UNOS DÍAS ESPECIALES
Estamos viviendo en estos días la Octava de la Navidad, que es un modo a través del cual la Iglesia nos ayuda a prolongar el tiempo de la Navidad.
Que el nacimiento de Jesucristo, la Navidad, que no se quede únicamente en el 25 de diciembre, sino que, como es un hecho “tan importante” en nuestra fe, en la historia de la salvación, vale la pena prolongarlo por ocho días. Por eso son días de fiesta.
Y en estos días también, encontramos varias fiestas especiales que tienen que ver con el Señor, que tiene que ver Contigo, Jesús, con Tu nacimiento, con Tu vida.
Ayer celebrábamos el martirio de san Esteban protomártir y hoy celebramos la fiesta de san Juan Apóstol y evangelista.
No sé si a ti te pasa lo mismo, a aquellos que estamos haciendo este rato de oración, de diálogo Contigo, Jesús. Pero san Juan, es mi apóstol favorito, es un apóstol joven y, además, es un apóstol que ama mucho al Señor. Y no solo eso, sino que Tú, Señor, lo amabas de manera especial.
Y es como san Juan Apóstol se autodenomina, cuando en su Evangelio él se refiere a sí mismo en un evento, cuando narra, él es el protagonista o donde él aparece se refiere, como el discípulo a quien Jesús más amaba.
APÓSTOL DE CRISTO
Esto nos puede servir también como para tener un propósito, que eso es en lo que consiste ser discípulo de Cristo, ser Apóstol de Cristo.
Que Cristo nos ame mucho… pero ¿que nos ame mucho, por qué? Porque buscamos hacer la voluntad de Dios. Que buscamos complacerle y por eso queremos hacer las cosas bien, queremos amar mucho.
Y para eso te lo pedimos, Señor, que aumente en nosotros esa virtud de la caridad, del amor.
San Juan era, en efecto, el discípulo, el apóstol más joven. Y es el último en morir. Con él se cierra la revelación. Es en sus últimos años cuando termina de escribir el Evangelio de San Juan, y escribe unas epístolas.
Junto con su hermano Santiago, eran llamados los hijos del trueno, y Tú mismo Señor los llamaste así, porque tenían mucha fogosidad, mucha fuerza, y cuando querían que lloviese fuego y azufre sobre aquella ciudad de samaritanos, porque algunos no los habían querido recibir, tenían mucha fuerza.
Y tal vez, más por desavenencias de la juventud, que a veces se quiere ya salir a hacer las cosas con rapidez, con fuerza. Una cosa buenísima, pero que poco a poco aprende a encauzar.
CUANDO TE VÍ, SEÑOR…
Y entonces, en sus últimos años, vemos que recuerda o vive esos años de su juventud. Cuando empieza su primera Epístola dice:
“Queridos hermanos, lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida”
(Primera carta del Apóstol san Juan 1, 1-4).
Yo quería quedarme, Señor, con esas palabras, que a mi me llaman particularmente la atención cuando dice:
“Lo que contemplamos cuando te vi, Oh, Señor”.
Cuando él mismo recuerda que estaba con Andrés y te ve pasar, y Juan el Bautista le dice:
“Ese es el Cordero de Dios”.
Y en ese momento te miró y te fue siguiendo. Y Tú, te giraste y le dijiste:
“¿Qué desean, ¿qué quieren?”
Y ellos como sorprendidos, pues habían quedado enamorados de Ti, sorprendidos porque Éste es el Cordero de Dios, es el Mesías. Y a partir de ese momento, siempre te estuvo mirando.
Porque si leemos el Evangelio de san Juan, san Juan es el que se memorizó “Tus palabras”. Es el que recoge de manera más extensa Tu predicación, Tus enseñanzas, los consejos que le dabas a los apóstoles.
“Porque los meditaba en su corazón, porque estaba muy atento a Ti y te pedimos, Señor, por intercesión de san Juan Apóstol, que también nos ayudes a contemplarte, a mirarte. A mirarte de manera especial en el Sagrado Sacramento de la Eucaristía”.
EL VERBO DE DIOS SE HIZO CARNE
Lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida. Y es que san Juan en su Evangelio empieza hablándonos así; de ese Verbo de Dios que se hace carne.
Así encontramos esa referencia a la Navidad, al nacimiento de Jesucristo “que se hizo carne”, que nació de María Santísima. Y al mismo tiempo san Juan es un apóstol que narra de manera detallada la pasión del Señor, además, porque él está presente.
De este modo están muy unidos esos dos hechos importantísimos en nuestras vidas de nuestra fe: ¡El nacimiento y la pasión de Jesucristo!
“De este modo, Señor, al mirarte en esos nacimientos que tenemos en nuestras casas, en esta figura del niño Dios: pequeño, envuelto en pañales. Muy bonita seguramente y pensamos que ahí está: ¡El Hacedor del Universo, nuestro Creador, nuestro Dios, ¡tan pequeño!”
PERFECTO DIOS, PERFECTO HOMBRE
Y al mismo tiempo podemos pensar que ese niño ha nacido para morir, para sufrir en esa Cruz y resucitar, por supuesto, porque no se queda allí.
Jesucristo no era un hombre, no era un hombre bueno, sabio como a veces muchas personas piensan que es Jesucristo. Él es Dios, perfecto Dios y perfecto hombre.
Por eso nuestra Madre, la Iglesia, así como prolonga la Navidad, también nos muestra, esos dos grandes momentos o tiempos litúrgicos: la Navidad, tiempo en que se conmemora el nacimiento Jesús y el tiempo de la gran fiesta de la Pascua.
Lo que se llama la Semana Santa con la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, que ya muy pronto se fija esa fecha, en el Concilio de Nicea, ya está allí. La celebración de la Pascua es muy poco después de la Navidad.
Y no es que inmediatamente después surjan esos tiempos litúrgicos. Lo que en la Iglesia recién acaba de nacer, se celebra inmediatamente eso, la Eucaristía, que es la Pascua, es la celebración de la Pascua, porque en ese evento verdaderamente, “Señor, vivimos, nos volvemos a ese momento de Tu Pasión, de Tu muerte y de Tu resurrección”.
LA IGLESIA CONMEMORA ESTE TIEMPO
Pero nosotros, siendo humanos, necesitamos conmemorar, necesitamos celebrar también esos misterios como son Tu Pascua, como es el nacimiento de Jesucristo.
Por eso muy pronto la Iglesia pone estos tiempos; el tiempo de la Pascua, el tiempo de Navidad. Y esto nos lo recuerda san Juan, este Evangelista, al que tanto amaba Jesús.
“Y por eso te pedimos, Señor, que nos ayudes a mantener una fe y un corazón joven. Una fe joven y fuerte ante tantas cosas que nos encontramos, ante tantas ideologías, ante tanta confusión”.
Debemos comprender a las personas que pueden estar equivocadas. Pero no podemos ceder en aquello que creemos, porque es la fe que Tú nos has dado Señor. Creemos en Ti y no podemos quedarnos con un Cristo a medias o un Cristo a la medida.
SER FIELES, MUY FIELES
Y ahora nosotros, Tus discípulos, Tus apóstoles, necesitamos ser muy fieles. Qué buena ocasión para pedir por la Iglesia, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes y por todo el pueblo cristiano, para que seamos fieles a Jesucristo, “muy fieles”.
Y desde luego, como también san Juan en su Evangelio, nos habla de aquel discurso de Jesús que tiene como centro el amor, pero no un amor como “querámonos y vivamos tranquilos, ¡no!
Un amor que implica sacrificio, un amor que implica entrega. Preocuparse por los demás y salir de uno mismo, así como lo hiciste Tú, Señor. A tal punto de querer morir en una cruz por cada uno de nosotros.