“Cuando salía para ponerse en camino, vino un joven corriendo y, arrodillado ante Él, le preguntó: ‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?’ Jesús le dijo: ‘¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno, Dios.
Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre’”
(Mc 10, 17-19).
“Señor, qué tipo este. Se ve que este sí es una buena persona. Viene corriendo a buscarte y se pone de rodillas. ¡Qué contraste con mi vida!
Cuántas veces vengo yo a verte como a regañadientes, como medio forzado porque, en el fondo no “me apetece” estar un rato contigo recogido en oración. Casi parece que te hago un favor.
Y mira este joven, que viene corriendo, con ganas de estar contigo, de hablarte y de escucharte. Ya se ve que te tenía cariño, que te apreciaba…, que sabía muy bien quién eras.
Mira cómo te llama “Maestro bueno”, como queriendo dejar bien claro que busca de Ti una ayuda para mejorar, para estar más cerca de Dios. ¿Sé hacer yo lo mismo, Señor? ¿Te busco a Ti para preguntarte cómo puedo mejorar?
¿Sé ir al oratorio, a la capilla, cuando hay algo que me pone triste, cuando hay algo que no entiendo? ¿Vengo a contarte mis alegrías o me las quedo para mí, para disfrutar yo, dejándote a Ti al margen?
¡Qué pena, Jesús, ver que en mi vida cuentas poco! ¡Siempre digo que yo quiero amar mucho al Señor, pero luego la realidad, el día a día y todo son excusas…! ¡Cuántas veces funciono por el “me apetece”, por el capricho, por la pereza…!
(Con el Evangelio (3), Antonio Pérez Villahoz).
UNA EXCUSA Y MUY MALA
Puedo andarme con la excusa que este joven te ve a Ti y que yo no he tenido la oportunidad de verte físicamente y de sentir ese tirón que se ve que él siente. Porque solo así se entiende (o al menos yo entiendo) que venga corriendo.
Y que casi se barre como jugador de beisbol que roba base; aunque este, cuando llega, llega de rodillas. Pero sé que es una excusa, muy mala, por cierto, porque sigues pasando y el tirón sigue estando.
Hay casos donde la cosa ha sido bastante evidente.
Dicen que cuando san Francisco de Sales pasaba por algún pueblo o ciudad, las madres de familia cerraban las ventanas y contraventanas para que sus hijos no lo vieran pasar. Porque si le veían, era tal la fuerza de su entrega alegre y serena, que se iban tras él, entregándole ellos su vida a Dios…
No sé si era exactamente así o si así cuenta la leyenda. Yo me lo creo.
Pobres jóvenes la verdad, que no podían salir corriendo y ponerse de rodillas ante Jesús, porque alguien se encargaba de que no le vieran pasar.
Pero más pena dan aquellas madres que preferían el tirón de sus propios sueños de futuro para sus hijos, por encima de los sueños de Dios.
Sabían que no tenía punto de comparación una cosa con la otra, así que acudían al torpe recurso de ventanas y contraventanas… ¡qué pena ¿no?!
«A DONDE USTED VAYA»
Se me venía a la mente lo que se cuenta de Tomás Alvira, uno de los primeros supernumerarios del Opus Dei.
En plena guerra civil española, Josemaría Albareda, un amigo suyo, le había hablado del Opus Dei y de su fundador, pero no había podido conocer a san Josemaría.
“Era 1 de septiembre de 1937. Estaba trabajando una tarde con Albareda en su pensión, a quien le anunciaron que tenía una visita. Acudió a atenderla.
Poco después entró acompañado de un sacerdote. Don Josemaría Escrivá iba vestido con un mono de color gris y estaba extremadamente delgado [no podía andar vestido como sacerdote por la persecución religiosa que reinaba en las calles].
El momento significa un antes y un después en la vida de Tomás. Quedó hondamente impresionado por la “recia personalidad de aquel sacerdote joven, la visión sobrenatural de cuanto decía; su optimismo, nada fácil, en momentos tan graves; su admirable serenidad; su trato cariñoso”.
[Y aquí viene lo más impresionante, porque resulta que] Charló con ellos un cuarto de hora. Tomás recordaba que “no habló nada de la guerra, ni de política”.
Cuando dijo: “yo me marcho”, Tomás sintió un impulso irrefrenable de acompañarle. “Yo también me voy”, contestó. Nada le importaba andar por la calle con un sacerdote a quien alguien podría reconocer.
Tan pronto bajaron las escaleras, don Josemaría le preguntó: “¿Dónde vas?” Tomás respondió sin titubeos: “A donde usted vaya, padre”. Este le cogió del brazo y caminaron despacio por [la calle] y se dirigieron donde vivía. Tomás le contó toda su vida”
(Tomás Alvira y Paquita Domínguez, Antonio Vázquez).
Así comenzó la historia de su vocación y se ve esa fuerza: se pone de pie y “¿Dónde vas?” “A donde usted vaya”.
EXCUSA QUE NO VALE
O sea, sigue pasando. Por lo que mi excusa, tu excusa, de que este joven del Evangelio tuvo unas circunstancias distintas, no vale.
Pero volvamos a la escena:
“Él respondió: ‘Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia’. Y Jesús, fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: ‘Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme”
(Mc 10, 20-21).
“Jesús, ¿quién no desearía recibir esa mirada de Ti? ¡Cómo me hubiera gustado ser ese joven rico para ver tu mirada, para comprobar bien de cerca el pedazo de cariño que mostraría tu rostro cuando decías estas palabras!
“Fijando en él su mirada, se prendó de él” ¡Qué buena frase! ¡Qué contento te pones, Señor, cuando te dejamos decir lo que quieres de nosotros mirándonos a los ojos!”
(Con el Evangelio (3), Antonio Pérez Villahoz).
Pero la mirada de Jesús busca corazones y este corazón estaba puesto en el dinero, en sus bienes, en sus cosas. Esa era su ventana y contraventana…
Entonces,
“él, afligido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchos bienes”
(Mc 10, 22).
“¡Qué fuerte! Le has mirado con cariño. Tú eres Dios, Tú le has dado la vida y todo lo que tiene y le has invitado a seguirte de cerca. Le has pedido una respuesta generosa y el joven te ha dicho que ¡¡¡no!!!… “y se marchó triste”, acaba diciendo el Evangelio”
(Con el Evangelio (3), Antonio Pérez Villahoz).
QUE NO NOS PASE
La verdad es que qué triste… pero ojo, que conviene estar atentos a que no nos pase algo parecido…
“En esta sociedad de consumo y del bienestar, a veces es muy difícil no contagiarse por la necesidad de tener cosas, por el simple hecho de tenerlas, sin necesitarlas. (…)
«En el ameno libro de Marco Polo, “viajes”, cuenta el gran viajero italiano la siguiente historia del último califa de Bagdad, derrotado en 1295.
Llega el gran señor de los tártaros hasta Bagdad al frente de un poderosísimo ejército: más de cien mil hombres entre jinetes e infantes. Cuando logró conquistar la ciudad, encontró en el palacio del califa un tesoro como jamás se había visto nada semejante.
Hizo traer al califa a su presencia y le preguntó cómo era posible que conservase tanta riqueza, sabiendo, como tenía que saber, que el tártago llegaba con un ejército invencible.
¿Cómo no repartió entre sus caballeros y soldados esos tesoros para que defendieran la ciudad y su persona? No sabía el otro qué contestar: “Puesto que amas tanto los tesoros, voy a darte de comer de ellos”.
Lo hizo encerrar en la torre misma del tesoro y mandó que nadie le diera de comer ni de beber y luego exclamó: “Califa, come de ese tesoro, puesto que tanto te gustaba, ya que nunca comerás otra cosa en tu vida”.
Murió el prisionero a los pocos días. Marco Polo saca la fácil moraleja: “Más hubiera valido que el califa diera sus tesoros a sus hombres para la defensa de sus tierras y sus gentes, en lugar de perecer con todos ellos y verse así despojado”»”
(Junio 2023, con Él).
Parece mentira, pero fue así. Ojo que le pasa al último califa de Bagdad, le pasó al joven del Evangelio y nos podría pasar a ti y a mí.
Jesús pasa delante nuestro, no te resistas a la fuerza de su atractivo. La mirada del Señor busca corazones, no cierres las ventanas y contraventanas del tuyo. Al contrario, ábrelas y vete tras Él, que no te frenen apegos desordenados, porque te corres el riesgo de marcharte triste.