“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»”.
Son las palabras del salmo 94 que nos presenta hoy la liturgia de la misa. Qué hacen referencia a esa necesidad de tener el corazón dispuesto para escuchar la palabra de Dios.
Tener un corazón dispuesto para reconocer el rostro de Dios, porque a veces nosotros pensamos que para entender la palabra de Dios hace falta ser muy inteligente, ser más o menos instruido, Tener un enorme conocimiento de las cosas.
Pero en san Pablo nos dice una cosa muy llamativa:
“Con el corazón, se cree”
Qué llamativo que es esto porque con el corazón se cree. Con el corazón se cree porque el corazón es aquello que nos dispone interiormente para recibir algo. Hay gente que tiene buen corazón y gente que tiene mal corazón. Hay gente que tiene buena entraña y gente tiene mala entraña.
EL RESUMEN DE LA PERSONA
O podríamos decir en algunos momentos, en algunas oportunidades nos dejamos llevar por el buen corazón y en otros momentos nos dejamos llevar por un corazón que es desconfiado, que es rebelde, que está embroncado. Por un corazón que no se anima a tomar decisiones o que no tiene la suficiente fuerza como para lanzarse a aceptar determinados compromisos.
El corazón influye verdaderamente en que nosotros recibamos o no la palabra del Señor. Y muchas veces estamos endurecidos. El corazón es en el fondo, podríamos decir, lo más íntimo de nuestros deseos, lo mas íntimo de nuestra persona. El corazón, es como el resumen de la persona.
Y según sea la persona y según sean nuestros amores y según donde tengamos nosotros puestos nuestros amores, nuestras esperanzas, así será también nuestra vida. San Agustín decía una cosa muy clara:
“Si quieres conocer a alguien no le preguntes qué es lo que piensa, pregúntale qué es lo que ama”.
Porque también dice la escritura:
“Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón”.
Lo que cada uno de nosotros termina siendo semejante a aquello que ama.
UN CORAZÓN DISPUESTO
Me hace mucha gracias, hay una serie de imágenes de perros que se llama “los perros y sus dueños”. Establece un paralelismo, una semejanza entre el perro y el dueño. Entonces pone un hombre con cara de mala onda y un perro bulldog. Y alguien decía que a partir de un tiempo determinado de vida, nosotros empezamos a hacer como responsables de nuestra cara. Porque hay gente que tiene cara de distendida cuando su vida es una vida distendida, gente que tiene cara de perro cuando vive enojada.
Entonces también para recibir la palabra de Dios, nosotros tenemos que tener ese corazón abierto, dispuesto. El faraón tenía el corazón duro y no quería dejar que el pueblo de Israel saliera de Egipto porque tenía corazón duro. ¿Por qué tenía el corazón duro? Porque quería valerse del trabajo de los esclavos, de los judíos que eran sus esclavos.
Porque su corazón no quería privarse de los “beneficios“, entre comillas, de tener sometido a un pueblo. De alguna manera, el faraón también estaba endurecido porque tenía que demostrar que él era el que mandaba. él era el que tenía el poder. No podía concebir que alguien le disputara esa capacidad de gobernar al pueblo.
PARA DAR LO QUE NOS PIDE
Por otra parte también, por ejemplo, san Pablo nos habla de aquella mujer que se llamaba Lidia, de cómo hablaba de que tenía el corazón dispuesto para recibir la palabra de Dios. Según sea lo que nosotros vamos alimentando en nuestro corazón, también tendremos mayor o menor disponibilidad para escuchar las cosas que el Señor nos dice, las cosas que el Señor nos pide.
Tenemos por tanto que cuidar nuestro corazón. Hay una frase también en la escritura que habla de eso; el Señor nos dice:
“Dame, hijo mío, tu corazón”.
Fíjense que interesante, no nos pide cosas enormes, no nos pide cosas grandes, no tenemos que ser héroes, unos superhéroes podríamos decir para poder amar a Dios.
El Señor nos pide que le demos lo mas interior nuestro. Que nos dispongamos interiormente para las cosas que son buenas. No quiere cosas enormes y lo único que Él necesita y lo único que Él quiere es precisamente nuestro corazón; todo lo demás, Él ya lo tiene.
DUEÑO DEL UNIVERSO
También me divierte mucho una frase donde el Señor dice:
“Acaso si yo tuviera hambre, te pediría que me dieras de comer. Si son míos los campos y todos los animales que caminan sobre los campos. Mío es el cielo y todas las aves que transitan en el cielo. Mío es el mar y todos los peces que viven en el mar. Si yo tuviera hambre, no te pediría de comer”.
¿Por qué? Porque Dios es el dueño del universo. Dios es el dueño de todo. Hay una sola cosa que no tiene, pero que Él desea que es nuestro corazón. Y lo “necesita”, entre comillas, Él no necesita nada. Pero Él quiere necesitar nuestro afecto. Él nos pide que lo amemos. Qué lindo, no, cuando nosotros descubrimos que alguien nos quiere.
Me acuerdo que hace unos años estaba preparando a una pareja de novios para el matrimonio; llevábamos tiempo sin vernos y después de un mes o un tiempo un poco más largo, me dicen “¿Tomás, nos extrañaste? Me encantó ese “nos extrañaste”, es decir que ¿te importamos o no te importamos?. Queremos saber si nosotros te importamos o no.
TE AMA Y LE IMPORTAS
Cuando alguien nos pide cariño, nos pide nuestro amor, es porque realmente nos quiere, realmente le interesa nuestra persona. Eso es lo que al Señor le interesa.
Hay una canción muy linda que se llama “si conocieras como te amo”. (No la voy a cantar porque soy un desastre y me gustaría poder mandárselas); habla precisamente de: «Si conocieras como te amo, dejarías que te alcanzara mi voz. Si conocieras como te sueño, pensarías lo que espero de ti o lo que tengo pensado para ti «.
Qué bueno que es que nosotros intentemos meternos precisamente en ese corazón del Señor, el corazón de Dios y confiar en ese amor que Dios nos tiene.
San Juan tiene unas palabras preciosas donde nos dice:
“Dios nos amó primero y nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Porque nada mueve tanto al amor como la conciencia de saberse amado”.
ÉL NOS AMÓ PRIMERO
Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Él nos amó primero y nosotros hemos creído en ese amor. Y precisamente, la confianza en el amor que Dios nos tiene es lo que automáticamente va a hacer que nuestro corazón esté dispuesto para abrirse para recibir esa palabra maravillosa que el Señor nos va diciendo. Aquello que el Señor nos va sugiriendo, nos va enseñando.
Pidámosle a la Santísima Virgen, Ella que estaba siempre con el corazón dispuesto a recibir la palabra del Señor, que se consideraba Esclava del Señor, que se sentía absolutamente querida por Dios “Mi alma engrandece al Señor porque hizo cosas grandes mí, aquel que es poderoso”.
Pidámosle a la Santísima Virgen, que nos abra el corazón para poder entender y recibir la palabra de Dios.