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DIOS USA NUESTRAS HERIDAS PARA SANAR A OTROS

DIOS USA NUESTRAS HERIDAS PARA SANAR A OTROS
JESÚS NOS LLLAMA

“En aquel tiempo Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia”.

(Mt 10, 1)

Comienza así el evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy. Y continua:

“Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Santiago el de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Cananeo y Judas Iscariote, el que lo entregó. Jesús llama a estos doce y les da el encargo de predicar”.

(Mt 10, 2-5)

Nosotros tenemos como este llamado, también, de ir a predicar… ir a predicar. A veces, tenemos la idea de que no somos personas aptas, que tenemos un pasado o que no estamos bien preparadas.

Pero, si vemos estos doce apóstoles, Jesús no les escoge por ser especialmente de la sociedad o por distinguirse por su grado de intelectualidad o sus conocimientos de la Torá, no.

Al contrario, más bien los escoge, a los que no son perfectos. Y, de hecho, Él tiene sus propias razones para cada uno, para que se vea, tal vez, justamente la Providencia Divina porque entre sus discípulos habrá traición, lo encontramos en Judas; o el abandono, todos los apóstoles, excepto Juan, abandonaron a Jesús durante su captura, cuando el juicio, la flagelación, la crucifixión. Los discípulos estaban de cobardes escondidos.

LA INCREDULIDAD DE LOS APÓSTOLES

Aunque Jesús les había dicho acerca de su posible captura y ejecución, los discípulos estaban todavía con mucho miedo y no estaban dispuestos a confiar en Dios. Jesús lo predijo en el Monte de los Olivos:

“Heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas…”

(Mt 26, 31),

Estaba además recogido en Zacarías.

Los apóstoles eran incrédulos. Durante el ministerio de Jesús en la tierra, Él realiza muchas milagros, muchas señales y aunque los discípulos fueron testigos de la mayor parte de estos signos, todavía tenían problemas para creer que Cristo era el Hijo de Dios.

El más notable y escéptico, acabamos de pasar hace poco su fiesta, fue el apóstol Tomás. Tomás dudó en todo el ministerio de Jesús. Cuando resucitó de entre los muertos, Tomás necesitaba más pruebas, no fue suficiente lo que los otros decían. No fue hasta que sintió las heridas de Cristo, que habían sido infringidas en la cruz.

Y no es solo abandono, incredulidad, la confusión a lo largo de los cuatro evangelios, los discípulos se muestran a menudo confundidos, equivocados una y otra vez.

Si quieres un ejemplo de esto, se encuentra en Mateo, en el pasaje que describe esta conversación entre Jesús y Pedro, en la que Pedro le reprende a Jesús por predecir su propia muerte. Jesús le dice duramente a Pedro, que él no tiene puesta su mente en las cosas de Dios sino en las cosas del hombre.

HEMOS RECIBIDO LA LUZ DEL SEÑOR

Se ve que el Señor se mueve en este ámbito, que Él, a los apóstoles, a sus elegidos, no les que quita los problemas.
Hoy vamos a tener pajaritos cantando porque estoy de vacaciones y en el sitio hay muchos pajaritos, no tengo mi estudio de grabación normalmente.

Pero, bueno, aquí también es un lindo sitio para hacer oración con el Señor porque nosotros también hemos sido personas que han recibido esa luz del Señor. Y, a veces, no nos sentimos, no tenemos la dignidad de ser buenos apóstoles. Sin embargo, el Señor nos ha escogido.

Y nos ha escogido en un ambiente en el que también había otras personas que, tal vez, hubieran funcionado mejor. A veces podemos excusarnos y decir: bueno, es que yo tengo este defecto o esto que me hace indigno… ¿no?

LOS DEFECTOS

La típica cosa que a veces se escucha, que no voy a la Iglesia porque ahí hay mucho hipócrita… Y en realidad la Iglesia no es una Iglesia de perfectos, es una Iglesia de gente que tiene muchos problemas, gente que tienen muchas necesidades.

A veces cuando, no sé, cuando cruzamos un problema, nos hacemos un golpe, queremos que el Señor quite ese problema, quite esa cosa que tal vez nos preocupa.

No sé, cómo un carro que está nuevo y de repente te compras el carro y le sacas a la carretera; y en la carretera, lo más lógico es que después de unos meses alguien raye el carro o te pegues en una esquina o se vaya desgastando o se ensucie mucho, hay muchas cosas.

Y uno quisiera que el carro vuelva estar sin ningún rayón, sin ninguna cosa, que esté nuevito como el primer día. A veces nos da como esa impresión y queremos mandarle a que le reparen en la fábrica y que le quiten todos las cosas que estaban mal.

CRECER POCO A POCO

Muchas veces, esas cosas, las cosas materiales, funcionan, pero nosotros no. Y, a veces, nosotros cometemos algún pecado o tenemos alguna herida, o estamos en la calle en donde nos hace daño el ambiente y quisiéramos que eso no haya ocurrido nunca. Y quisiéramos eliminarlo de nuestra vida, mandar a arreglarlo, reemplazarlo o esconderlo y sinceramente no se puede.

No se puede porque eso ya lo llevamos, a veces, no sé, puede ser: tú mal carácter, puede ser una palabra gruesa qué dijiste, o haber renunciado al trabajo que tenías, haber dicho una cosa que hace que tu familia te vea con malos ojos, o tener una tendencia, o simplemente haberte equivocado gravemente y haber sido infiel…

Hay tantas cosas que producen estas heridas, que producen estas cosas tan graves que nos gustaría esconder o reemplazarlas, que simplemente hagan de nuevo, ¿no? De mandarle a Jesús una oración especial, que nos vuelva al momento anterior a que se produjeran esas heridas.

Y la verdad es que no es así y no fue así con los apóstoles. Los apóstoles van creciendo poco a poco también con sus heridas, no vuelven a ser nuevos. Pedro, después de sus tres negaciones, no es que pasa como si nada ha ocurrido, el Señor se lo vuelve a decir, le dice tres veces: si le quiere.

LA GRACIA DE CRISTO

Si quieres, vámonos al más fuerte de todos (lo leíamos este domingo), el mismísimo san Pablo, que le dice: «que tres veces ha pedido que le quiten el aguijón de la carne». No sabemos a que se refería con éste “aguijón”, si había una persona que le caiga mal o era una tentación super fuerte, o era una deficiencia del cuerpo, o no sabemos exactamente.

Lo que sabemos es que san Pablo la odiaba, no quería para él eso, quería sacársela de encima. Tres veces le había pedido a Cristo que se lo lleve y Cristo le hace sentir esa respuesta:

“Te basta mi gracia…”.

 

Hoy día, podemos pensar también, tú y yo, qué ante esas heridas, ante esas cosas que tal vez no van, ante esas cosas que nos hacen sufrir y que no quisiéramos que estén allí, que nos hubiera gustado que el Señor las haga de nuevo, que las reemplace, o que las eliminen; el Señor, nos vuelve a decir a ti y a mí: “Te basta mi gracia…”.

Nos basta su gracia para seguir luchando contra ese defecto, para seguir haciendo las cosas que tenemos que hacer para vivir bien como cristianos, para ser apóstoles con nuestros defectos; porque la presencia de heridas hace, que la presencia de Dios sea más patente.

SOMOS DÉBILES

Nuestra predicación y nuestro testimonio será mucho más real si lo hacemos desde la vulnerabilidad, desde la debilidad. Esto es lo que el Señor nos hace ver con los apóstoles que Él ha escogido.

“Señor, te pedimos, que nos ayudes a hacer cada día más entregados, a no tener vergüenza de nuestras heridas, que sean ellas las condecoraciones”.

San Josemaría hablaba de ese jarrón qué se rompía y se recomponía con unas lañas, con unas estructuras de acero que unían las partes y decía que el jarrón quedaba más bonito.

Eso pasará cuando nos rompamos tu y yo, cuando no sepamos hacer las cosas bien. Que el Señor nos volverá a unir en partes y así daremos más testimonio de que Él es el verdadero Dios.

Ponemos estas intenciones en manos de nuestra santísima Madre para pedirle que nos ayude a ser buenos apóstoles, así tengamos muchas heridas, así tengamos cosas que no nos gustaría que hayan sido jamás.

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