EN EL LEJANO ORIENTE…
Hace mucho tiempo, en el lejano Oriente, había un califa que tenía un sirviente a quien estimaba mucho. En una ocasión, le pidió que fuera al mercado a comprar unos enseres. El sirviente fue al mercado y cuando estaba allí, de repente volteó y se encontró con un personaje que lo asustó muchísimo.
Era la muerte, la huesuda. Con su mirada penetrante, profunda y negra le hizo un gesto amenazante. Este sirviente, como que no vio nada, siguió caminando, siguió comprando cosas con un poco más de prisa. Rapidito fue a encontrarse con su amo a quién le pidió le prestará sus caballos más veloces: “Oh gran califa, préstame tus caballos más veloces porque quiero irme de aquí; me encontré a la muerte quien me amenazó.
Si me los prestas, hoy en la noche podría estar en Samarra, la ciudad de mi padre y estaré a salvo”. El califa, que era un hombre de buen corazón, le prestó sus mejores caballos y este hombre no perdió ni un momento para emprender la huida.
UN GESTO AMENAZANTE
El califa se quedó un tanto intrigado por esta situación y decidió ir al mercado a interrogar a la muerte ¿Por qué estaba buscando a su sirviente que era un hombre joven, rozagante, fiel, virtuoso, un buen hombre?
Fue al mercado, estuvo mirando de aquí para allá hasta que se encontró con la huesuda y le dijo: “¡Oye tú! ¿Por qué andas buscando a mi sirviente y por qué le hiciste ese gesto amenazante?” Y ella le dijo: “¿Gesto amenazante? Yo no le hice ningún gesto amenazante, simplemente fue un gesto de sorpresa porque me lo encontré aquí cuando en realidad tengo que encontrármelo esta noche en Samarra”.
Me acordaba hoy de esta historia por el Evangelio que leemos. El Evangelio del día de hoy:
“En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, creyeron en él. Pero algunos de entre ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al sanedrín y decían: ¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación”
(Jn 11, 45-56).
¿QUÉ PASÓ?
Sucede lo mismito que en el cuento ¿Qué pasó en el cuento? Que este siervo fue y por tratar de huir de la muerte, se la fue a encontrar. Encontró justo lo que quería evitar.
En esta ocasión estos judíos decían: si dejamos que Jesús siga haciendo su Ministerio, que siga predicando, que todos van a creer en Él; y ¿qué va a pasar? Que van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación. Efectivamente, vinieron los romanos y destruyeron el templo. No quedó piedra sobre piedra. Jesús mismo lo profetizó en un pasaje muy emotivo. “En el cual, tu Señor, lloras sobre la ciudad. Ya que el rechazo es patente, tu pasión es próxima, subes a un lugar donde contemplas la ciudad (Yo no he ido a Jerusalén pero dicen que está este lugar señalado donde posiblemente Jesús lloró)”.
DOMINUS FLEVIT
El Señor lloró “Dominus flevit” al ver la ciudad y dijo:
“¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que no sólo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho”
(Lc 19, 41-44).
(Si conocieras también tú, te refiere Señor, le hablas a Jerusalén como si fuera una persona).
“Tú Señor, profetizas lo que va a suceder. Y efectivamente sucedió en el año 70; los romanos destruyeron Jerusalén y aquí nos explicas que es como como un castigo, el destino que ellos mismos se forjaron; la consecuencia que ellos mismos, al querer huir, la encontraron.
Pero ahí no fue un ciego destino sino que ellos mismos, los que te rechazaron, provocaron esa desgracia. Es algo que Dios permitió, todo lo que sucede es permitido por Dios; ya sea que Dios lo manda o que lo permite como una consecuencia de nuestros actos.
TÚ NOS DAS EL ANTÍDOTO
Por ejemplo: cuando uno se toma un veneno, no es que Dios nos mate, te mata el veneno que te tomaste; Dios permite que las consecuencias de este veneno actúen, sin embargo Dios es tan bueno, Tú eres tan bueno Señor, que siempre nos ofreces el antídoto.
Siempre hay remedio, para todo hay remedio, incluso para la muerte; que para nosotros la muerte es encontrarnos contigo. Siempre hay remedio para todo, pero si te damos la espalda, si no queremos tomar los antídotos que buenamente nos ofreces, vienen las consecuencias de nuestros pecados. Tú nos das el antídoto: creer en Ti, unirnos a Ti.
Hace unos pocos días, leíamos en el Evangelio unas palabras tuyas Señor, que son realmente esperanzadoras:
“Yo les aseguro: el que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”
(Jn 8, 51-59).
Yo Señor, quiero no morir para siempre, quiero escuchar tus palabras y serte fiel”.
NUESTRO DESTINO: LUCHAR POR AMOR
Hablando del destino, ese destino que ha causado tanto pensamiento, tantos mitos, tantos relatos en los antiguos pueblos. Un destino que desconocemos y en el cual estamos inmersos sin saber hacia dónde vamos a parar, hay otros que han decidido lo que va a suceder con nuestras vidas…
Me venía a la mente unas palabras de san Josemaría que me gustan mucho, que hablan del destino, de nuestro destino en la tierra, dice:
“Este es nuestro destino en la tierra: luchar por amor hasta el último instante, Deo gratias!”.
Qué bonitas palabras. Este es nuestro destino en la tierra. Estamos destinados, llamados a luchar; porque en esta vida, si uno no se esfuerza, no se levanta de la cama; con levantarnos de la cama ya exige lucha. Ir a atender nuestros deberes, lidiar con las personas, a veces es muy agradable, otras veces exige luchar, adquirir un hábito…
Todo exige lucha. Este es nuestro destino en la tierra, todos tenemos que luchar. Pero no luchar simplemente por adquirir una virtud o por ganar dinero o por llevar las cosas en paz sino luchar por amor. Eso es lo que realmente nos puede hacer felices, es lo que nos puede hacer realmente libres.
EN LO GRANDE Y LO PEQUEÑO
En cosas grandes y en cosas pequeñas, si hay amor cualquier cosa pequeña es grande. San Josemaría ponía el ejemplo de cerrar una puerta; cerrar una puerta con amor procurando no hacer ruido y cuidarla. Por ejemplo el levantar una basura del suelo.
Decía una mística medieval, hablando de la gloria que tendrán los bienaventurados en su alma y su cuerpo, los regalos o dotes de Dios que son su participación en la humanidad glorificada de Cristo. Decía:
“A todos estos dotes corresponde algún aumento por cualquiera buena obra meritoria que hace el que está en gracia, aunque no sea mayor que el mover una pajuela por amor de Dios y dar un jarro de agua. Por cualquiera de estas mínimas obras granjeará la criatura, para cuando sea bienaventurada, mayor claridad que la de muchos soles”
(Sor María Ágreda, mística ciudad de Dios).
Realmente es grande el premio que Dios dará a los que lo aman y ese amor lo podemos manifestar en cosas bien pequeñas, ese es nuestro destino en la tierra: luchar por amor hasta el último instante.
Madre nuestra, Tú que siempre amaste a Dios, ayúdanos a imitarte, a que todas nuestras acciones estén encaminadas al amor de Dios, a dar gloria a Él.