El tiempo es relativo. Y no lo digo por la teoría de la relatividad de Einstein, que de eso no sé mucho, más bien no sé nada… Pero no lo digo por eso, sino porque todos hemos experimentado como los minutos algunas veces vuelan y otras, en cambio, avanzan con una lentitud que nos mata. ¿Por qué? No sé. Yo creo que la diferencia lo marca aquello que se vive y aquello que se espera.
Me explico. Primero aquello que se vive. Por ejemplo, cuando disfrutamos de algo el tiempo se pasa en un abrir y cerrar de ojos. Una buena conversación, un tiempo entre amigos… En cambio, la espera en la sala de espera del dentista, por ejemplo, pasa lento; o el tiempo que uno pasa en el tráfico.
Allí lo tenemos. Se puede tratar de 20 minutos, en los dos casos. Pero, resulta que en un caso da la sensación de que han sido 5, en cambio en el tráfico se sienten como 2 horas. Y son los mismos 20 minutos.
Por eso te digo: el tiempo es relativo. Pero también, decíamos, que la diferencia la marca aquello que se espera. Pero en esta ocasión voy a dejar que sea el Papa Benedicto XVI quien hable:
“Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en [la parábola del Evangelio de hoy que es] la narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y la siega. En la vida, el hombre está constantemente a la espera (…). Y existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente (…).
Así lo explicaba el Papa y pasaba a decir:
El Adviento cristiano [que es justo el tiempo litúrgico de preparación a la Navidad que comienza hoy] es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.
Nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de nuestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente, ya no existe un tiempo sin sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades” (Homilía, 28 de noviembre de 2009).
Así lo explicaba él, allí lo tenemos otra vez: el tiempo es relativo. Depende de si la espera está cargada de sentido o no. Y el sentido de estas próximas semanas es la espera del Don más precioso que jamás hayamos recibido: el mismo Dios hecho hombre, envuelto en pañales, niño indefenso, inocente, recostado en un pesebre.
Las parejas esperan el nacimiento de esa criatura que se “teje” en el vientre de la madre. Y preparan todo. Es una dulce espera. Es una espera llena de esperanza. Llena el presente de sentido y da lugar a la esperanza.
“En [el] pueblo judío, dividido por tantas razones y en tantas cosas, todos coincidían en algo: en la «ansiosa espera» de la que habla [Lucas en su evangelio cuando dice:
el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban en su interior si acaso Juan no sería el Cristo (Lc 3,15).
O sea, todos esperaban la llegada del Mesías]. Ricos y pobres, letrados e incultos, fariseos, zelotes y gente del pueblo, todos esperaban. Venían esperanzados desde hacía siglos y los profetas aumentaban, a la vez que endulzaban, esa tensa expectación. Alguien, algo venía, estaba llegando”.
Como leía hace poco:
“En toda la historia de la humanidad nunca ha habido un gran descubrimiento sin una esperanza antecedente. Pero también es muy raro que se descubra exactamente lo que se esperaba. A veces el descubrimiento es decepcionante; a veces ocurre que supera infinitamente a la esperanza. Cristóbal Colón ¿qué buscaba? Convencido de que la tierra era redonda, buscaba por el oeste una ruta hacia las Indias. Y descubrió América: el descubrimiento superó a la esperanza. Entra en el estilo de Dios hacerse esperar, desear violentamente, pero su descubrimiento supera por fuerza la esperanza y el deseo”
(Vida y misterio de Jesús de Nazaret, I. Los comienzos, José Luis Martín Descalzo).
HACER QUE LA ESPERA ESTÉ LLENA DE ESPERANZA
Es así. Y por eso hago el propósito y te animo a ti a hacerlo: esperar, empezar a esperar y dejarme sorprender, porque el descubrimiento del 25 de diciembre va a superar por mucho mis esperanzas y las tuyas.
El tiempo es relativo. Faltan 4 domingos para Navidad. Llena estas semanas de su verdadero sentido. Que sea una espera llena de esperanza. Todo se pasará volando y nos llenará el corazón de alegría.
Comentaba Benedicto XVI en otra ocasión:
“En una de sus historias de Navidad, el escritor inglés Charles Dickens narra la historia de un hombre que perdió la memoria del corazón. Es decir, el hombre había perdido toda la cadena de sentimientos y pensamientos que había atesorado en el encuentro con el dolor humano. Tal desaparición de la memoria le había sido ofrecida como una liberación de la carga del pasado. Pero pronto se hizo patente que, con ello, el hombre había cambiado: el encuentro con el dolor ya no despertaba en él más recuerdos de bondad. Con la pérdida de la memoria había desaparecido también la fuente de la bondad en su interior. Se había vuelto frío y emanaba frialdad a su alrededor (…).
Con estas reflexiones entramos directamente en el significado del tiempo del Adviento cristiano. En efecto:
Adviento designa justamente la conexión entre memoria y esperanza que el hombre necesita. El adviento quiere despertar en nosotros el recuerdo propio y el más hondo del corazón: el recuerdo del Dios que se hizo niño. Ese recuerdo sana, ese recuerdo es esperanza (…). La hermosa tarea del Adviento es regalarse mutuamente recuerdos del bien y abrir así las puertas de la esperanza.”
(El resplandor de Dios en nuestro tiempo, Benedicto XVI)
Nosotros tenemos memoria y en ella atesoramos el amor de Dios por los hombres. No queremos perder la memoria por quitarnos simplemente las malas experiencias o tal… no, no; es que nos corremos el riesgo de perder mucho más que eso. Con la memoria atesoramos el amor de Dios por los hombres y eso es lo que celebramos cada año en la Navidad. Es lo que esperamos en el adviento. Es lo que significa la misma palabra adviento: “ya viene”. ¿No te entran ganas de salir a su encuentro?
Hazlo, yo lo hago, de la mano de Santa María y de San José.