Nos vamos con la imaginación a la Capilla Sixtina de Roma, donde están los frescos de Miguel Ángel, entre los que se encuentra “La Creación de Adán”.
El brazo derecho de Dios se encuentra estirado para impartir la chispa de vida de su propio dedo al de Adán, cuyo brazo izquierdo se encuentra en idéntica posición al de Dios.
Es famoso el hecho de que ambos dedos están separados por una mínima distancia. Una manera simbólica de representar también la libertad del hombre que, con solo estirar su dedo, puede tocar a Dios.
Llama la atención cómo el dedo de Dios está perfectamente estirado como diciendo “Yo sí quiero” y el dedo del hombre está un poco encorvado. Basta que estire su dedo para que Dios le pueda dar todo lo que necesita para ser feliz, para ir al Cielo, para poder amar.
Me recuerda esa anécdota que se cuenta de la hermana de santo Tomás de Aquino, Teodora, que le dijo a su inteligentísimo hermano -de los más grandes teólogos de todos los tiempos:
“Tomás, ¿qué se necesita para ser santo?”
A lo que su hermano se limitó a contestar:
“Querer”.
Pensar en esto nos llena de esperanza, que Dios está activamente queriendo nuestra felicidad, queriéndonos llevar al Cielo; incluso más, queriendo que esta tierra se convierta en un pedacito de Cielo por la vida de la gracia que encontramos en los sacramentos; en la Eucaristía y en la confesión fundamentalmente, que son estos dos sacramentos que podemos recibir con más frecuencia.
¿CÓMO QUIERES QUE TE QUIERA?
Basta querer y si no sabemos cómo querer a Dios, hasta eso le podemos pedir: “dame Jesús el cariño con el que quieres que te quiera”.
Parece trabalenguas, pero es pedirle a Dios incluso eso: “dame Jesús el cariño con el que quieres que te quiera”. Hasta eso, dámelo Tú.
Volviendo a la Capilla Sixtina, también está pintado en el ábside, uno de los frescos más famosos de Miguel Ángel “El juicio final”.
Pienso que podemos dedicar nuestra oración de hoy aprovechando que, en la liturgia de estos días de noviembre, previos a la Solemnidad de Cristo Rey con la que termina el tiempo ordinario y antes de empezar el nuevo año litúrgico con el Adviento, la Iglesia nos ha puesto a considerar las cosas que sucederán después de morir; tantas cosas que sabemos porque nos han sido reveladas.
Sabes que en esa misma Capilla Sixtina se elige a los Papas, en esa reunión de cardenales que se llama Cónclave, que significa: “con llave”; literalmente los encierran allí para que, en secreto, elijan entre todos al nuevo Papa.
Cuentan que al volver de un Cónclave le preguntaron a un cardenal sobre las votaciones (ya sabes que los periodistas siempre quieren saber de estas cosas), él les contestó: “no les contaré de los votos, pero sí de mí: al entrar a la Capilla Sixtina y ver el juicio final de Miguel Ángel pensé, Dios te va a pedir cuenta de lo que hagas aquí”.
TE EXAMINARÁN EN EL AMOR
Pues es así. Se puede entender también en sentido un poco más amplio aquello que sintió este cardenal, no solo respecto a lo que él iba a hacer ahí en la Capilla Sixtina al elegir a un nuevo Papa, sino también a lo que nosotros hagamos con nuestra vida en esta tierra.
Dios nos va a pedir cuenta de lo que hagamos con nuestras vidas, del cómo hayamos sabido corresponder al amor de Dios.
Cuando el Catecismo habla sobre lo que nos sucederá al morir, habla de un juicio particular que es como un examen sorpresa que tendrá una sola pregunta: ¿Cuánto amaste?
Inmediatamente, después de morir nos presentaremos ante el tribunal de Dios que nos va a hacer esta pregunta.
El Catecismo lo hace citando unas palabras de san Juan De la Cruz que dicen:
“A la tarde te examinarán en el amor”.
De una manera más poética, pero es la clave.
No me van a juzgar por cuánta gente fue a mi funeral, sino por cuánto cariño le puse a las personas.
TENER AMOR UNOS A OTROS
¿No te parece un buen resumen de lo que puede ser tu vida?
Cuando pasen los años, acabe tu vida; cuando mueras, que se diga de ti: “cómo nos quería”. Que te puedan recordar por esto, no por si fuiste más o menos listo, más o menos rico, más o menos famoso, sino por el cariño que le tuviste a la gente.
“Jesús, ayúdanos a enfocar nuestra vida en esta dirección, que seamos personas que nos distingamos por esto, además porque Tú así nos lo has pedido”:
“En esto conocerán que son mis discípulos, si nos tenemos amor unos a otros”
(Jn 13, 35).
Que no nos cansemos de oír esto, porque toda nuestra vida quiere girar alrededor de esta realidad:
“A la tarde te examinarán en el amor”.
En esto consistirá nuestro juicio particular que será como un examen de una sola pregunta: “¿Cuánto me amaste?”
De manera que todo lo que sigue después del juicio: el Purgatorio, el Infierno o el Cielo, está en estrecha relación con esta pregunta: ¿Cuánto quisiste? ¿Cuánto amaste? Los que hayan rechazado sistemáticamente el amor de Dios, irán al infierno.
EL PURGATORIO
El infierno… da miedo solo pensar en él. Qué tremenda cosa es el pecado cuando así se castiga: todos odiándose unos a otros y para toda la eternidad, sin compadecerse de nadie, sin querer a nadie, sin que nadie te quiera… qué terrible soledad y para siempre.
Odiándote a Ti Dios mío, ¡cómo pueden odiarte a Ti! No lo entiendo, pero lo creo.
Separados de Ti para toda la eternidad y por eso la súplica: “Señor, no lo permitas, ten misericordia de mí y no me dejes en manos de los demonios. Cualquier cosa antes que el infierno.
Ayúdame para enfocar mi vida eficazmente hacia el amor a las personas para que yo no vaya al infierno y para que ninguna persona que yo conozca pueda ir a ese tremendo lugar”.
Sin embargo, los que mueren en gracia y en amistad de Dios, pero no se han purificado de modo suficiente de todas las manchas de pecado, aunque estén seguros de su salvación eterna, han de purificarse después de la muerte hasta que puedan alcanzar la santidad necesaria para entrar en el gozo del Cielo.
La Iglesia le llama purgatorio a esa purificación final de los elegidos, que es una realidad completamente distinta al castigo de los condenados; ciertamente dolorosa, pero es dolor de amor, es un fuego purificador.
En el Purgatorio hay esperanza y por eso san Josemaría les llamaba a las almas del purgatorio: mis buenas amigas, a las que él le encargaba muchísimos favores.
Podemos rezar por ellas; de hecho, estamos rezando por ellas en este mes de noviembre para llevarlas a todas al Cielo.
TE ADORO CON DEVOCIÓN
Vamos a terminar con lo mejor, con la mirada puesta en el lugar donde Dios quiere que estemos.
Lo hacemos mirando físicamente o con la imaginación a Jesucristo en el Sagrario y podemos decirle aquella última estrofa del Adoro Te Devote, compuesta también por santo Tomás de Aquino:
“Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío, que, al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria…”
El Cielo es estar con Cristo
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”
(Lc 23, 43),
le dijo Jesús al buen ladrón, pues convéncete: el Cielo es estar con Cristo.
Nada ni nadie, sino solo Dios, será capaz de colmar esa sed de infinito, esa inquietud del corazón, ese anhelo de felicidad que tenemos todos los hombres.
“Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en Ti.”
Esto es lo más nuevo y emocionante del mensaje cristiano del Evangelio de Jesucristo: que estamos hechos para el Cielo y, todavía más, que ya podemos gozar de un pedacito de Cielo en esta tierra por la vida de la gracia que comienza en el Bautismo y que no es truncada con la muerte, sino que solo entonces sale plenamente a la luz.
María, Reina del Cielo, ruega por nosotros.
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