EL MEJOR CONSEJO: HACER ORACIÓN
Quiero comenzar este rato de oración con una anécdota que me gustó mucho del Cardenal Angelo Comastri, Cardenal Angelo (en este momento, no sé… tiene como 80 y tantos años…).
Actualmente es el arcipreste emérito de la Basílica de San Pedro y Vicario General emérito de su Santidad para la ciudad del Vaticano, un cardenal italiano.
La anécdota cuenta que se encontró, recién ordenado sacerdote, con la madre Teresa de Calcuta y le pregunto: – Madre, ¿qué me recomienda hacer como sacerdote? Y ella le dijo que lo que tenía que hacer era media hora de oración todos los días.
Él contaba, que realmente no lo hacía y que se contentaba con rezar el rosario, la liturgia de las horas, las vísperas, celebrar la misa, etcétera. Pero que a partir de ese momento se propuso hacer media hora de oración todos los días.
“Señor, la oración, después oración y después oración. El mejor consejo siempre, siempre la oración. Por eso, ayúdanos a valorar muy bien a hacer oración, no solamente escuchar los audios, no; sino realmente meter la cabeza y el corazón en ese diálogo personal con Jesús, 10 minutos con Jesús.” ¿Verdad? ¡Muy bien!
El Evangelio de la misa de hoy, es del capítulo 10 de San Mateo. He querido mirar un poco el contexto, antes del capítulo 10, el Señor habla de la necesidad de tener buenos pastores, incluso dice:
“Rueguen, por tanto, al señor de la Mies que envíe obreros a su mies.”
(Mt 9, 38).
Es una petición que nos sugiere el Señor: “Rueguen”; para que tengamos buenos obreros.
Inmediatamente después sigue la elección de los doce. Y yo pensaba, pero ¿cómo así? Si vamos ya en el capítulo 10 de san Mateo, ¿cómo así que hasta ahora el Señor apenas elige a los doce? Entonces claro, mirando un poco el Evangelio, los doce apóstoles ya andaban con Jesús, pero todavía Jesús no los había llamado apóstoles, todavía eran discípulos. Antes, en el Evangelio, aparece como discípulos, discípulos, discípulos… pero a partir del capítulo 10 ya los llama apóstoles.
Inmediatamente después de la elección de los doce apóstoles -inmediatamente-, Jesús los envía a la misión apostólica, que es justo lo que aparece hoy en el Evangelio, la misión apostólica.
“¿Jesús, para qué será que Tú pides que recemos por esos buenos pastores? ¿Para qué rezaste Tú por esos buenos pastores que ibas a elegir? Y quiero creer, Señor, que Tú rezaste, para que ellos pudieran, primero, responder a la llamada; luego aceptar la llamada; y finalmente seguir la misión.”
Porque eso es una vocación, es una llamada, uno debe aceptarla y uno debe seguir esa misión que pone Dios, que encomienda Dios. Y también para que esos pastores tengan la disposición de guiar a otras almas.
“Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus inmundos y para curar todas las enfermedades y dolencias.
Los nombres de los doce apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que le entregó”
(Mt 10, 1-4).
PRIMERA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES
Inmediatamente después la misión. A estos doce los envió Jesús después de darles estas instrucciones:
“Id y proclamad que ha llegado el Reino de los Cielos.”
(Mt 10, 7).
Eso aparece en el Evangelio.
Y un primer punto, en el que me quería detener para hacer este rato de oración, es descubrir la clave del cristianismo, descubrir en este mundo la manera de vivir ya en el Reino de los Cielos.
Porque claro, Jesús no envía a los apóstoles para decirles: – oigan, vayan a todas partes y digan que el mundo ya se va a acabar y que se va a instaurar el Reino de los Cielos y que ya este planeta va a dejar de existir… ¡No! ¡Ya, en este mundo!
Jesús vino a instaurar, en este mundo, el Reino de los Cielos. Y a nosotros, cristianos, nos correspondientes descubrir la manera de instaurar nosotros mismos – con la gracia de Dios, que recibimos el bautismo- el Reino de los Cielos.
Y ahora me acordaba de esas películas en las que hay varios mundos, hay varios planetas, no sé… Star Wars, por ejemplo. Y siempre hay un mundo en el que hay que vivir, porque es un mundo donde hay paz, donde hay luz, donde hay tranquilidad. En cambio, otros mundos que son mundos oscuros, donde hay guerras y donde hay violencia; pero siempre hay un mundo pacífico, un mundo donde siempre el protagonista quiere volver y vivir e instaurarse allí, porque hay paz.
“Pues nosotros, Jesús, no tenemos otro mundo, sólo tenemos este y es en este mundo donde Tú quieres instaurar el Reino de los Cielos, entre nosotros.”
Después de decirle esto a los discípulos, el Señor les dice lo siguiente -y es en esto donde más me quería detener, pero veo que pasa el tiempo-:
“-Gratis habéis recibido, dad gratis. No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento”
(Mt 10, 8-10).
Yo me imagino, en este momento, mientras Jesús le decía esto a los apóstoles y ve como ellos van abriendo los ojos y dicen: uy, pero entonces, ¿cómo así? ¿Qué nos vamos a llevar?
DESPRENDIMIENTO DE LAS COSAS MATERIALES
Es normal que ellos hayan pensado, no sé, en su túnica, en sus sandalias, en su bastón… Nosotros, ahorita, en qué pensaríamos. “Ay, Señor, cómo así, ¿no podríamos llevar el celular? …”.
El Señor se da cuenta realmente de lo que a nosotros nos cuesta entregar. Y ¿por qué será que nos pide que entreguemos eso? Vale la pena pensarlo.
“Señor, ¿a mí que me costaría que me pidieras… a mí que me costaría que Tú me dijeras…? ¿Oye, entrégame esto…? O sabes que, para tu misión apostólica, no estés tan apegado a esto…, despréndete de esto. ¿No?
¿Cuál sería para nosotros la túnica, las sandalias, el bastón? ¿Ahora, que serían esas cosas para nosotros?
Me acuerdo de una anécdota personal -que pena que cuente esto-, pero me voy a lanzar a contarlo. Cuando me fui a Roma para estudiar allí las materias de filosofía y teología, viví en un centro interregional de formación; que en el momento en el que estoy estudiando para ser sacerdote, se le podría llamar un seminario.
Y entonces, cuando llegué, a las pocas semanas, quién me dirigía espiritualmente me invitó a fijarme en qué cosas de las que tenía no utilizaba o de qué cosas me podía desprender. Yo me fijé y efectivamente tenía muchos “chécheres” -así se le dice por aquí a esas cosas- “muchos chécheres”.
Dije, pues yo no necesito esto… De repente apareció en el armario unos binoculares que compré en el aeropuerto, con los últimos pesos colombianos que me quedaban. Porque claro, yo me iba a otro país y ya no necesitaba pesos colombianos, entonces dije qué hago con estos pesos que me sobran y me compré unos binoculares, con la ilusión de ver al Papa, de ver la cúpula de San Pedro… qué se yo, no sé… Pues dije, no, esto yo no lo necesito, entonces entregué esos binoculares.
Tenía también un portamonedas, no necesitaba el portamonedas; un llavero de Vélez, una marca de cueros muy buena, también dije yo no necesito esto, yo ya no necesito llaves; y tenía un aparatico que reproducía mp3 también dije, no, esto tampoco lo necesito.
En todo caso, a la vuelta de las semanas me empecé a dar cuenta de la utilidad que empezaron a tener esos objetos, esos chécheres. ¡Impresionante! El mp3, por ejemplo, comenzó a servir para unos shows que teníamos allí internacionales de música y de talentos.
También ese llavero de Vélez se utilizaba para cargar un manojo de llaves con el que se abrieron y cerraron las puertas, hay en toda la casa… en fin. Los binoculares los pidió al Niño Dios, una vez, un mexicano y se los vi utilizándolos y porque le gustaba mucho visualizar los pájaros.
En fin, yo estaba muy contento, la verdad, por ver que todas esas cosas, todos esos chécheres tuvieron una utilidad diferente.
LIBERTAD EN EL CORAZÓN
“Y para la misión apostólica, Señor, Tú nos pides que nos desprendamos de las cosas que utilizamos y sobre todo a las cuales estamos apegados.” Porque así, verdaderamente tendremos libertad en el corazón. No estaremos atados a nada.
¿Qué es lo que más nos ata? “¿Qué es lo que más me ata, Señor? Ayúdame a renunciar a todo eso que me impide ser un discípulo realmente entregado a Ti.
Quiero terminar con unas palabras del Prelado del Opus Dei, el segundo sucesor de San Josemaría, Monseñor Javier Echevarría, que me ordenó a mí sacerdote. Que realmente me ayudan a entender lo que es la virtud del desprendimiento. Mira lo que decía él en 2015:
“El desprendimiento de los bienes materiales resulta imprescindible para progresar en la vida interior; si se descuida, el corazón queda poco a poco atado por cadenas que, aunque parezcan de oro, no dejan de ser lazos que dificultan o impiden la unión con Dios.
No digo que no estemos al día: no podemos vivir como en el siglo X. Pero no queramos ir siempre a la moda, disponer del último modelo de este o de aquel instrumento. La moda hay que vivirla con pobreza y sobriedad. Y así también ayudaremos a otros a estar desprendidos.”
(Autógrafo de don Javier, septiembre de 2015).
Pero claro, ¿cuál es la clave del desprendimiento y de la pobreza? La vida interior. Resulta imprescindible para progresar en la vida interna, esa es la cuestión y eso, Señor, es en lo que me he querido detener para meditar en este rato de oración.
Vamos a acudir a la santísima Virgen a pedir su ayuda, su intercesión y su protección.