¿Alguna vez has tenido la oportunidad de escuchar el rugido de un león? Yo no, siempre que voy a un zoológico me los encuentro dormidos; dicen que es algo tremendo. Hace tiempo leí un cuento de unos cazadores de África y el autor cita un antiguo proverbio somalí que dice que: “Un hombre valiente siempre le tiene miedo a un león tres veces: la primera vez que ve su rastro, la primera vez que lo oye rugir y la primera vez que se enfrenta a él.” La primera vez que ve su rastro, pues es lógico porque no sabe qué tan lejos está el animal; cuando escucha su rugido que, aunque sea de lejos, pues impacta dicen y la primera vez que se enfrenta a él, pues es lógico.
Pero al escucharlo, es tan impactante, dice este antiguo proverbio somalí, que al hombre valiente le da miedo. Y así debe ser también el rugido de un tigre. Como dice aquella canción que seguro te suena (audio “Roar” de Katy Perry) “como un rayo que sacude el suelo, va a estremecer la tierra” (like thunder, gonna shake the ground).
Pues así debe ser un rugido de esos animales: como un rayo. ¿Qué tan cerca te ha tocado escuchar un rayo? Es como si el cielo se abriera y es que me acordaba de estas imágenes por la lectura que leemos hoy en la misa. La primera lectura del profeta Isaías que se dirige a Dios y le dice:
“Ojalá rasgaras los cielos y bajaras estremeciendo las montañas con tu presencia”.
(Is 63, 19)
Es una imagen bastante gráfica como si el cielo fuera un manto que se rasga y que nos deja ver a Dios, así que Dios pueda bajar desde lo alto y, como es Dios tan Inmenso, tan Perfecto, tan Grande… pues las montañas se estremecerían en su presencia.
NO PODEMOS SOLOS
¿Por qué Señor nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte? Vuélvete por amor a tus siervos, a las tribus que son tu heredad. Ojalá rasgaras los cielos y bajaras estremeciendo las montañas con tu presencia”.
(Is 63, 17)
Es una queja, una pregunta a Dios: “Señor ¿por qué permites que seamos malos? ¿Por qué permites que nos alejemos de Ti, hasta el punto de no temerte? Que nuestro corazón se endurezca ante Ti, ¿por qué? Y Tú Señor nos miras con ternura desde el Cielo y nos dices: ¿Por qué ustedes se alejan de Mí? ¿Por qué no buscan el bien? ¿Por qué no me piden ayuda? Porque sin Ti Señor, realmente, no podemos nada y nos explicas, nos dices que nos has creado libres, porque para poder amar hace falta la libertad y el amor tiene un gran valor.
Es tan grande la libertad, es tan grande el amor, que nos haces semejantes a Ti realmente. ¿Podemos devolverte algo de lo que Tú nos has dado? Como dice San Bernardo: “La única manera como le podemos devolver a Dios algo semejante a lo que Él nos ha dado: el amor” y para poder amar, pues es necesaria la libertad; pero “la libertad tiene ese riesgo que podemos alejarnos de Ti y Tú lo permites, porque respetas nuestra libertad.
Señor, facilítanos las cosas, acércate a nosotros para que Te podamos elegir,
“ojalá y rasgaras los cielos y bajaras estremeciendo las montañas con tu presencia”
y es que, Te necesitamos cerca Señor”. Continúa el texto un poco más adelante:
“Estaban cegados porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos como las hojas y nuestras culpas nos arrebataban como el viento”.
(Is 64, 5)
Así es la situación humana sin Dios; sin redención, nuestra justicia es como un trapo asqueroso.
LA JUSTIFICACIÓN
El primer fruto de la redención es la justificación, “Señor, nos haces justos de verdad porque nos unes a Ti, Tú eres el único justo y después con Tu ayuda, podemos hacer actos buenos. Por eso te pedimos que vengas, ¡ven Señor, ven Señor!,
“Ojalá rasgaras los cielos y bajaras estremeciendo las montañas”.
“Descendiste y los montes se estremecieron con Tu presencia. Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera de Ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él”,
continúa diciendo el profeta Isaías:
“Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista Tus mandamientos”
(Is 64, 2-4)
aquí otra referencia clara a la libertad, al querer hacer la voluntad de Dios, el querer cumplir sus leyes.
“Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia”,
“pues ayúdanos Señor a ser virtuosos, a querer practicar con alegría, con convencimiento la justicia”.
“Descendiste y los montes se estremecieron en tu presencia”.
Quizá el profeta está recordando aquellas imágenes tan tremendas de Moisés recibiendo la ley del monte, cuando dialogaba con Dios y toda la montaña temblaba y el pueblo, que estaba alrededor, se estremecía.
LA GRANDEZA DE DIOS
Pero tu venida en Belén es una venida callada, una venida que no hace que no sólo los montes se estremezcan, sino toda la naturaleza porque, a pesar de ser una venida en la oscuridad, en la noche, “naciste en la noche, nadie se dio cuenta… pero la naturaleza misma se impacta, porque naces de una Virgen, eres concebido en una Virgen y naces de ella; la naturaleza toda se admira.
Hay una antífona de la Virgen muy bonita que dice: “Tu quæ genuisti, Natura mirante, tuum sanctum Genitorem” (Alma Redemptoris Mater), se dirige a la Virgen, que significa esto que te dije: Tú que engendraste con maravilla de la naturaleza a tu Santo Creador. Toda la naturaleza se admira ante la Virgen que, siendo Virgen, engendra a su Creador; es maravilloso.
Por eso dice este texto del profeta que acabamos de leer:
“Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera de Ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él”
y si pensamos en la Eucaristía, todavía más, el asombro de la naturaleza es todavía mayor ante esa venida de Dios, que es como una venida intermedia, (comentan algunos padres de la Iglesia) la venida de Cristo que se encarnó de María la Virgen, nació, vivió aquí y luego, la segunda venida que será al final de los tiempos.
LA EUCARISTÍA
Pero hay una venida intermedia que es esa venida en la Eucaristía, que también es admirable que es, la naturaleza misma se pasma ante ese cambio de sustancia que se da en la Eucaristía y “eso todo por amor a nosotros Señor, porque Te acercas a nosotros para justificarnos, para darnos fuerzas, para hacer el bien”.
Ahora que comienza este tiempo de Adviento, acudimos a nuestra Madre la Virgen, para que nos ayude a prepararnos bien; para que nos ayude a desear mucho la venida de Jesús; para que nos ayude también a concretar propósitos que nos lleven a querernos alejar del pecado, para parecernos más a su Hijo Jesús.