EL REINO DE DIOS
El Evangelio de hoy nos trae el siguiente pasaje que nos lo cuenta san Lucas: “En aquel tiempo a unos fariseos que les preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó: El Reino de Dios no vendrá espectacularmente; ni anunciarán: que está aquí o está allí; porque miren el Reino de Dios está dentro ustedes. Y dijo a sus discípulos: Llegará un tiempo en que desearan vivir un día con el Hijo del hombre y no podrán. Si les dicen que está aquí o está allí. No vayan detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que parecer mucho y ser reprobado por esta generación”
(Lc 17, 20-25)
Aquí el Señor nos anuncia un poco, como también de alguna manera era la mentalidad de la época. Los fariseo, como muchos otros judíos contemporáneos suyos, imaginaban que, bueno, el Reino de Dios iba a ser como el restablecimiento de un poder así: visible, externo, político. Tenían una concepción Mesiánica un poco distinta de la espiritual. Y Jesús, en cambio, enseña que su poder es eminentemente espiritual, sobrenatural. Que ya actúa desde su venida, aunque su culminación evidentemente será después de su segunda venida al final de los tiempos, pero ya Él obra. Y obra, sobre todo, en el interior de nosotros los hombres aunque también se vea, se puede decir, externo, se vea visible, como visible es la Iglesia.
INTERPRETACIÓN DEL EVANGELIO
El Papa Benedicto XVI, una vez hablaba sobre una interpretación de esta, una doble interpretación de este pasaje del Evangelio: Una “idealista” decía: que el Reino de los Cielos no es una realidad exterior, sino algo que se encuentra en el interior del hombre.
Y que en ello hay mucho de cierto, es lo que venimos diciendo. Pero también, decía él que, esa interpretación puede resultar insuficiente, porque también existe la interpretación de su venida. Una venida inminente que afirma que el Reino de Dios no llega lentamente, como dice el pasaje: como el fulgor de un rayo, que va de un horizonte al otro, un relámpago que brilla de un horizonte a otro.
De forma que se le puede observar y que irrumpe de pronto. Pero qué, esa interpretación no tiene mucho fundamento porque el Reino de Dios, se refiere más a Nuestro Señor. Cristo se refiere sobre todo, a sí mismo. Y ciertamente, su venida es la instauración del Reino de Dios: Él que está entre nosotros, es el Reino de Dios. Sólo que quizás muchos todavía, lamentablemente por culpa tuya y mía, no lo conocen.
Esa proximidad del Reino de la que habla Jesús, y cuya proclamación es lo distintivo siempre de su mensaje, pues esa proximidad nueva reside, evidentemente, en Él mismo.
A través de su presencia, su actividad, Dios se hace Hombre en Jesucristo, entra en la historia, y obra de un modo totalmente nuevo. Como lo había hecho en el Antiguo Testamento, porque lo hace a través del Espíritu Santo, que se mete en tu alma y en la mía. Es un modo de obrar que jamás les pasó por la cabeza a los antiguos profetas.
Porque es Dios que está dentro de nosotros, como dice san Pablo: “Somos templos del Espíritu Santo, la Trinidad entera habita en nuestra alma en gracia”
(1 Cor 3,16)
Es un modo de estar de Dios en nosotros, como nunca nadie lo había imaginado.
Por eso ahora, es de modo singular, después de la venida de Nuestro Señor, tiempo de conversión, tiempo de arrepentimiento, pero también, tiempo de alegría. Pues en Jesús, Dios hecho Hombre, Él ha venido a nuestro encuentro.
En Él, ahora es Dios quien actúa, quién reina. Reina al modo divino, seguía diciendo el Papa Benedicto, es decir, sin poder terrenal a través del amor que llega hasta el extremo, hasta la Cruz.
JESÚS ES EL TESORO
“Antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación”. Lo deja claro el Señor, como en muchos otros pasajes, su final de reprobación, de padecimiento, su Pasión.
Parece un poco contradictorio, pero es un modo también que nos hace entender, no sólo a nosotros, las afirmaciones sobre la humildad y sobre el Reino que está oculto.
El Señor utiliza muchas imágenes del Reino de los Cielos:
- Aquella de la semilla de mostaza que es muy pequeña, que llega a crecer hasta anidar ahí a los pájaros del cielo.
- De la invitación al valor del seguimiento, que abandona todo lo demás como aquella perla preciosa escondida en el campo, que vende todo cuanto tiene y compra el campo.
- La harina, que se va haciendo pan por la pequeña levadura, se va fermentando.
Él es el tesoro y la comunión con Él, con Jesús, es la perla preciosa.
Dios ha entrado en la historia humana, en el mundo y avanza silenciosamente, esperando con paciencia, con mucha paciencia a la humanidad. Que vamos con nuestros retrasos, con nuestros condicionamientos.
Respeta mucho nuestra libertad, además la sostiene cuando nos desesperamos un poco. La lleva de etapa en etapa, poco a poco. Nos invita a colaborar en el proyecto de verdad, de justicia, de paz, de esa paz que solamente da Él. Y así, pues la acción divina y el compromiso humano se entrelazan.
Como se entrelazan en la persona de Jesucristo: Dios y Hombre verdadero, nosotros somos hombres divinizados por la gracia de algún modo. Hombres al fin, con nuestras limitaciones, nuestros defectos, nuestra poquedad, nuestros pecados, pero también con la gracia de Dios.
LO ESENCIAL
Quiere el Señor apartarnos, precisamente, de esa curiosidad superficial por lo externo, por lo aparatoso, por lo visible y llevarnos a lo que es esencial, que es: esa vida que tiene su fundamento en la Palabra de Dios, que Jesús nos ha dado; al encuentro con Él, que Él es la palabra viva; a la responsabilidad, también, que tenemos ante Él que es el juez de vivos y muertos. Y así, desaparecerán nuestras angustias, nuestros temores, porque ese Reino de Dios, está en medio de nosotros en la persona de Cristo, que además se ha quedado para siempre en la Eucaristía.
“Cuando te acerques al Señor, decía san Josemaría, piensa que está siempre muy cerca de ti, que está en ti. Ese Reino de Dios que está en ti y lo encontrarás en tu corazón”. Y allí es donde Cristo debe reinar, antes que en cualquier sitio, en nuestra Alma.
Se lo pedimos a Nuestra Madre, Santa María, que así sea.
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