«Salió el sembrador a sembrar, y al sembrar unas semillas cayeron a lo largo del camino. Vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en el pedregal, donde no tenía mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura en la tierra.
Pero en cuanto salió el sol, se agotaron y por no tener raíz se secaron. Otras cayeron entre abrojos. Crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto unas cien, otras sesenta, otras treinta. El que tenga oídos, que oiga»
(Mt 13, 1-9).
EL GRAN SEMBRADOR
Jesús habla en parábolas para hacernos entender las verdades más profundas, que son las que debemos conocer para nuestra libertad, que es nuestra felicidad, y para poder ganarnos la vida eterna en el Reino de los Cielos.
El gran sembrador es Jesucristo, que viene a darnos vida con Su palabra y Su presencia. Él quiere que todos los hombres se salven y que ninguno se condene. Pero Él, que nos ha creado libres, quiere que nosotros decidamos.
Él nos enseña a caminar, y somos nosotros quienes tenemos que caminar. Él nos enseña el camino, y el camino es empinado hacia arriba. Es el camino de la Cruz. Y es el mismo Señor el que nos invita a ir por ese camino.
También nos ha dicho:
«El que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día, y sígame»
(Mt 16, 24).
Y negarnos a nosotros mismos, decía san Josemaría en un punto de Camino: “Acostúmbrate a decir que no” (p. 5 de Camino), ¿Que no a qué? A la flojera, a la mentira, a la violencia, al maltrato, a la discriminación, al orgullo, a la impureza, a la corrupción, a todo lo que es ‘descamino’, a todo lo que es laberinto, a lo que nos lleva al abismo, a todo lo que nos hace daño y hace también daño a los demás.
¿CÓMO RECIBIMOS LA SEMILLA?
«Salió el sembrador a sembrar», dice la parábola. Hay una siembra constante. Cristo está vivo, está en la Iglesia. La Iglesia actúa constantemente. Los sacerdotes tenemos la misión de sembrar la Palabra de Dios.
La Iglesia es apostólica, universal. La Palabra de Dios es para todos. Y el Señor nos ha dado este mandato de ir por todos los sitios para predicar la Palabra de Dios, para el bien de toda la humanidad.
Y dice la parábola que:
«Unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se los comieron»
(Mt 13, 5).
¿Cómo recibimos la semilla? ¿Cómo recibimos la Palabra de Dios? Porque llega a nuestros oídos, pero algunas veces entra por un oído y sale por el otro, y no asimilamos.
Hay un oratorio en la casa central del Opus Dei, en Roma, que tiene en el techo, escrito veintisiete veces : ‘Vale la pena’. Y un día un monseñor entró al oratorio y vio aquello delante de san Josemaría Escrivá, y le dijo: —¿Por qué Monseñor lo pone tantas veces? Basta con una.
Y san Josemaría dijo: —No, hay que repetir veintisiete veces las cosas, o más veces para que se asimilen, para que se entiendan.
IGNORANCIA, CRISIS, FORMACIÓN
Y efectivamente, en nuestra propia experiencia, a veces hemos oído muchas cosas de Dios y han pasado. Y de pronto, después de unos años, esas mismas palabras nos remueven y nos convierten.
Vale la pena, vale la pena seguir oyendo y poner toda la atención para no desperdiciar la Palabra de Dios.
Lo que Dios nos dice es además lo más importante, porque nos está hablando el que más nos quiere y el que más nos conoce.
Dice la parábola:
«Otros granos cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra»
(Mt 13, 6).
Hoy hay mucha ignorancia religiosa en todos los sectores de la sociedad. Hay, además, una crisis familiar. No hay una buena formación espiritual y moral en las personas, en los chicos. Se educa como si Dios no existiera.
Y entonces la Palabra de Dios cae en terreno pedregoso, un terreno con poca profundidad, y la semilla no prende.
Y uno dice: -Este chico pasó por un colegio religioso y no se formó espiritualmente; solo vivió los procedimientos, cumplió con lo reglamentado y la semilla no entró en el fondo del corazón.
QUERER, DECIDIR Y AMAR DE VERDAD
Ahí los profesores tienen que tener mucha atención para que los alumnos quieran de verdad, a quienes enseñan la religión, quienes forman la conciencia de las personas, tienen que conseguir que las personas quieran, decidan, amen de verdad y no simplemente cumplan.
Dice la parábola:
«Otros granos cayeron en medio de cardos. Estos crecieron y los ahogaron»
(Mt 13, 7).
El mal está presente; el diablo está suelto. Los sacerdotes, sin ser apocalípticos, ni exagerados ni tremendistas.
Tenemos que decir la verdad con mucha paz, con mucha serenidad y advertir a la gente: —Oye, cuidado con esos ambientes, no son buenos. Oye, cuidado con esa película, no es buena… Con ese programa de televisión o con la computadora que trae esas cosas… O cuidado con esas amistades que no te convienen. Cuidado con esas lecturas que son inconvenientes…
Hoy se habla mucho de la falta de seguridad que hay en las calles. Y la seguridad se tiene como un valor muy grande, ¿no? Y sin embargo, hay también una falta de seguridad del alma, no solamente del cuerpo, sino del alma.
Porque hay mucha gente que está desprotegida, viven desprotegidos, porque no acuden a los sacramentos, que son los que dan vida, los que dan seguridad, Y no acuden a Dios, no rezan, ni piden consejo… Y entonces, están que se los lleva cualquier viento.
TENER ESPERANZA
El Papa Francisco decía: “No dejes que te roben la esperanza”. Entonces cuida tu formación, ten esperanza en la formación que la Iglesia te da. Ten esperanza en los sacramentos que te dan vida. Ten esperanza en ese camino que Jesucristo señala.
Cuida tus horarios, y cuida vivir de acuerdo a la Palabra de Dios.
Qué bonito es cuando leemos en la parábola:
«Otros granos cayeron en buena tierra y produjeron cosecha»
(Mt 13, 8).
Recibe lo que Dios te da, para que haya fruto en ti y se produzca la cosecha, la buena cosecha, ese fruto bueno, agradable.
Nadie da lo que no tiene y para poder tener, hay que cultivar. Hay que enriquecer la interioridad con todo lo que Dios nos da para ser felices y hacer felices a los demás: ¡Cuánto bien podemos hacer!
San Josemaría nos decía que cada día, o podemos hacer mucho bien, o mucho mal, pero tenemos la posibilidad de hacer un bien inmenso.
Vale la pena enriquecernos con la Palabra de Dios, escucharla con atención y cambiar lo que haya que cambiar y crecer espiritualmente, porque hay un progreso espiritual con los mismos sacramentos.
Con la oración se va creciendo y el corazón se hace más grande y somos más felices. Podemos hacer mucho bien a los demás.
Fíjate en la riqueza interior de María, que tiene un corazón inmaculado, un corazón puro. Ella es la maestra del amor, del amor hermoso, y es nuestra madre. Que sepamos decir con María cuando Dios nos habla:
«Hágase en mí según tu palabra»
(Lc 1,38).