EL DIEZMO
En la santa misa de hoy hemos leído o leeremos un pasaje del Evangelio de san Lucas en el que parece que Jesús está molesto y, en concreto, molesto con los fariseos a quienes ha tenido que soportar durante muchos años.
“Durante esos años de vida pública, sobre todo en los que Tú Señor querías predicar la palabra de Dios, la llegada del Reino de Dios, el Reino de los cielos y constantemente encontrabas estos obstáculos, esas enseñanzas de los fariseos”.
Ellos, que eran el grupo más observante, pero incluso habían creado todo un sistema, una serie de reglas que iban más allá. Y así entendemos lo que dice el Señor en el pasaje de la misa de hoy:
“¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar sin descuidar aquello”
(Lc 11, 42).
JESÚS ¿QUÉ ES LO QUE TE MOLESTA?
“Entonces Señor, nos sorprende por qué, ¿Por qué estás molesto?¿Por qué riñes a los fariseos y criticas estas prácticas del diezmo? Porque Dios mismo mandó a que el pueblo de Israel tuviera que pagar el diezmo; y había una serie de diezmos, por ejemplo, las cosechas.
Pero parece que, con el paso del tiempo, los fariseos que querían ser muy observantes hasta en lo más mínimo de la ley, se excedían; entonces también pagaban el diezmo incluso de unas hortalizas o de la hierbabuena que no estaban sujetas a ese diezmo que Dios hubiera mandado a pagar de las cosechas o para mantener a los que trabajan en el templo, a los sacerdotes o los levitas.
LA ACTITUD DE LOS FARISEOS
Ellos iban mucho más allá, entonces el Señor se los hace ver, que van más allá de lo que la ley les indica. Sin embargo, hay algo que no cuadra, hay algo que no va, porque fallan justamente en el amor. Y tú y yo escucharemos, más adelante, en el mismo Evangelio de san Lucas y sobre todo en el Evangelio de san Juan, cómo Jesús en la Última Cena, habla de ese mandamiento nuevo, el mandamiento del amor.
También podemos recordar que antes, el Señor hablando con un doctor de la ley que quiere ponerlo en aprietos, le pone una trampa. Le pregunta: ¿Cuál es el más importante de los mandamientos? Y el Señor nos dice que es el mandamiento del amor: Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas.
Entonces vemos que Jesús recrimina a los fariseos porque fallan en el amor. Porque, por más que ellos cumplan con toda la ley de Dios y más incluso, porque no estaba mal pagar extra por la hierbabuena, por el comino, la ruda y todas esas pequeñas plantas y hortalizas y demás… cuando fallan en lo más importante: no son justos, no saben amar y esto es lo que a el Señor le molesta.
LO QUE TENEMOS DENTRO
Podemos aprovechar, tú y yo, que estamos haciendo este rato de oración para preguntar ¿cómo estamos por dentro? Porque es allí hacia dónde se dirige el Señor, no a lo externo. Que por supuesto uno, por fuera, busca estar bien arreglado, aseado, limpio, con una ropa adecuada, comportarse bien, pero no para que nos vean, para que nos admiren.
Lo importante también y, sobre todo, es lo que tenemos dentro, lo que tenemos en el corazón y eso es lo que nuestro Padre Dios ve. Por eso buscamos también hacer examen de conciencia, es una práctica de piedad que la Iglesia por los siglos ha recomendado o esa otra práctica, tan bonita, que son los ejercicios espirituales o un curso de retiro, como quieras llamarlo, que nos ayuda a vernos en el espejo; o mirar a Cristo, porque ese es nuestro ejemplo.
LO QUE PREDICA ES LO QUE VIVE
Por eso los fariseos juran matar a Jesús; porque al mirar cómo se comporta el Señor, una persona que tiene unidad de vida, además que Él es perfecto Dios y perfecto Hombre, se dan cuenta que en Él no hay algo falso como sucede con ellos. No hay una incoherencia sino todo lo contrario, lo que el Señor predica, es lo que vive. Por eso los fariseos dicen: “tenemos que matarlo”.
Es también lo que señala el Salmo: “Matemos al justo” Porque al ver cómo se comporta, contrasta con su vida.
“Señor, nosotros queremos contrastar nuestra vida con Tu vida”. Seguramente, porque somos pobres pecadores, encontraremos muchas cosas que cambiar y eso no nos debe de asustar ni tampoco desanimar, porque el Señor sabe esto y el Señor cuenta con esto y espera de nosotros, la humildad que es lo que no halla en los fariseos.
HUMILDAD
La humildad… qué virtud tan importante, tan bonita y tan necesaria. Es como cuando uno come un plato de comida y esperas encontrarte un plato sabroso, con sabor y, en cambio, no tiene nada de sabor, es totalmente insípido.
Pues así es la humildad en la vida de una persona, de un cristiano en la santidad; si no hay humildad todo es sin sabor, no tiene sentido. La humildad nos ayuda a identificarnos con Cristo, nos ayuda a reconocer que nos hemos equivocado, nos ayuda a reconocer que necesitamos de la ayuda de Dios y también reconocer las cosas buenas que tenemos.
Los fariseos, en cambio, lo que han hecho es hacer todo un sistema de normas, de prácticas, que los auto justifica, que ellos mismos se hacen santos y no requieren de la ayuda de otros, no requieren de la ayuda de Dios.
ESA ES LA DIFERENCIA
Esto es lo que choca con el mensaje de Jesucristo y la misión de Jesucristo. Porque (y ahí viene esa diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, la Antigua Ley y la Nueva Ley; la Nueva Ley que no deroga la Antigua Ley sino que la perfecciona) la diferencia está en que Jesucristo, en ese sacrificio de la Cruz y Su Resurrección, nos ha recuperado esa dignidad de hijos de Dios y nos otorga la gracia -de la que tanto habla san Pablo en esa Carta a los Romanos-, para ser santos.
Leemos muchas veces, en el Antiguo Testamento, que Dios nos dice que seamos santos porque Él es Santo, que somos suyos. Y, a veces, podemos encontrar esa dificultad del pecado: las marcas del pecado original y también nuestro pecado personal.
LA GRACIA
Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, muriendo en la Cruz y con Su Resurrección, nos ha ganado esa gracia de Dios. Ese Dios que inhabita en nuestra alma. Y así, tú y yo, podemos vivir esa santidad con nuestros defectos, con nuestra poquedad del barro del que estamos hechos. Sí, pero eso nos lleva a evitar todo aquello que nos pueda alejar de Dios, alejar de Ti, Señor.
“Por eso, también, estamos haciendo este rato de oración; porque Te necesitamos”.
Vamos a poner en manos de nuestra Madre Santísima estos propósitos de santidad, empezando por esa humildad, por esa unidad de vida. Ayúdanos, Madre mía, a darnos cuenta cuando hay algo que no va en nuestra vida, para inmediatamente quitarlo, porque eso nos aleja de Dios, porque queremos parecernos cada vez más y más a Cristo.
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