Nos metemos con la imaginación en la escena del Evangelio. Vamos con Jesús. Es una maravilla. Estar con Él es estar seguro, es sentirse querido, es saberse conocido y apreciado.
También es saberse exigido, porque, como alguna vez dijo san Josemaría:
“El que pueda hacer como diez, tiene que hacer como quince, en la guerra, como en la guerra”
(A solas con Dios).
Bueno, Jesús exige lo mejor de nosotros, no el perfeccionismo, pero sí nuestra mejor versión, con sus fallos y sus meteduras de pata, pero nuestra mejor versión.
MINISTERIO EN LA SUBIDA A JERUSALÉN
Vamos con Jesús y, en este caso, vamos en dirección a Jerusalén. San Lucas, el evangelista prácticamente divide a su evangelio en tres partes: El ministerio de Jesús en Galilea, la subida a Jerusalén y el ministerio en Jerusalén.
En el evangelio de hoy leemos el inicio de la segunda parte: Jesús se dirige a la ciudad de David, a la ciudad santa. Pero, decir Jerusalén, implica algo muy duro: su partida.
«Cuándo iba a cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén»
(Lc 9, 51).
Ahí va Jesús con caminar decidido y nosotros vamos con Él, con los apóstoles y con las santas mujeres. Es un grupo variado y alegre. ¡Qué personajes!
Y entre ellos, tú y yo…
Aprovechamos estos trayectos para hablar con cada uno. Intentamos, –aprendiendo de Ti, Señor”-, olvidarnos de nosotros, pensando primero en lo demás. Nos prestamos pequeños servicios. Ponemos buena cara cuando nos piden algo, aunque estemos cansados.
Esto lo hemos aprendido de Jesús porque así ha sido toda su vida.
Hay quien dice que: “Así como a muchas casas se les pone un nombre anunciando con un letrero en la entrada —Villa Alta o Casa Paco o el Llano—, pues a la casa de la Sagrada Familia se le tendría que poner este letrero “La casa del tú”. Allí sólo se conjugaba el Tú.
Jesús enseña que todo es Tú: Amar, perdonar, servir, comprender, disculpar, dar, ayudar… “ (Diciembre: Adviento, Navidad, Jose Pedro Manglano)
Esa ha sido la causa, la escuela de Jesús. José piensa en Jesús y en María. María piensa en Jesús y en José. Jesús piensa en María y en José… Siempre el TÚ. Y esa es la casa, la escuela de todos los cristianos.
Ese es (o al menos debería ser), nuestro aire de familia, donde a cada uno de nosotros se nos trata como a un tú. ¡importamos!
JESÚS BUSCA POSADA
Pero bueno, volvamos al camino en el que vamos con este grupo de ‘gente variopinta’, pero muy normal, que se reúne en torno al Maestro. Todos intentamos imitar a Jesús y por eso intentamos servirnos unos a otros, hacernos pequeños favores.
Y mejor si pasan desapercibidos, porque así nadie nos lo agradece. Sólo Jesús. Y digo que “sólo Jesús”, porque siempre hay algo en Él que nos hace darnos cuenta de que Él sí sabe. Él sí lo ha notado y nos lo agradece. Y ya con eso nos damos por satisfechos.
Es más, cuando se trata de servir, todos nos peleamos por hacerle algún pequeño servicio al Maestro.
Y resulta que hoy necesita un favor y nos lo pide a ti y a mí. ¡Qué suerte!
«Envió por delante a unos mensajeros que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje»
(Lc 9, 52).
Eso somos tú y yo. Tenemos este encargo de Jesús. Por eso nos adelantamos. Total, somos jóvenes y nos sobran energías.
Pero vaya decepción. Cuando llegamos a la aldea y nos dirigimos a la primera posada, nos preguntan: —¿Para quién? ¿A dónde se dirigen?
Ya yo me empiezo a molestar porque pienso: —¿Y qué más da hacia dónde vamos? ¿Qué les importa? Total hospedaje es hospedaje. ¡Si supieran la suerte que tienen de poder darle hospedaje a Jesús!
Pero tú me ves inquieto y me lanzas una mirada que me lleva a contenerme y dices: —Hospedaje para Jesús y sus discípulos. Llevamos dirección a Jerusalén.
Ahora lo que me deja de piedra es la respuesta: —Pues entonces no.
Yo estoy a punto de decir: —¡¿Cómo que no?! Pero tú dices: —Bueno, gracias. Y me susurras al oído: —Calma, busquemos otro lugar.
Intentamos en la siguiente posada y en esta y en aquella otra. Pero nada. Basta mencionar Jerusalén para que nos digan que no.
Y es que los samaritanos y los judíos no se llevan bien. Yo pensaba que con mencionar a Jesús, todas las puertas se abrirían. Pero no…
«No lo acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén»
(Lc 9, 51).
SEÑOR, QUE YO TE ACOJA
“Jesús, cuántas veces te seguimos con gusto cuando todo lo que pides es de nuestro agrado. Y con qué facilidad te damos la espalda cuando el camino se pone inclinado, cuando notamos la exigencia, cuando hay algo que no nos resulta tan cómodo o nos contraría.
¡Perdón! Perdón por todas las veces que he sido yo un samaritano que sólo te acoge bajo ciertas condiciones”.
Ésta es la torpeza del hombre que condiciona la cercanía de Dios, que le niega hospedaje, por no coincidir con sus gustos y planes… ¡Qué lástima!
Tú y yo nos volvemos contrariados. Contamos lo sucedido. Yo vengo realmente indignado. Y mientras tú describes a Jesús lo sucedido, Santiago y Juan se van poniendo rojos de cólera y dicen:
« —Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del Cielo y los consuma? Pero tú, Señor, te vuelves hacia ellos y los reprendes»
(Lc 9, 55).
Yo me lleno de vergüenza; porque en mi interior pensaba: ¡Es cierto! ¡Qué bien pensado! ¡Que baje fuego y los consuma! ¡Ahora se van a enterar! Pero, ¡qué equivocados estamos!
Es impresionante como Jesús es siempre acogedor, aunque a Él no lo acojan… Es paciente, comprensivo, disculpa y perdona siempre.
Simplemente sonríe y dice: —No importa, vamos a otra aldea. Y así deja zanjada la cuestión.
“De todos modos, no deja de indignarme un poco el hecho de que no te hayan recibido al Señor.
Aunque pensándolo bien, me doy cuenta de que de que es una gran suerte que tú reacciones así, porque son muchas las veces en las que nosotros no te recibimos o te recibimos mal y tú no te enojas, no nos lo echas en cara…
Al contrario, sonríes y nos perdonas. Nos tienes paciencia. ¡Gracias, Jesús, por ser como eres!”<
Tú y yo, ¿cómo acogemos a Jesús?
TE QUEREMOS MUCHÍSIMO DE VERDAD
“Me acordaba de cómo una mamá le explicaba a su hija de pocos años lo bueno que era Jesús y cómo se había quedado con nosotros en la Sagrada Eucaristía, para que le fuéramos a ver y le tuviéramos en nuestro corazón.
La niña no había recibido la primera comunión todavía, pero tenía muchos deseos de que llegara ese momento.
Un día, su mamá daba gracias después de recibir al Señor en la comunión, y estaba de rodillas en el reclinatorio con la cabeza entre las manos. Entonces, se le acercó su hija en silencio y en voz muy baja le dijo al oído: —Mamá, dile que le queremos muchísimo.
Al Señor seguro que le encantaron estas palabras de la pequeña. También Él estaría con muchísimo deseo de que llegara el día en que la niña recibiera su Primera Comunión.
La madre, contaba ella, en aquella acción de gracias, le repitió muchas veces al Señor: Jesús, te queremos muchísimo, de verdad” (cfr. El día que cambié mi vida, Francisco Fernández-Carvajal).
Bueno, piensa: ¿cómo le acoges? ¿Le quieres muchísimo? ¿De verdad? ¿Se lo demuestras? ¿O le pones condiciones? ¿Le recibes siempre que puedes y sin condiciones…?
El Beato Carlo Acurtis hizo su primera comunión con siete años y no dejó la comunión diaria hasta su muerte, que fue cuando tenía quince años. Pues él, cuando ya había recibido la comunión, le decía : “Jesús, ponte cómodo, ¡Siéntete como en casa! (Carlo Acutis. Estaré siempre contigo, Silvia Martínez-Markus).
Pidámosle a nuestra Madre ser acogedores con Jesús, como ella lo fue siempre. Madre nuestra, que se sienta en casa.