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LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

escuchar

En estos 10 minutos con Jesús en los que, como siempre, le pedimos una especial asistencia para poder hacer la oración, porque es algo que a nosotros nos supera.

Somos incapaces, no nos da la autonomía para poder realizar semejante viaje que es establecer, hacer crecer, aumentar esa relación con Dios que hacemos en la oración.

Concretamente, hoy me parecía que podría ser muy útil pedirle a Jesús un don muy concreto que es el de saber escuchar; saber escuchar a Dios.

Escuchar a Dios exige aprender a escuchar a los demás, que es como el primer termómetro para saber si somos capaces de escuchar a Dios.

¿Escucho a los demás?

En mi casa, desgraciadamente, a la hora del té, cuando uno baja a merendar (es una residencia universitaria) todo el mundo baja con su teléfono y auriculares.

Cada uno se sienta a la mesa y comienza a ver su Tik Tok, Instagram, el video que quiere ver… y es completamente en silencio, porque cada uno está metido en su teléfono.

En el almuerzo y la cena no, porque estamos los más grandes, los profesores que mantenemos niveles de conversación en cada mesa, pero cuando ellos están solos… cada uno de los chicos, se centran en sus celulares.

Están aislados, no saben escuchar, han perdido la capacidad de escucha.

LA ORACIÓN ES ESCUCHAR Y HABLAR

Y no podemos olvidar que un sordomudo no es mudo, es sordo, porque no tiene capacidad de escuchar no puede emitir sonidos.

Se ha hecho todo tipo de pruebas, todo tipo de intentos, para que un chico que nació sordo pueda articular sonidos y no se ha conseguido.

No pueden pasar de cosas más bien culturales o de sonidos muy elementales, que no articulan ni siquiera un sí o un no.  No pueden decir sí, no pueden decir no, no pueden decir lo que sea, porque son sordos.

Por eso, cuando perdemos la capacidad de escuchar es grave. Cuando dejamos de escuchar los problemas de los demás, las necesidades de los demás, nos hacemos mudos también y perdemos la capacidad tanto de escucha como de hablar, que justamente es el corazón de la oración.

La oración es escuchar y hablar. Es escuchar lo que Dios tiene que decirnos y decirle lo que nosotros tenemos que decirle. Por eso, lo número uno es aprender a escuchar.

Pienso que nos puede ayudar un montón aprender a escuchar a los demás, en silencio, sin interrumpir, esperando hasta que terminen, sin “intentar meter bocado” como decimos en mi tierra; sin intentar darle soluciones antes de que nos la pida.

Porque quizás no nos piden opinión, simplemente nos están contando y, además, esperar, hacerse cargo, entender, hacer el esfuerzo de entender qué es lo que nos están diciendo, cuáles son los motivos…

A lo sumo podemos hacer una pregunta al final para entender mejor lo que nos están queriendo decir, pero siempre en esta lógica de la escucha.

APRENDER A ESCUCHAR

Por eso necesitamos aprender a escuchar. Para eso lo tenemos que entrenar en la escucha real porque el Señor nos va a hablar, nos quiere hablar, pero habla muy bajito, habla en susurro, en la brisa, en el viento suave.

Hoy el Evangelio nos recuerda una realidad que es la que el Señor se tiene que ir. Le está diciendo a los apóstoles que se tiene que ir:

«Ahora me voy al que me envió y ninguno de ustedes me va a poder seguir. (…) La tristeza les va a llenar el corazón; sin embargo, les digo que les conviene que Yo me vaya, porque si Yo no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito.

Si me voy, en cambio, se los voy a enviar y cuando venga, dejará convencido al mundo acerca del pecado, de la justicia, de la condena»

(Jn 16, 5-8).

Jesús en este Evangelio intenta consolar a los discípulos que se va a ir porque le llena de tristeza el corazón. Les está diciendo, en estos días previos a la Ascensión, que se tiene que ir, que no lo van a volver a ver.

Esto para los discípulos es una catástrofe, porque habían vivido tres años bajo el amparo de Jesucristo. Jesús les curaba las enfermedades, resucitaba a los muertos, curaba toda dolencia; Jesús los escucha, les sonríe, los consuela, los une cuando se dividen entre sí, los ayuda de mil maneras.

Están tan seguros con Jesús, tan seguros porque todo problema era solucionado por Jesucristo y, de pronto, Jesucristo les dice

«Me voy al Padre y no me volverán a ver, por eso, vuestra tristeza será grande».

Les da una pista, les da una cierta tranquilidad al decirles que nos va a enviar un Espíritu que nos va a llenar de consuelo y que no solo nos va a llenar de consuelo, sino que, además, nos va a hacer entender en profundidad todo lo que Él enseñó.

LA CABAÑA

Si uno ve la película La Cabaña, que trata de un hombre que pierde a su hija en un campamento, un degenerado, un pedófilo la secuestra, la rapta y después de violarla, la mata.

Este hombre entra en un duelo tremendo, un dolor inimaginable y Dios lo cita a una cabaña (justamente de ahí su nombre) para arreglar esa situación en el corazón de este hombre.

Lo que va a hacer Dios es, en primer lugar, ayudarlo a que no culpe a Dios. Esa tarea la va a realizar Dios Padre.

Y la otra mitad de la película, se trata de la tarea que hace el Espíritu Santo, que los tres están encarnados: Dios Padres es una madre, porque a veces necesitamos que Dios tenga rostro de madre; otras veces que tenga el rostro de amigo.

Y le hablamos a Dios, a veces como un amigo, a veces como una madre, a veces como un padre, a veces como un hermano… lo que cada uno necesite.

PERDONAR

En este caso Dios Padre era una madre. El Espíritu Santo se ocupa de curar la herida más profunda que era que perdone. Necesitaba perdonar al asesino.

Pienso que esto pinta muy bien la necesidad que tenemos del Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo todo lo que Jesús nos ha enseñado sobre amar a sus enemigos, perdonar a los que me hacen el mal, bendecir a los que me maldicen, amar a los demás como Dios nos ama, es incomprensible para nosotros.

Pero no solo incomprensible, es imposible de realizar, para eso necesitamos que el Espíritu Santo nos dé esa capacidad para entender lo que Jesús hace y dice.

En esta película, el Hijo, Jesús, aparece como carpintero, es el carpintero de esa Familia Divina y prácticamente no hace nada. Lo único que hace es construir en la carpintería lo que después nos vamos a dar cuenta que es el ataúd de la niñita, pero nada más.

Los que trabajan duro son el Padre y el Espíritu Santo.

Nosotros necesitamos al Espíritu Santo para poder entender todo lo que Jesús hace y dice.

Por eso nos ponemos en sus manos y le pedimos a Jesús que nos ayude a comprender mejor al Espíritu Santo y a hacer mejor la oración a fuerza de escuchar, de hacer más silencio.

Y te vamos a escuchar en la oración, haciendo más silencio y entrenando la escucha de los demás.

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