En estos 10 minutos con Jesús, que tanta ayuda nos han ofrecido a lo largo de todo este año de pandemia, que nos han ayudado a no dormirnos, a no adormecer el corazón. Ese sueño del cual hablan tantos autores espirituales que se llama tibieza, que afecta el corazón, que hace que el amor se duerma, -el amor humano, el amor divino-. Los dos amores, el amor matrimonial, el amor de amistad, el amor filial, el amor fraterno… son todos amores que se pueden apagar, se pueden dormir si no están alimentados.
Un matrimonio que no alimenta permanentemente, día a día… no hay un solo día en que no haya que trabajar para alimentar el amor. El amor requiere, como todo fuego, que sea alimentado por pequeñas ramas, con buenos troncos, pero permanentemente, si no, se apaga.
Todos los que hemos hecho fuego para un asado, fuego para calentarnos, para mantener la chimenea caliente en invierno, para que caliente el ambiente, entibie la casa… somos conscientes de que el fuego, si se apaga, después es un problema volver a encenderlo cuando ya no queda ni siquiera brasas, hay que volver a hacer todo de nuevo.
MANTENER VIVO EL AMOR
El amor exige que estemos permanentemente trabajando, permanentemente echando o ramitas o troncos o lo que sea para mantenerlo vivo y encendido. En el amor a Dios es exactamente igual y en estos 10 minutos con Jesús en este año, nos han ayudado muchísimo para mantener ese amor encendido. Hemos echado esas pequeñas astillas, esos tronquitos o ese “troncazo” para mantener el amor encendido a lo largo de todo el año.
Muchas veces, simplemente, hemos sido sujetos pasivos en estos 10 minutos con Jesús y nos hemos limitado a escucharlo, pero la mayor parte de las veces hemos procurado decirle algo a Jesús. Que esto sea un rato de oración, convertirlo en un rato de oración, que es algo que está llamado. Que no nos haga crecer simplemente en conocimiento, en vida interior, en espiritualidad; sino fundamentalmente en diálogo, en relación.
Nos tiene que ayudar a alimentar la relación con Jesús y esta relación con Jesús se alimenta de esta manera: hablando, diciéndole, pidiéndole, abriéndole el corazón, como Él hizo en la noche de la Pasión del Jueves Santo:
“Padre, si quieres aparta de Mí este cáliz, pero que no sea Mi voluntad sino la Tuya”,
(Lc 22, 42)
“esto es para mí muy pesado Padre, me pesa mucho la Cruz, no puedo soportar el dolor y el peso de la Cruz”.
ALIMENTAR EL AMOR
Llevar adelante lo que me toca llevar ahora y mañana, me pesa tanto Padre que necesito mucha asistencia de Tu parte. Jesucristo se pasa un rato largo haciendo oración, pidiéndole a Dios ayuda. Nosotros a lo largo de este año le hemos tenido que pedir muchas veces a Jesús que nos ayude a llegar, que nos ayude a soportar el peso de la Cruz, de la enfermedad, de los miedos, de las angustias, de los temores económicos de tantos amigos que han padecido y también, que nos ayude a eliminar el egoísmo que eso genera sin querer, porque hemos estado mucho más centrados en nosotros mismos que en Jesús.
A veces ese temor a no enfermarnos, ese temor a que los nuestros no se enfermen o a que no tengamos los problemas económicos que la pandemia ha generado, nos ha llevado a mirar mucho a nosotros mismos, mirar muchos nuestros problemas, nuestras necesidades y no las necesidades de Dios y los problemas e intereses de Dios y las cosas que tiene Dios en su corazón ¿dónde han quedado?
Por eso hace falta que alimentemos el amor, pues si no el amor se duerme. Por eso estos diez minutos los agradecemos especialmente. Decimos: “Jesús, gracias por habernos regalado estos diez minutos a lo largo del año, que nos han ayudado tanto a mantener viva la relación con vos, a mantener vivo el amor, a que el amor no se me duerma”.
EL EVANGELIO, PILAR DEL AMOR
Estos comentarios del Evangelio que a veces son muy breves, muy pequeños o poco consistentes, nos han ayudado todo el año a mantener vivo ese amor y ha ido creciendo sin que nos demos cuenta como crecen los niños, como crecen los chicos, que crecen, aparentemente, sin darnos cuenta, pero crecen un montón y de un año para otro son completamente distintos y pesan mucho más.
Ayer me encontré con una abuela conocida, que sacaba a pasear al último nieto y me decía: mira, me parece que ya son las últimas veces que lo puedo pasear porque pesa mucho. Ya tiene casi un año y ha crecido un montón el chiquito y pesa lo suficiente como para que la pobre abuela ya no lo pueda cargar… ¡creció!
Así crece el amor, sin darnos cuenta: suave y ligeramente, como una suave brisa, sin que lo notemos, pero crece, crece y crece en el corazón. Por eso pidámosle a Jesús ahora y siempre que nos aumente el amor: “Jesús, dame un corazón con qué amarte, ayúdame a mirar con Tus ojos, purifícame el corazón”.
GENEALOGÍA DE JESÚS
Hoy en el Evangelio de la misa, se lee ese pasaje de la Escritura en el cual nos hablan de la genealogía de Jesucristo, el origen de Jesucristo como Hijo de David, Hijo de Abraham y comienza esa larga enumeración:
“Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró a Farés y a Zara de Tamar, Farés engendró a Esron, Esrón engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón a Booz de Rahab, Booz engendró a Obed de Rut, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David el rey.
David engendró a Salomón, Salomón a Roboán, Roboán a Abías, Abías a Asá, Asá a Josafat, Josafat a Jorán, Jorán a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías a Manasés, Manasés a Amón, Amón a Josías, Josías a Jeconías y a sus hermanos cuando el destierro a Babilonia”.
Y luego la última tirada de catorce generaciones,
“Después del destierro Jeconías engendró a Salatiel…”
y así llegarán a
“Eleazar que engendró a Matán, Matán a Jacob y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”.
(Mt 1, 2-16)
Con esto, el evangelista no quiere hacer una secuencia exhaustiva desde Abraham, ni muchos menos desde Adam, (obviamente es imposible, pero ni siquiera desde Abraham); no es una genealogía exhaustiva, es simplemente citar algunos antecesores de Jesús.
JESÚS, VERDADERO HOMBRE
En esta larga enumeración de tres veces catorce generaciones, desde Abraham a David, desde David a Jeconías, de Jeconías a Jesús, aparece esta realidad: que Jesucristo es alguien concreto; un judío de raza pura. No es un invento de la Iglesia, no es un invento del cristianismo. Jesucristo era alguien real, con antecesores bien concretos y conocidos. Tenía parientes conocidos; a veces santos, a veces pecadores.
El último de los profetas -San Juan Bautista-, su único temor era que no reconociéramos al Mesías al tenerlo delante, como tantos judíos sufrieron: lo tuvieron delante, les hizo milagros, resucitó muertos, predicó cosas increíbles y no le creyeron; incluso, viendo la resurrección de Lázaro no quisieron aceptar que ese fuese el Mesías, porque hacía cosas que no les parecían razonables a ellos.
CONFIANZA EN DIOS
Dios nos pide confianza plena, hay que confiar mucho en Dios para poder verlo, para poder creerle. Por eso, pidámosle que nos purifique el corazón; que aprovechemos todas las pequeñas contradicciones, penitencias, a veces penitencias que buscaremos en el quehacer cotidiano: comer un poco más de algo que nos gusta menos o dejar las mejores comidas para otros, los mejores asientos, las mejores vistas, preocuparnos de los demás.
A veces será lavar los platos, ocuparnos de poner la mesa, hacer un arreglo… tantas cosas que exigen de nosotros algo de penitencia. Pues la penitencia Dios la convierte en corazón limpio, un corazón capaz de ver a Jesús en la Eucaristía y en los demás.
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