En estos diez minutos con Jesús, hacemos este intento de procurar ponernos en la presencia de Dios: ser conscientes que estamos junto a Jesús, que Jesús está junto a nosotros y, por lo tanto, dispuesto a comunicarnos su gracia, a ayudarnos.
Pidámosle que tengamos el corazón abierto a todas sus mociones, a sus ideas, a sus sentimientos, a todo lo que nos quiera transmitir. Porque este momento de oración, es un momento especial de gracia, es un momento en el cual hemos subido al Monte Sión, al monte de la oración, al monte del encuentro con Dios.
Y por eso, Dios nos va a comunicar Sus gracias, nos va a comunicar Sus ideas, nos va a comunicar Sus pensamientos, ¿qué es lo que espera de nosotros? ¿cómo podemos trabajar en equipo?
Pero para eso necesitamos ponernos en la presencia de Dios.
Decirle a Jesús: “Señor, sé que estás aquí, sé que me estás escuchando, sé que me querés, que vas a prestar muchísima atención a lo que yo te diga, que nada hay más importante en este momento que lo que yo te estoy diciendo y eso me da muchísima confianza para abrirte el corazón, Señor”.
Por eso, al escuchar el comentario del Evangelio, le vamos a pedir al Señor, fundamentalmente, que nos ayude a ponernos en su presencia para pedirle ayuda en lo que necesitemos.
Dice el Evangelio del día:
“En aquel tiempo dijo el Señor: ‘¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasan por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, que les encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por las calles! ¡Ay de ustedes, que son como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo! Un maestro de la ley intervino y le dijo: ‘Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros’.
Jesús replicó: ‘¡Ay de ustedes también maestros de la ley, que abruman a la gente con cargas insoportables, mientras ustedes no las tocan ni con un dedo!”
(Lc 11, 42-46).
Jesús es durísimo con los fariseos. Claramente Jesús deja pasar muchísimas fragilidades: pensemos en la mujer adúltera que es sorprendida en adulterio -o sea una mujer que se dedicaba a negociar con la infidelidad, una cosa muy fea- o Mateo que era corrupto, que les robaba a los propios ciudadanos judíos -les cobrada de más para quedarse con una parte de la comisión de esos impuestos que iban después a Roma.
El Señor con esas personas tiene como una especial comprensión: hay debilidades que Jesús las comprende más en profundidad.
En cambio, hay otras que Jesús las trata con mucha dureza. Y pienso que esto nos puede ayudar nosotros, a parar un poco el radar, a estar como más pendientes, que no se nos vaya a meter ninguna actitud de los fariseos, porque esas son las actitudes que hacen que Jesús se ponga mal -se pone muy en guardia, se da cuenta que esas personas jamás van a poder acceder a Dios.
Esas personas, se han adueñado de Dios, han suplantado a Dios, le han dicho a Dios lo que tiene que hacer.
DEL ÁRBOL DEL BIEN
Los fariseos pensaban que sabían perfectamente la ley, pensaban que sabían exactamente lo que había que hacer. Como la tentación de nuestros primeros padres, Adán y Eva, cuando el demonio les dice:
“Coman de árbol de bien y el mal porque Dios los ha engañado, y si ustedes comen de este árbol, van a ser como dioses, van a poder determinar lo que está bien de lo que está mal, van a poder determinar la verdad, van a ser dueños de la verdad” (Gn 3, 4-5).
Estos fariseos cometen en el mismo pecado: ese pecado diabólico que es pensar que somos dueños de la verdad, dueño de la verdad de la gente que nos rodea, de los demás, de los políticos que nos gobiernan, de la gente que toma decisiones por nosotros, de todo el mundo y, por lo tanto, tenemos razón.
Le podemos decir a los demás que no tienen razón, incluso a Dios: esta gente le dijo a Jesús que no podía curar en sábado, esta gente le dice a Dios lo que tiene que hacer, o sea, se rebelan contra Dios.
Me hace acordar al pecado de ese ángel impresionante, del ángel más bonito -el ángel más parecido a Dios, quizás-, Lucifer, que fue tentado, como todos, fue probado -más que tentado, fue probado- y le causó repulsión el abajamiento de Dios.
A mí se me ocurre que los ángeles, cuando ven que Dios se va a hacer pan, por ejemplo, y se va a bajar hasta el último subsuelo de la existencia para que lo comamos, porque a Dios lo recibimos en la boca -o en la mano ahora en la pandemia-, pero va para nuestro estómago, que es como la cloaca de una de una persona. A Dios lo metemos en una cloaca ¡Dios mío! Lo que es capaz de hacer Dios por nosotros, para poder tocarnos, para poder transmitirnos su vida.
“Si comen mi pan, sí que comen mi carne, si beben mi sangre, tendrá vida en ustedes”
(Jn 6, 51).
Para eso estoy dispuesto a meterme en el estómago de ustedes, en su cloaca.
Dios no pone limites
Dios no pone límites, no pone ningún tipo de límites a su Amor. Por eso, el amor de Dios es una locura absoluta, ¿no? No tiene parangón.
Y los ángeles, algunos se escandalizaron, se escandalizaron al punto de despreciar a Dios, de pensar que Dios se había excedido, de que no era digno de ser Dios: un Dios que se abaja tanto, no puede ser Dios. Y comenten ese pecado tremendo: despreciar a Dios.
Los fariseos despreciaban al Dios de la misericordia, despreciaban a Jesús.
Querían al Dios que ellos habían construido, un Dios a su imagen y semejanza. Un Dios duro que castiga a los malos y premia a los buenos.
Y ellos habían establecido las cosas como para ser los buenos de la película y recibir esos premios de Dios, premios aquí en la tierra, también en la vida eterna, pero sobre todo aquí en la tierra -la mayoría de los judíos no pensaban en la existencia después de la muerte, el premio lo recibían aquí abajo.
Por eso se portaban tan bien y cumplían con las observancias de la ley, pero observancias externas.
PRECEPTOS
La mayoría de esos preceptos son preceptos externos: pagar el diezmo, llevar las filacterias largas, la manera de usar los mantos, purificar todos los utensilios que había de purificar antes de cada comida… Son todas conductas exteriores.
Por eso el Señor les va a decir sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de podredumbre. Porque cumplían las formalidades de la ley, cumplían las formalidades de la religión.
Eran falsamente religiosos, eran falsamente practicantes: practicaban unas formas, una liturgia, una manera de hacer, pero no con el corazón, sino con las obras, con lo exterior.
Y por eso Jesús es tan duro con ellos, porque jamás van a conectar con Dios, un fariseo jamás, jamás, jamás va a poder conectar con Dios.
Por eso Jesús es tan duro y nos previene -¡ojo! no se les ocurra ser dueños de la verdad, confíen en mí y desconfíen de ustedes mismos cuando a veces no entienden.
Háganse como niños, los niños confían, confían ciegamente en sus padres.
A veces no vamos a entender por qué Jesús nos pide esto, nos pide aquello, por qué a la mujer adúltera la perdona esa manera, por qué en la parábola de ese dueño de la finca que le da el mismo sueldo a gente que contratado a las seis de la mañana que a la gente que ha contratado a las cinco de la tarde…
A veces no comprendemos a Dios y, sin embargo, tenemos que confiar plenamente en Dios. No podemos hacer como Lucifer, que despreció a Dios porque se ha bajado Dios a ser comulgado por nosotros.
Nosotros confiamos en Dios y decimos a Dios que es rico en misericordia, lo queremos muchísimo y lo queremos porque es así. Pidámosle a Jesús que nos ayude a confiar y a crecer en esa fe.
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