Nos comenta san Lucas en el Evangelio de la misa de hoy, que una vez:
“Estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”.
Él les dijo: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea Tu Nombre, venga Tu Reino; nuestro Pan cotidiano, dánoslo cada día, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe y no nos dejes caer en la tentación”
(Lc 11, 1-4).
EL SEÑOR SE RETIRABA A ORAR
Vemos al Señor, en distintos pasajes del Evangelio, cómo se retiraba a hacer oración con cierta frecuencia. Sí, el Señor practicaba la oración.
San Marcos nos dice en uno de sus pasajes que:
“En la mañana, mucho antes de amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto y allí oraba”
(Mc 1, 35).
Y san Lucas, en otros pasajes, también nos narra que
“Pasó la noche haciendo oración”
(Lc 6, 12).
San Juan describe la oración del Señor, la oración sacerdotal, cuando el Señor levantaba Sus ojos al Cielo y decía:
“Padre, glorifica a Tu Hijo para que Tu Hijo te glorifique. Ha llegado su hora”
(Jn 17, 1).
APRENDER A ORAR
Esta práctica de Jesús promueve, alienta, en sus apóstoles, sus discípulos cercanos, ese deseo de aprender a orar. Cuando lo veían, ahí, en esa intimidad con Su Padre Dios y eso les enseña lo que Él mismo hace.
De hecho, cuando el Señor hace oración, comienza con la palabra Padre.
“Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu”
(Lc 23, 46).
Ese modo en que los evangelios nos describen a Jesús en diálogo íntimo constante con el Padre, esa comunión profunda de aquel que vino al mundo no para hacer Su voluntad, sino la del Padre que lo envió para la salvación del hombre.
PADRE NUESTRO
Es lo que el Señor nos quiere enseñar y nos lo enseña ese texto que nos presenta hoy san Lucas: la oración dominical o el Padre Nuestro -algo un poco más breve que el que tiene san Mateo, que es el que solemos recitar.
San Mateo especifica siete peticiones y aquí san Lucas nos trae solamente cuatro y el contexto también es distinto.
El contexto de san Mateo es más largo, es de el sermón de la montaña y, más concretamente, la explicación sobre el modo de orar.
Aquí, en san Lucas, uno de los momentos en lo que Jesús ha estado haciendo oración, simplemente.
ORACIÓN DOMINICAL
Son contextos distintos y, para algunos, pareciera que el Señor enseñara lo mismo en diversas ocasiones y con palabras -quizás- no literalmente idénticas ni con la misma extensión, pero son siempre los mismos puntos fundamentales. Como es lógico, la Iglesia en su tradición recogió la oración dominical en su forma más completa, que es la de san Mateo.
Pero el caso aquí, lo importante es que el Señor no habla de cosas extrañas cuando los discípulos le piden que les enseñe a rezar. O cosas así complicadas o esotéricas, sino que impresiona mucho la sencillez de la oración del Padre Nuestro, hasta tal punto que casi son las primeras palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños.
Se han impreso en nuestra memoria, se han plasmado en nuestra vida y, seguramente, nos acompañarán hasta el último minuto en este mundo.
Una oración que recoge expresa también las necesidades tanto humanas, como espirituales.
“Danos nuestro pan de cada día, perdona nuestros pecados…”
(Lc 11, 4).
NOS UNIMOS EN JESÚS
Y es en Jesús, precisamente, que tú y yo somos capaces de unirnos a Dios con la profundidad y la intimidad de esa relación de paternidad y de edificación y por eso, juntamente, con aquellos primeros que le escuchaban nos dirigimos con humilde confianza y le pedimos:
“Señor, enséñanos a orar, porque sabemos bien que la oración no se debe dar por descontada”.
Siempre hace falta aprender a orar, adquirir ese arte -incluso- para quienes tienen muchos años haciendo oración y se pueden considerar muy adelantados en la vida espiritual.
APRENDER A ORAR CON MAYOR AUTENTICIDAD
Siempre está la necesidad de entrar en esa escuela de Jesús para aprender a orar con mayor autenticidad. Además, para aprender a vivir aún más intensamente esa relación personal con Dios.
Hemos aprendido a invocar al Espíritu Santo, es el primer don del Resucitado a los creyentes, porque Él es quien acude en nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene, según dice san Pablo y sabemos que tiene razón.
ORACIÓN LLENA DE CONFIANZA
En todo caso, así debe ser nuestra oración: llena de confianza, esa confianza de ser hijos e hijas, pequeños, que todos necesitamos a nuestro Padre Dios; confiada, sencilla, también oración sincera para ponernos delante del Señor tal como somos.
Jesús enseña a mejorar. “Jesús, enséñame también a mí a dialogar contigo, a descubrir que estás presente, a estar convencido de que oyes mis palabras cuando hago oración”.
Un diálogo que san Josemaría (quien celebramos su canonización, un día como hoy) decía:
“¿De qué vamos a hablar con el Señor? pues de Él, de ti, de alegrías, de tristezas, éxitos, fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias, flaquezas, acciones de gracias y peticiones; amor y desagravio… en dos palabras: conocerle y conocerte”
(Camino, 91);
tratarse.
LA SAGRADA ESCRITURA
De eso se trata, por eso la primera escuela para la oración es la Palabra de Dios: la Sagrada Escritura.
La Sagrada Escritura es precisamente eso: un diálogo permanente entre Dios y el hombre. Un diálogo progresivo en el cual el Señor se nos viene mostrando cada vez más cercano hasta llegar la plenitud de los tiempos: la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Y allí podemos conocer cada vez mejor Su rostro de Dios, Su voz, Su ser, la humanidad santísima de Jesús, pues la escritura, ahí ese diálogo es permanente.
LA LITURGIA
Otra fuente para crecer en oración, una fuente viva en estrecha relación con la Sagrada Escritura es la liturgia. Un ámbito privilegiado donde Dios habla a cada uno de nosotros, aquí y ahora, donde espera nuestra respuesta.
Y también, en ese sentido, san Josemaría nos recomendaba:
“Tu oración debe ser litúrgica, ojalá te aficiones a recitar los salmos y las oraciones del misal, en lugar de oraciones privadas o particulares”
(Camino. Oración, punto 86).
PALABRAS ADECUADAS
Pues ahí, en la Liturgia del Señor, nos da las palabras adecuadas para dirigirnos a Él. Esas palabras que encontramos en los salmos, en las grandes oraciones de la Sagrada Liturgia, en la misma celebración eucarística…
“Maestro, enséñanos a orar” y también nos recomendaba el Papa Benedicto:
“Enséñanos a pensar, a escribir y a hablar, porque estas cosas están íntimamente unidas entre sí”
(Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los profesores y alumnos de las universidades y ateneos eclesiásticos de Roma. Octubre, 2006).
ENSÉÑANOS A ORAR
Pidamos al Señor que ilumine nuestra mente y nuestro corazón para que la relación con Él en la oración sea cada vez más intensa, más afectuosa, más constante. Aunque le digamos “n” veces: “Señor, enséñanos a orar”.
Le pedimos a nuestra Madre, santa María, ya que tendría esa mayor intimidad con su Hijo, que nos enseñe también a rezar, al menos, como rezarían allí en la Sagrada Familia.
Me gustaría me guíen a leer y discernir la palabra, Bendiciones.
Me gustaría me guíen a leer y discernir la palabra, Bendiciones.