TODOS SOMOS ROMANOS
“¡Están locos estos romanos!” No sé si alguna vez has leído esos famosos cómics de Asterix. Se trata de unas historietas sobre un pueblo de la Galia que no consigue someter al Imperio Romano. Son indomables. Y se defienden gracias a Asterix y Obelix, que tienen una fuerza sobrehumana fruto de una poción mágica.
Ellos rechazan y se ríen de los romanos invasores. “¡Están locos estos romanos!” es lo que los galos siempre dicen cuando se refieren a los romanos.
Pues tú y yo no sé si estamos locos, pero lo que sí sé es que somos romanos. Así: romanos.
San Josemaría escribe:
“Católico, Apostólico, ¡Romano! -Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu romería, “videre Petrum”, para ver a Pedro”
(Camino 520).
Y es que todos los católicos somos romanos, porque en Roma, en la città eterna -la ciudad eterna-, está la sede de Pedro, está la sede del Papa.
Hace poco, en una entrevista, comentaba Mons. Fernando Ocariz, el actual Prelado del Opus Dei: “He recordado una y otra vez el ejemplo que vi en el entonces cardenal Ratzinger, cuyo amor a la Iglesia y al Papa, fuerte y fundado en la fe, iba más allá de las emociones.
En un momento delicado para la unidad de la Iglesia, que algunos cuestionaban, le oí decir desde el fondo de su corazón: “¡Cómo es posible que no se den cuenta de que sin el Papa no son nada!” (Ecclesia, 24 de octubre de 2023).
Pues si tú consideras que estos tiempos son tiempos delicados para la unidad de la Iglesia, escucha al entonces cardenal Ratzinger: ¡sin el Papa no eres nada! O eres romano o no eres nada.
¿A qué viene todo esto? A que hoy celebramos la dedicación de una de las cuatro basílicas mayores romanas: San Juan de Letrán. Se podría decir que es la principal, porque es la sede del obispo de Roma. O sea, del Papa.
CONSTANTINO Y SAN JUAN DE LETRÁN
Te cuento la historia. Era el año 312 y se disputaban el imperio Majencio y Constantino. Constantino dispuso sus tropas fuera de Roma preparando la batalla inminente. Y según cuenta la tradición, estaba invocando la protección del dios sol a quien él veneraba, cuando vio la imagen de la cruz en el interior del disco solar.
Más tarde, en un sueño, vio nuevamente la cruz dentro del sol, y las palabras In hoc signo vinces: Con este signo vencerás. Fue entonces que mandó sustituir el águila imperial en los estandartes de su ejército por el signo de la cruz y se lanzó a la famosa batalla del Puente Milvio en la que derrotó a Majencio.Todos supieron el resultado de la contienda.
Entonces el Senado junto con el pueblo romano (Senatus Populusque Romanus, que esas son las siglas SPQR que se ven por todos lados en Roma), erigió con prisa un arco para celebrar el triunfo de Constantino.
Se llama, como es lógico, el Arco de Constantino y ahí sigue en pie hasta el día de hoy, al lado del Coliseo romano.
En ese arco se puede leer la inscripción dedicatoria en la que se hace una mención, así un poco solapada, a “la divinidad”; ya no se habla de los dioses, porque los magistrados, que eran paganos, sabían que Constantino favorecía a los cristianos, que eran adoradores de un Dios único. Santa Elena, su mamá, ya era cristiana. Pero Constantino comenzó ahí su propia conversión.
Es curioso, porque se dice que en los triunfos romanos que se hacían cuando un gran general conseguía una victoria gloriosa, solía haber un gran desfile por la ciudad que pasaba justo por donde está el Arco de Constantino.
Desfilaban los esclavos, el botín de guerra, los soldados y, por último, en una carroza iba el general, o (en este caso) el emperador, al que acompañaba un lacayo que, mientras toda Roma se asomaba para ver el espectáculo y gritaba: “¡Triunfo! ¡Oh, Triunfo!”, le ceñía una corona de laurel en la cabeza mientras le susurraba al oído las siguientes palabras: “Recuerda que eres mortal”.
LA IGLESIA DE LOS ROMANOS
Eran unas palabras acertadas porque aquel hombre se sentía el dueño del mundo, pero no dejaba de ser un simple hombre. Ya se ve que Constantino lo supo reconocer y, junto con eso, supo agradecer a Dios (a ese Dios de los cristianos que murió en la Cruz) la victoria conseguida.
Así, el 28 de octubre del año 312, después de vencer a Majencio, Constantino hizo su entrada triunfal en Roma e inmediatamente acabó con la persecución de los cristianos y donó los palacios de los Laterani al Papa Melquiades.
O sea, antes de iniciar la construcción de la antigua basílica de San Pedro en el Vaticano, Constantino construyó la Basílica Laterana en el lugar donde se encontraban las viviendas de la guardia personal de Majencio.
La basílica estaba dedicada al Salvador. Después, con el tiempo, fue dedicada a San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Por eso hoy la conocemos como San Juan de Letrán.
En el año 314, el Papa Silvestre I fue a vivir a Laterano y ahí fijó la residencia oficial del papado. No fue hasta muchos siglos después que la residencia del Papa se trasladó al Vaticano.
Y por eso en esta iglesia que celebramos hoy, en la fachada se lee las siguientes palabras: «Sacrosancta Lateranensis ecclesia omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput«, que se traduce diciendo:
“Iglesia Santísima de Letrán, madre y cabeza de todas las iglesias de la urbe y del orbe”.
O sea, del orbe del mundo y de la urbe de Roma: todas, todos, incluidos tú y yo.
UNIDOS SIEMPRE AL PAPA
Somos romanos y eso significa que estamos con el Papa. Porque sin el Papa no somos nada. La grandeza de la Iglesia no es nuestra, es de Dios. Nuestros triunfos y aciertos no son nuestros, son de Dios.
Los errores y los defectos sí son nuestros, y en ellos es como si nuestro ángel de la guarda nos colocara una corona de laurel y nos dijera: “Recuerda que eres mortal”. Y lo somos.
Pero, a pesar de los pesares, todos somos la Iglesia. Somos el pueblo de Dios. Somos una familia, y la Iglesia es Madre. Conocer la historia de nuestra familia nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Por eso te lo recuerdo: somos romanos.
Algunos podrían decir: ¡Están locos estos romanos!, pero nosotros nos sabemos con orgullo hijos de la Iglesia, miembros del cuerpo místico de Cristo.<
Comentaba Benedicto XVI:
“En esta solemnidad, la Palabra de Dios recuerda una verdad esencial: el templo de ladrillos es símbolo de la Iglesia viva, la comunidad cristiana, que ya los apóstoles san Pedro y san Pablo, en sus cartas, consideraban como edificio espiritual, construido por Dios con las piedras vivas que son los cristianos, sobre el único fundamento que es Jesucristo, comparado a su vez con la piedra angular”
(cfr. 1 Co 3, 9-11. 16-17; 1 P 2, 4-8; Ef 2, 20-22).
«Hermanos: son edificios de Dios,
escribe San Pablo, y añade:
El templo de Dios es santo: ese templo son ustedes»
(1Co 3, 9-17).
El templo espiritual de la Iglesia está compuesto de bellísimas piedras y de sillares.
Entre todos, después de Cristo, destaca la Virgen Nuestra Señora, una piedra preciosa que da belleza a toda la construcción. Y en esta edificación hay piedras de todo tipo: unas que sustentan, otras ornamentales; unas fuertes, otras preciosas…
Son todas las vocaciones que Dios suscita en la iglesia. […] Los templos que construimos, en su belleza y armonía, están destinados a dar gloria a Dios y también a recordarnos la belleza de” (Noviembre 2015, Con Él, Fulgencio Espa) nuestra familia, de nuestra iglesia.
Solo la unión entre nosotros y en comunión con quien hace cabeza, con el Papa, nuestras vidas gozan de la solidez y se consigue la belleza del templo.
Pues recemos hoy los unos por los otros y, todos juntos, por el Papa.