Hace un tiempo me pasó que fui a la casa de un amigo y me encontré en esas situaciones que son muy incómodas.
Estaba conversando con él y estaban presentes también su hermano, una hermana, su madre.
En la familia empezó una discusión y fue acalorándose, fue creciendo, hasta que el hermano se enojó tanto que se levantó y se fue de la casa con un portazo, gritando y como enemistado ya con todos los demás.
Yo, obviamente, miraba esto y bajaba los ojos para no meterme en esto… me dio mucha vergüenza estar ahí y entonces, al poco tiempo, me fui yo también porque el ambiente estaba tenso.
Al cabo de unos días, le pregunté a mi amigo cómo había seguido todo y me dijo que había empezado a mejorar y me contó su experiencia: al cabo de un tiempo, este amigo mío llamó al hermano.
El hermano había cortado relaciones, se había ido del grupo de WhatsApp de la familia, no quería saber nada con nadie y, sin embargo, este amigo mío lo llamó porque sabía que el hermano, en ese momento, estaba arreglando su casa y necesitaba una mano.
A la vez, era verano, por lo tanto, ese hermano tenía una familia que estaba de vacaciones, estaba fuera en la playa. Él era el único que estaba ahí en la ciudad trabajando.
Entonces, este amigo mío lo llamó y le dijo: “oye, estoy libre este día, ¿te parece que te vaya a ayudar?” Y su hermano le dijo: “ya, perfecto, sí me vendría súper bien”. Entonces fue.
PREPARARNOS
Obviamente, me dijo mi amigo que, antes de llamarlo, había rezado para eso, para poder ser un apoyo, un factor de unidad en la familia.
Salió, fue a trabajar con él y me contó que la pasó muy bien con su hermano. Trabajaron bastante entre los dos, codo a codo y se rieron mutuamente.
Incluso, el hermano tan agradecido estaba de este amigo mío, que le sacó una foto mientras trabajaba y la mandó a otro miembro de la familia, a otra hermana que, a la vez, la mandó al grupo de WhatsApp de la familia.
Aunque ese hermano seguía sin estar en el grupo, ya empezó a tender puentes de nuevo con el resto.
Además, me contó este amigo mío, que trabajando con él, en un momento en que pararon para tomarse algo, empezaron a hablar de la familia de este hermano suyo y este amigo le decía: “Oye, ¿por qué no te vas unos días con tu familia?” “No, tengo mucho que trabajar…”
Entonces le insistió: “Oye, anda, tus hijos te necesitan, te vendría bien”.
Resultó que, efectivamente, poco después, este hermano suyo le mandó una foto en la playa con su hijo y su esposa.
La cosa se fue restableciendo. El hermano no sé si después se arregló con el resto de la familia, pero fue mejorando la relación.
Todo comenzó porque este amigo mío lo intentó; intentó hacer de puente, de mediador y lo logró.
EL QUIEBRE DE LA UNIDAD DE LA IGLESIA
Hoy pensaba que, en este rato de conversación con el Señor, podríamos hablar no de nuestras familias -que probablemente también puede haber algunos problemas o peleas- sino de la gran familia a la que pertenecemos que es la Iglesia.
Porque un día como hoy, el 31 de octubre del año 1517, Martín Lutero publicó sus 95 tesis y las colgó de la iglesia de todos los santos de Wittemberg.
Así se produjo, esa fecha, un día como hoy, el inicio del quiebre de la unidad de la Iglesia (al menos de la Iglesia occidental latina en Europa) y el comienzo de las iglesias protestantes.
Pensemos que, si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, un quiebre en el cuerpo de Cristo es algo que a Jesús le duele. Es su cuerpo, por lo tanto, una fractura duele, una herida duele y por eso pienso que puede ser un tema para que conversemos con el Señor.
Y ya lo empezamos a hacer porque miramos a Jesús y Jesús, con una herida, Jesús con algo que le sangra y todavía en el día de hoy, en este año 2022, le sigue sangrando, porque la Iglesia sigue dividida.
La única Iglesia de Cristo, el único cuerpo místico de Cristo está dividido. Y si le duele a Jesús, también nos debe de doler a nosotros, porque nosotros somos parte de ese cuerpo, somos miembros de ese cuerpo.
Y todo el cuerpo se resiente cuando hay una herida, cuando hay un problema en uno de los órganos.
QUE TODOS SEAMOS UNO
Por eso hoy, que miramos a Jesús y sufrimos por esta herida en el Cuerpo suyo y en el cuerpo nuestro, le pedimos a Él: “Jesús, hoy queremos compartir este dolor tuyo y te queremos pedir por la unidad.
Queremos hacer nuestra esa oración que Tú dirigiste a tu Padre celestial cuando estabas en la Última Cena con tus doce apóstoles; quizá Judas ya se había ido en aquel momento.
“Que todos sean uno: como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, que también ellos sean uno en nosotros”
(Jn 17, 21).
Que todos sean. Así se lo pedimos hoy al Señor Dios, nuestro Padre y se lo pedimos al Padre porque la restauración de la unidad de la Iglesia no es una obra humana, es estrictamente un milagro de Dios.
Si Dios no lo hace, es muy difícil. Lo venimos intentando por siglos nosotros y no termina de resultar. Por eso, se lo pedimos a Dios Padre como un don:
“Padre, que todos seamos uno”.
Lo pedimos y también podemos nosotros pensar y podemos preguntárselo a Dios: ¿Qué puedo hacer yo por restablecer esta unidad?
Es verdad que el diálogo religioso corresponde más a teólogos y obispos, pero también nosotros podemos hacer algo.
El Concilio Vaticano II, en un decreto dedicado a este tema, a la Reintegración de la unidad (que así se titula): Unitatis redintegratio (no.5) dice:
“El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propia posibilidad, ya en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas”.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
En primer lugar, pienso yo, siguiendo esta historia que contaba al inicio de este amigo mío, lo que hizo él con su hermano. ¿Qué hizo al inicio? Primero rezar, pedir, encomendárselo a Dios.
Podemos, además, añadir: sin anatemizar a quienes piensan diferente, aunque uno está convencido de poseer la verdad completa.
Es verdad que no podemos celebrar juntos la Eucaristía y hacer otras funciones sagradas unidos, pero sí que podemos reconocer todos los elementos positivos; elementos de verdad que están en los hermanos separados.
En segundo lugar, lo que hizo este amigo mío con su hermano: amistad, cariño, interés. Y por eso podemos ver, no solamente lo que nos divide de los hermanos protestantes, sino también y, sobre todo, lo que tenemos en común, que es mucho más.
Y, en tercer lugar: el trabajo. Trabajar juntos, codo a codo. Hay tantas obras sociales de caridad en la que podemos invitar a un hermano protestante, evangélico, a que coopere con nosotros y nosotros cooperar en sus obras también.
OBRAR LA VERDAD
Ahí no dejar de dar el consejo como este amigo mío le dio ese consejo: “Oye, ándate de vacaciones”. También nosotros podemos dar el consejo, ayudarlos a vivir plenamente la fe en Cristo, sin esconder la verdad.
O como dice san Pablo en la carta a los efesios (lo leíamos hace poco en la misa)
“Veritatem facientes in caritate”
(Ef 4, 15)
Obrando la verdad, diciendo la verdad, pero siempre con caridad.
Como tenía san Pablo también metida en el corazón esta petición por la unidad que hacía a Jesús. Hoy mismo, en la primera lectura de la misa lo leemos:
“Les ruego que hagan perfecta mi alegría permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por interés ni por vanidad.
Que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos.
Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás”
(Flp 2, 1-4).
Eso es lo que hoy le pedimos al Señor: que nos ayude también a nosotros a crecer en esto: deseos de unidad; y le seguimos pidiendo al Señor y lo podemos hacer durante el día: “Señor, que todos seamos uno como Tú estás en el Padre y el Padre en Ti”.