belleza. Pero, ¿quién quitará las manchas dejadas por mil menudos restos del mortero? ¿Quién retocará los pequeños detalles para devolver al cuadro la frescura y el primor de su primera hermosura? (…)
Es preciso un artista, y un artista de la talla del primer maestro; cualquiera otro que se ponga a retocarlo corre riesgo de causar en el cuadro daños irreparables.
Mi alma es la imagen de Dios, cuadro magnífico donde el mismo Dios ha pintado su semejanza. Por el pecado original, primero, y después por el pecado mortal, la imagen de Dios ha sido cubierta y su semejanza destruida.
Una vez el Bautismo y más tarde la Penitencia han hecho que vuelvan a aparecer los rasgos de la semejanza divina; pero, ¡ah, cuánto detalle sucio! ¡Cuántas manchas quedan todavía! ¿Quién las quitará? Únicamente Aquel que ha hecho el cuadro; sólo Él es bastante hábil para retocarlo.
Y en efecto, Él se reserva hacer esta operación: nadie toca al alma más que Dios. El que la hizo es el único que puede rehacerla” (Joseph Tissot, La Vida Interior).
TE NECESITO A TI, JESÚS
Necesito al Artista divino. Te necesito a Ti, Jesús, que ya me conoces…
Por eso tus palabras calan en el alma cuando dices:
“Porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse”
(Lc 8, 17).
Se me venía a la cabeza una escultura muy famosa de Bernini llamada: “La Verdad”. Es una mujer que (se ve) estaba cubierta por una tela (un ropaje) que ha sido quitado por el viento, dejándola a ella (la Verdad) al desnudo, quedando únicamente con una especie de sol, al que sostiene entre sus manos, que simboliza que la verdad es descubierta con el tiempo.
Todo llega a ser descubierto, no hay secreto que no llegue a saberse. La verdad, al final, queda al desnudo…
¡Hay que abrir el alma, desnudarla ante Dios! No vale la pena esconder nada. ¡Él sabe! ¿Qué le vamos a ocultar?
No nos deberían dar miedo nuestros defectos, nuestros pecados, ver ese cuadro tipo Dorian Gray que se puede haber ido formando en nuestro interior. Nos debería dar miedo, en todo caso, no tener a nadie a quién acudir…, nadie que nos ayude…nadie que nos pueda rescatar…
Por eso Jesús insiste:
«No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno»
(Mt 10,28).
LA PAZ DESPUÉS DE LA CONFESIÓN
Contaba uno que tenía un amigo al que le animaba a confesarse, pues no lo había hecho desde hacía un tiempo. Pero siempre se encontraba con excusas o negativas. Hasta que un buen día recibió la llamada de que su amigo estaba en el hospital, había sufrido un accidente. Solía ir en moto de la casa al trabajo y resulta que chocó y salió volando.
Perdía y recobraba la conciencia, como flashazos, como abrir y cerrar los ojos. “Vi que se asomaba alguien que estaba por allí (un desconocido), luego vi que aparecía la cara de un bombero (empecé a preocuparme), luego vi que estaba en la cama de un hospital y que aparecía la cara de mi esposa (caí en la cuenta de que estaba muy mal).
Pero ¿sabes? En todo momento estuve con una gran paz, tranquilo; porque justo el día antes te había hecho caso y me había confesado…”
Este hombre lo tenía claro: hay cosas que pueden matar el cuerpo, pero son peores las que matan el alma. Y él había acertado justo el día antes…
Por eso tú y yo nos arrodillamos y le pedimos perdón a Jesús de nuestros pecados… Le abrimos el alma, le mostramos las heridas (algunas tienen pus, huelen mal), Él ve nuestros miembros entumecidos, algunos de nuestros males nos dan vergüenza, pero no los escondemos porque queremos que nos cure…
Jesús, que lee el interior, que lee los corazones, nos pregunta ¿y qué más…? ¿Y esto, y esto otro…?
Y como artista divino, como estrella pura de este valle de lágrimas, como el buen pastor de infinitos rebaños, nos da la absolución a través del sacerdote y mil demonios salen gritando del corazón humano ante la imagen más adorable jamás pintada, ante la inmensidad de todos los amores que conoce todos nuestros secretos y que se muere (muere literalmente) por perdonarlos.
Le pedimos a nuestra Madre Santa María, Refugio de los pecadores y Espejo de justicia, que nos quite cualquier vergüenza. Que nos ayude a ser transparentes ante su Hijo, que desnudemos el alma para que pueda ser limpiada a fin de que se refleje en ella, como en un espejo, la imagen de Jesús.