DIOS TE ESCOGIÓ A TI DESDE TODA LA ETERNIDAD
Ayer comenzamos el año celebrando la fiesta de la Maternidad Divina de María, que nos recordaba que María es verdaderamente la Madre de Dios, no sólo de Jesús como hombre, porque no podemos separar en Jesús su divinidad de su humanidad.
Si Jesús es verdadero Dios y Hombre perfecto, entonces María, al ser la madre de Jesús, es también la Madre de Dios.
Pero no solo es Madre de Jesús, sino también es Madre nuestra, porque Jesús nos la dio en la Cruz. Y es también Madre nuestra, porque es Madre de Jesús, de quien tú y yo, por el Bautismo, llevamos su vida en nosotros.
Te cuento esto, porque hoy el Evangelio narra cuando Juan Bautista está bautizando en el Jordán. Y pienso que no es casualidad, sino que al hablar de Juan Bautista y del bautismo en el segundo día del año, pues tiene que ver con lo más importante en nuestras vidas… con el sentido más profundo de nuestra identidad de hijos de Dios.
Por qué Juan es el que prepara a los hombres para el encuentro con Jesús, y esto es la experiencia decisiva para cualquier cristiano: encontrarse con Cristo.
Es lo que señalaba el Papa Benedicto con mucha fuerza al inicio de su pontificado. Unas palabras que seguro has oído muchas veces, pero que te las quiero volver a leer.
ENCONTRARNOS CON CRISTO
Te acuerdas cuando decía: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida; y con ello, una orientación decisiva”.
Pues algo que el Papa Francisco nos ha querido también recordar desde el mismo comienzo de su pontificado, cuando decía:
“Invito a cada cristiano en cualquier lugar y situación en que se encuentre a renovar ahora mismo, su encuentro personal con Jesucristo, o al menos a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”.
Bueno, pues con estas palabras del Papa, yo te animo a empezar también así el año: a que renueves tu lucha por dejarte encontrar por Jesús, por encontrarte con Él, por intentarlo cada día sin descanso.
Cada uno de estos trescientos sesenta y cuatro días. Y te propongo que comiences con esta pregunta ¿Para mí quién es Jesucristo? ¿Qué supone Jesucristo en mi vida? Ahora, hoy…
Es una consideración que de alguna manera como que calibra la puntería, como la puntería de nuestra fe.
Pero antes de esta pregunta, hay otra también muy importante que es inseparable, y es: ¿quién soy yo para Jesucristo? ¿Quién soy yo para Jesucristo?
No sé si te acuerdes de una telenovela mexicana que se llamaba Chispita, en la que salía una actriz y cantante que se llama Lucero (que en aquel entonces era una niña chiquita).
La esencia de la telenovela era que estaba en la búsqueda de su mamá y al final de la novela iba armando como el rompecabezas en el que salían de espaldas ella y su mamá tomándola de la mano.
EN BUSCA DE NUESTRA IDENTIDAD
Bueno, pues esto tiene sentido porque es también el camino de nuestra vida, es ir armando el rompecabezas de quién es Dios para mí, y Dios es mi Padre. Esa es la búsqueda de mi identidad más profunda.
San Josemaría decía, que
“El camino del cristiano se puede resumir en esto: Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo”
(Camino p. 382).
Porque en el encontrar a Jesús, está el sentido de nuestra vida y está el vivir conforme a lo que somos y en el dar al clavo al sentido de nuestra vida, que es ¿Quién soy yo? Y Jesús, que es Dios, te podría decir: —bueno, pues tú eras a quien yo más quiero. Y Dios Padre nos dirías: —Tú eres mi hijo, o tú eres mi hija…
Bueno, pues es algo que creo que vale muchísimo la pena meditar en la presencia de Dios en este ratito de oración para el comienzo de nuestro año.
Y ojalá que lo tengamos como telón de fondo de todo el año, esto que nos decía el Papa Francisco a los jóvenes:
“El Señor los llamó no solo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas. A todos nos llamó desde el comienzo de la vida. Él los llamó por sus nombres… Escuchamos la Palabra de Dios que nos llamó por nuestros nombres”.
Pues Jesús, quiero considerar Contigo la fuerza de mi identidad como Hijo de Dios, como Hijo del Padre. Como a un ser llamado, Tú, Jesús, así como llamaste a los Apóstoles, también me llamas a mí en el momento presente… Y esto conecta con algo que sucedió desde toda la Eternidad.
DIOS NOS ESCOGIÓ
Como dice san Pablo:
«Dios nos eligió desde antes de la constitución del mundo. Antes de que nada existiera, Dios pensó en ti y te escogió para una vocación»
(Ef 1, 4-23).
Y en concreto, más en concreto, y volviendo al Evangelio de hoy, esto se comenzó a materializar, por decirlo así, en tu interior, a partir del día de tu bautismo.
El día de tu bautismo fue el día de tu Big Bang. Donde Dios puso la semilla de tu vocación que ha ido creciendo a lo largo de toda tu infancia. Ha ido madurando y se ha venido concretando en el tiempo, pero ya está allí.
¿Cuántas de las personas que están escuchando este audio descubrirán su vocación en este año? Una vocación que, insisto, está incubada desde toda la eternidad y está sembrada por Dios como una semillita de la fe desde el día de nuestro bautismo.
Pues, Señor, quiero meditar un poco en el significado de mi bautismo, no en el día en que Tú me hiciste especialmente unido a Ti, que me diste ese sentido de pertenencia a la familia de los hijos de Dios…
Porque fuí injertado en Ti para poder decir con san Pablo:
“que ya no soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí. Que no solo me conecto Contigo, Jesús en el Santo Sacrificio de la Eucaristía… Sino me conecto también Contigo por el Bautismo, porque participo de tu Muerte y Resurrección”
(Cf. Gal 2, 20).
UN ANTICIPO DEL CIELO EN LA TIERRA
Por la misericordia de Dios iremos al Cielo al final de la vida terrena. Y sin embargo, el bautismo ya nos da un adelanto de Cielo (como un pedacito de Cielo en esta Tierra por la vida de la gracia)… Esto es la vida de la fe: la anticipación del Cielo en la Tierra.
Y por eso la fe es la sustancia de la esperanza. Una esperanza cristiana que no solo es creer que algún día llegaré al Cielo, sino el hecho real de poseer ya en esta Tierra un pedacito de Cielo.
No solo tender hacia una realidad esperada, sino que vivir de fe, es vivir ya de algo, de esa realidad futura que en concreto, se da por la vida, de la gracia que se nos dan los sacramentos y sobre todo en la Eucaristía.
Una vida que tendremos en plenitud hasta el Cielo, pero que vamos ya trabajando mediante el descubrimiento de nuestra vocación, de nuestra misión en esta Tierra, para que finalmente, cuando lleguemos a la Vida Eterna, salgan en plenitud.
Jesús, gracias por la gratuidad de tu amor. Gracias. Por haberme hecho hijo de Dios, muy amado por el Padre de un modo totalmente inmerecido. Gracias por mi vocación, aunque aún no la conozca…
Que es una vocación al amor y por eso, mi vida es una búsqueda de mi identidad, de mi vocación, de mi misión. Pero lo que fundamentalmente importa, sobre todo, es que Dios nos ha buscado a nosotros, que Dios nos ha amado primero.
Que Dios nos ha llamado y que eso no choca con nuestra libertad, porque yo también puedo responder a su llamada con mi respuesta libre.
CRISTO VIVE EN MÍ Y POR TODA LA ETERNIDAD
Pues vamos terminando nuestra meditación, dándole muchísimas gracias a Dios todavía por todo lo vivido el año pasado. Mirando al futuro con esperanza, con alegría y agradecimiento a Dios por todo lo que nos ha dado en Jesús, que nos ha hecho hijos suyos, para poder decir con san Pablo:
«Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí»
(Gal 2, 20).
Le pedimos a la Virgen María que ella es la causante de todo. Con ella empezábamos esta meditación, recordando que ella es la Madre de Dios.
A ella le pedimos que nos ayude a entender un poquito mejor que Dios es nuestro Padre. Que Dios nos ama con un amor infinito, que nos ha elegido, nos ha llamado, y nos ha creado desde toda la Eternidad.
Y eso es un motivo de muchísima alegría, de muchísimo gozo y de muchísima paz. Que si fuéramos plenamente conscientes de esto, pues ¡toda nuestra vida sería una fiesta!