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GANAS DE VIVIR

ganas de vivir

¡Felices pascuas de Resurrección para todos en 10 min con Jesús!

El Jueves Santo en la noche estuve visitando siete monumentos, siete iglesias en el centro de Bogotá.

Algunas iglesias coloniales, una de ellas, la más antigua de Bogotá, fundada en 1563, la Iglesia de la Santa Bárbara, ¡preciosa! Con una custodia enorme y el Santísimo ahí expuesto.

Mucha gente, muchas familias, muchos jóvenes, muchos niños…

Estuve en una iglesia en un barrio que se llama: “El Barrio Egipto” y cuando entré, me llevé una sorpresa: un grupo de jóvenes estaba cantando con guitarras, con una caja.

Me molesté un poco interiormente, no lo exterioricé lógicamente, pero sí por dentro pensé: Hombre, las personas venimos aquí a buscar oración, acompañar al Señor ahí presente en el monumento.

Terminó una canción y luego la niña que cantaba dijo: “bueno, ahora voy a cantar una canción y quiero pedirles a todos los que escuchan, que piensen con qué parte de la canción se van a quedar”.

“Yo estaba ahí Señor rezando, estaba acompañándote y la canción empezó a sonar, una canción muy popular y fíjate que de ahí en adelante no me podía sacar de la cabeza una de las frases de la canción”.

ALMA MISIONERA

Esa frase es:

“Llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir.  Donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente por no saber de Ti”.

Es una canción muy popular.  Me quedé, sobre todo, con esa partecita: mis ganas de vivir, que es así como se titula esta meditación.

“Jesús, ¿qué persona hace dos mil años no se enteró de que Tú habías resucitado? ¿Qué persona de este mundo no cuenta los días señalando, precisamente, que el acontecimiento que nos alcanzó a los hombres la salvación es el Centro?”

Todo pasa antes y después de la Muerte y la Resurrección de Jesucristo.

Ahora estamos tú y yo haciendo este rato de oración y escuchando que Dios nos pide ir a todas partes a anunciar la alegría de la Resurrección.

“Llévame donde los hombres necesiten tu palabra, necesiten mis ganas de vivir”.

“Pensaba Jesús que ese es un fruto muy poderoso de tu Resurrección: las ganas de vivir”.

ANUNCIEMOS LA ALEGRÍA DE LA RESURRECCIÓN

Estos días estamos escuchando los relatos de las diferentes apariciones de Jesús y ahí están los pecadores, los apóstoles cobardes, miedosos… pero ya Jesús resucitó.

“Señor, perdóname, perdóname porque no fui capaz de dar la cara por Ti.  Fui cobarde, miedoso, me distraje… ¡qué sé yo!  Estaba pensando más en mí, pero aquí estoy, Tú resucitaste, ya qué más da”.

Lancémonos por todas partes a anunciar esa alegría de la resurrección de Cristo.

En el colegio en el que trabajé mi primer trabajo aquí en Bogotá, el jardinero, Reinaldo, cuando uno llegaba y lo saludaba: “Rey, buenos días, ¿cómo estamos?” le preguntaba. “¿Cómo estás Rey?”

Entonces él siempre saludaba igual: “Padre, bien, mejorando y condenado al éxito”.

Una persona naturalmente optimista, muy alegre, de esas personas que uno se quiere cruzar todos los días.

No es que quiera decir con esto que uno no se quiera cruzar personas, pero las personas alegres, optimistas, llenas de alegría… “bien, mejorando y condenado al éxito”.  Señor, ganas de vivir y eso se debe notar, se tiene que notar.

PAZ A VOSOTROS

Hoy el Evangelio de san Lucas cuenta la conversación que tienen los discípulos de Emaús, todavía respirando agitadamente porque han regresado de Emaús.

Entran al Cenáculo donde están los apóstoles, otros discípulos, cuentan lo que les pasó en el camino y, mientras estaban contando eso, se aparece de nuevo Jesús:

“Paz a vosotros”.

Pero ellos aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu y Él les dijo:

“¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies, soy Yo en persona”

(Lc 24, 36-39).

Me quiero quedar con esto del Evangelio:

“Soy Yo en persona”.

Sabemos que eres Tú Jesús.  Y así suene un poco pretencioso, pero es así, es verdad, Señor, te pido en este rato de oración que nosotros, los cristianos, mostremos tu rostro.  Que podamos decir: “Soy yo, soy otro Cristo, el mismo Cristo”.

O como decía san Pablo:

“Ya no soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”

(Gal 2, 20).

“Tú quieres Jesús que tu presencia esté en nosotros que somos tus hijos”.

En estos días leía también en el Evangelio de san Juan, algo que me impactó:

“No los dejaré huérfanos: Yo volveré a ustedes.  Todavía un poco más y el mundo ya no me verá, pero ustedes me verán porque Yo vivo y también ustedes vivirán.

Ese día conocerán que Yo estoy en el Padre y ustedes en Mí y Yo en ustedes”

(Jn 14, 18-20).

¡Qué tal esa parte final!:

“Ustedes en Mí y Yo en ustedes”.

SAN FRANCISCO DE ASÍS

Ahora tú y yo somos también apóstoles que hemos encontrado a Cristo y sentimos la urgencia de extender, por todas partes, su reinado de amor.

“¿Cómo Señor quieres que propaguemos tu reinado? ¿Cómo quieres que vayamos por el mundo mostrando esa alegría, esas ganas de vivir?”

Qué oportuno recordar la oración de san Francisco de Asís, yo la voy a rezar, no la voy a leer y fíjate en las últimas palabras de cada frase que son las claves:

“Señor, hazme un instrumento de tu paz.

Donde haya odio, siembre yo amor;

donde haya injuria, perdón;

donde haya duda, fe;

donde haya desaliento, esperanza;

donde haya oscuridad, tu luz;

donde haya tristeza, alegría;

¡Oh, Divino Maestro!

que no busque ser consolado, sino consolar;

que no busque ser querido, sino amar;

que no busque ser comprendido, sino comprender;

porque dando es como recibimos;

perdonando es como Tú nos perdonas;

y muriendo en Ti es como nacemos a la vida eterna”.

Paz, amor, perdón, fe, esperanza, luz, alegría, consolar, comprender… así iremos los cristianos inundando de alegría y de luz este mundo, siendo otros Cristos en todas partes, por todas las encrucijadas.

PROCLAMAR LA REALEZA DE CRISTO

San Josemaría decía en un libro de homilías:

“Nuestra misión de cristianos es proclamar esa realeza de Cristo.  Anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras.

Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra.  A algunos los llama al desierto, (…). A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal.  A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas.

Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña”

(San Josemaría, Es Cristo que Pasa, punto 105).

¡A todas partes!

Que mi lucha decidida por la santidad no sea egoísta Señor.  Que las aguas frescas de tu gracia que das a mi corazón se puedan verter en muchos corazones, en todos los corazones que viven en la tierra.

Con la ayuda de Dios, con la protección maternal de santa María, nunca se apagará ese afán en el corazón, pero nosotros debemos preguntarnos con frecuencia: Desde que estoy aquí, en este sitio, en este trabajo, junto a estas personas, ¿qué cambio ha habido en mis compañeros, en la gente que trato, en la gente que me rodea? ¿Se contagian mis ganas de vivir?

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