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P. DANIEL

8 min

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FIDELIDAD A SU PALABRA

Jesús nos invita a manifestar nuestro amor a Él en el cumplimiento amoroso de sus mandamientos. En esta meditación renovamos el propósito de ser valientes en un ambiente muchas veces hostil al camino del Señor.

ASÍ AVANZAMOS

El Evangelio de la misa de hoy, lunes de la quinta semana de Pascua, nos encontramos con las palabras de Jesús recogidas por san Juan en el capítulo 14 que son maravillosas y nos van a servir para como siempre, hacer nuestra oración acudiendo ante todo al Espíritu Santo para que nos envíe un rayo de su luz.

No podemos avanzar en la vida espiritual, en la contemplación del amor de Cristo y sobre todo en la transformación que Dios quiere realizar en nosotros sin la ayuda del Paráclito. Acudir con fe al consolador, al transformador, que hace de cada uno de nosotros en  un auténtico cristiano. Le pedimos que nos ayude a aprovechar bien estos minutos de oración.

El texto dice: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos” Pensemos, hay palabras que Jesús dirige a las multitudes y otras al grupo reducido de quienes han decidido seguirle, que han hecho de Cristo su maestro, de quien aprender a vivir, el arte de vivir enseñado por Jesús.

Y todavía más, que no solamente es un maestro del cual aprendemos verdades sino que Cristo es también el camino y la vida. Por eso es válido hacernos esta pregunta ¿Tú, a quién sigues?

seguir a Jesús
¿A QUIÉN SIGUES?

Quizá muchas personas, desgraciadamente, tendrían que responder con sinceridad: yo me sigo a mí mismo y mis criterios o sigo la opinión dominante de la cultura actual. Pues que alegría nos da poder decir humildemente: sigo a Cristo, sigo a Jesús de Nazaret y el eternamente vivo. No sigo a un muerto, no sigo a una idea, a un código moral, sino que sigo a una persona: Jesús, que me enseña el arte de vivir.

Entonces Jesús dirige estas palabras, que vamos a leer, a sus discípulos, es decir, también a nosotros:

“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; el que me ama, será amado por mi padre y yo también lo amaré y me manifestaré a él”

(Jn 14, 21).

Lo primero es aceptar los mandamientos de Jesús, aceptar la palabra de Dios, que por supuesto está en perfecta unidad el Antiguo Testamento con el Nuevo. Jesús no viene a abolir la ley y los profetas. No es verdad que las bienaventuranzas se oponen al decálogo, a los diez mandamientos enseñados por Moisés.

INSCRITO EN EL CORAZÓN

Están en perfecta continuidad. Jesús lo dice en un modo explícito:

“No he venido a abolir la ley y los profetas, sino a darles cumplimiento”

(Mt 5, 17).

¿Pero dónde están los mandamientos de Jesús? Están en los 10 mandamientos, esas 10 palabras y ninguno es prescindible, ninguno es reformable, podríamos decir, porque corresponden al orden natural, inscrito en nuestro corazón, es la ley natural inscrita en el corazón.

Toda persona humana sabe que es robar, es deshonesto meterse con la mujer del prójimo o con el hombre del prójimo. Es una ordenación moral que Dios ha infundido en nuestros corazones. Por otra parte, está claro que se puede borrar esa ordenación y quedar algo muy confuso, incluso desaparecer de la conciencia, por eso es que hay que formar la conciencia.  Volvemos al punto: “El que acepta mis mandamientos…”.

“Aceptar los mandamientos, Señor, creo en Tu palabra, creo en Tu sabiduría, creo en Ti”. Jesús no es sabio, ni siquiera puedo decir Jesús es muy sabio, Jesús es la sabiduría perfecta y eterna de Dios. Cada palabra de Jesús es una expresión de la verdad absoluta de Dios respecto de sí mismo, del mundo y el hombre.

EL CÓDIGO DE LA FELICIDAD

Qué bonito y qué consolador, que liberadores poder decir: “Señor creo en Tu palabra, creo que ahí está el código de la felicidad, el sentido auténtico de la vida”. Lo decimos y luego tratamos de vivirlo, guardarlo porque eso nos lo dice: “El que acepta mis mandamientos, mi padre lo amará…” Sino que la acepta y los guarda, es decir, guardar significa vivirlos, luchar por vivirlos. Lógicamente contando con su gracia, con su ayuda.

Estamos invitados a conocer la palabra de Jesucristo, a hacernos esa pregunta personal: ¿Señor, cómo puedo vivir tus mandamientos en mi vida actual? o seguiremos ¿Qué aspecto de mi vida actual se contradice con tus mandamientos?

Lógicamente que encontraremos puntos de conversión: “en esto estoy un poquito desorientado, desviado del camino, me he salido de la ruta” Y eso todos, todo ser humano, todo cristiano está llamado a hacer esta reflexión, este examen profundo de la concienci  ¿Estoy actuando bien? ¿Estoy actuando según el criterio de Jesús en el trato con esta persona, la gestión de este negocio o en la manera en que enfrentó una relación, la que sea, humana?

prepararnos
IR A CONTRACORRIENTE

Para poder hacer esa confrontación, tenemos que meditar la palabra del Señor que la encontramos sobre todo en el Evangelio, pero particularmente en las Bienaventuranzas. Eso nos señala el camino de la felicidad. Esas maravillosas, pero a la vez paradójicas Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los que sufren, bienaventurados los que son capaces de ir contracorriente, podríamos decir”.

Y así fue como anduvieron, a lo largo de sus vidas, los primeros cristianos y todos los santos de la historia. Han meditado la palabra de Cristo, la han hecho propia con la fuerza que el Señor les da. Es la luz de Cristo y es la fuerza de Cristo. Por lo mismo han ido a contracorriente.

A Contracorriente fue Jesús y experimentó muchas contradicciones, mucha tergiversación de sus palabras y de sus acciones, pero nada lo detuvo hasta realizar la voluntad del Padre y abrir los brazos en la Cruz. Muchos cristianos entonces han sido fieles a la Palabra de Jesús a cualquier precio. Dispuestos a pagar cualquier precio.

Se ve en la cabeza, por ejemplo, Santo Tomás Moro; gran canciller de Inglaterra en el siglo XVI que con ocasión del tema de Enrique VIII, Ana Bolena, Catalina de Aragón, etcétera… ¿Por qué le cortaron la cabeza a Santo Tomás Moro? ¿Por qué dejó que se la cortaran? En el fondo fue un acto libre, un verdadero mártir. Por la verdad de la indisolubilidad del matrimonio.

CARIDAD Y AMOR A LA VERDAD

Ha habido hombres y mujeres que han dado la vida por la verdad de Jesús. Y no podía pensar frente a esta ambiente actual: ¿no será esto una especie de fanatismo intransigente de gente que no se sabe adaptar y que va con sus ideas por delante y en fin y atropella a los demás?

Siempre la fidelidad a la verdad de Jesucristo, visto desde el ángulo del relativismo, acomodaticio en que todo puede ser y hay que evitar a todo costo cualquier tipo de incomodidad o sufrimiento. Claro, esa fidelidad es vista como un fanatismo y no hay que asustarse.

Tenemos que saber conjugar la caridad, el amor a las personas con el amor a la verdad. Porque no hay auténtica caridad sin amor a la verdad. Son dos realidades que van unidas y así nos lo enseñó el Señor, así lo vivió Jesús. Amor a las personas, cariño, ternura, comprensión. Pero ese  amor no puede disolverse de espaldas a la verdad, porque pasaría a ser un amor sentimental y en todo caso, con una visión poco sobrenatural de la vida.

Todos seremos juzgados y lo único importante es llegar al cielo. El camino al cielo es un camino, digamos, de subida, es áspero, a veces difícil, que a la vez es amable. Entonces, seamos fieles a las enseñanzas de Jesús, encontremos en Él su fuerza, encontremos en Él nuestra fuerza y con su ayuda estamos dispuestos a pasar pequeñas incomodidades o incomprensiones. Pero eso no nos robará la paz. Estaremos contentos, tranquilos, alegres. Aceptaremos cargar con la cruz del amor a la verdad y eso nos llena de paz.

“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama…”

“Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo? Le preguntó Judas Tadeo. Jesús respondió: El que me ama, guardará mi palabra, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”

(Jn 14, 22-23).

rezar insistir

INSTALADO EN LO MÁS PROFUNDO

Nos da amor, fidelidad y un Dios que se instala en lo más profundo de cada uno de nosotros. “Intimior, intimo Deo” decía san Agustín, como lo más íntimo de lo íntimo de mi.  Seguimos a Cristo que va por delante de nosotros, El Buen Pastor; va a nuestro lado porque es nuestro amigo; va por detrás porque nos sostiene. Pero Cristo también va dentro de nosotros, va dentro de ti.

Cristo está dentro de ti. Desde esa presencia misteriosa pero real de Jesús en el sagrario de tu alma, tienes la fuerza para superar todos los obstáculos, todas las dificultades.

Nos acordamos de estas palabras de san Pablo en la Carta a los Romanos, en que se pregunta:

¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Quién nos apartará, siendo fieles a las enseñanzas del Señor; aunque todo el mundo vaya en sentido contrario, aunque todo mundo piense distinto. Nosotros los cristianos, tenemos una luz maravillosa y una fuerza que nos proviene del Señor, de su palabra y de su vida.

NADA NOS PUEDE SEPARAR

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación o la angustia o la persecución o el hambre o la desnudez o el peligro o la espada?

 En todas estas cosas vencemos fácilmente, gracias a aquel que nos amó. 

Porque estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni las cosas presente ni las futuras, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro”

(Rom 8, 35-39).

El triunfo en el corazón de Pablo y en su vida: Nada me puede separar del Señor.  Aunque me maten, aunque me metan en la cárcel, aunque me apedreen, nada me puede separar del Señor. Esa fidelidad será recompensada con la vida eterna.

Se lo pedimos a la Virgen, que nos haga fieles cada día, en las cosas pequeñas y también en las pruebas grandes que pudieran suceder a lo largo de la vida. Que estemos siempre en ese amor fiel que Jesús nos regala  en abundancia.


Citas Utilizadas

Hch 14, 5-18

Sal 113B

Jn 14, 21-26

 

Reflexiones

Madre mía, te pido me ayudes a ser fiel cada día,

en lo pequeño y en lo grande. 

Que sea siempre fiel al amor que Jesús nos regala en abundancia. 

Predicado por:

P. DANIEL

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