“Seguimos en estos días de aniversario y nos presenta la Iglesia unos textos que hemos comentado muchas veces en estas meditaciones y que siempre podemos sacar nuevas ideas para hablar contigo Señor”.
En esta ocasión vamos a intentar recurrir a dos santos que vivieron cosas distintas y que tienen relación con este texto. Es san Lucas el que nos propone el texto que la Iglesia a colación en la liturgia; dice:
“Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo”
( Lc 21,1).
El Señor está viendo cómo estas personas se acercan al Gazofilacio y lanzan sus ofrendas eran ofrendas generosas porque dice que vio a unos ricos, les llama la atención Jesús, levanta los ojos y ve que estas personas están haciendo estas generosas contribuciones para el Templo.
Y continúa el texto:
“Vio también a una viuda de condición muy humilde que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie, porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba. Pero ella, de su indigencia dio todo lo que tenía para vivir”
(Lc 21, 2-4).
BEATO CARLOS DE FOUCAULD
El Señor se conmueve con la viuda, que lo da todo. Y nos pide a nosotros también que sepamos despojarnos de nuestras cosas para darlo todo. Con más radicalidad a algunas personas como el Beato Carlos de Foucauld del que el Papa ha hablado varias veces en este último tiempo.
Se caracterizaba por un amor muy profundo a los pobres. Y dejó escrito un texto que me gustaría leer:
”¡Dios mío no sé si es posible a algunas almas verte pobre y seguir a su gusto siendo rico, verse mayores que su Maestro, que su Bienamado, no quererse parecer a Ti en todo lo que de ellas depende y sobre todo en tus humillaciones;
Jesús yo creo que ellas te aman, Dios mío, y, sin embargo creo que falta algo a su amor, y en todo caso yo no puedo concebir el amor sino una necesidad, una imperiosa necesidad de conformación, de semejanza, y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida…
Ser rico, a mi gusto, vivir tranquilamente de mis bienes cuando Tú te has hecho pobre, machacado, viviendo penosamente de un trabajo rudo! Yo no puedo, Dios mío… Yo no puedo amar así”
(Darse todo, porque Cristo se ha dado todo. Beato Carlos de Foucauld)
Este es del Beato Carlos de Foucauld, que hace este llamado de cómo debemos compartir esa misma pobreza de Cristo.
A mí se me hace claro que para todos no es el mismo llamado de venderlo absolutamente todo, de ponernos unas sandalias, ropa sencillita y vivir así; sino que tenemos que aprender a ser generosos con nuestras cosas… ¡Generosos!
Esto sirve para una hermana que puede ser generosa con sus cosas, con los útiles de escolares, con sus hermanos; hasta una madre que puede ser generosa con su comida o con su tiempo, y un padre que puede ser generoso también en el servicio.
DARSE HASTA QUE DUELA
“Y cada uno de nosotros podemos asemejarnos a Ti, Jesús, si somos generosos”. La generosidad es fundamental en el alma del Cristiano. El Señor lo quiere todo. Ese todo, a veces, es duro, es difícil, es dar hasta que duela, por así decir, es no pensar en nosotros mismos. Es darse, no buscar la justicia: yo ya hice esto, entonces que el otro haga lo de más allá porque yo ya cumplí mi parte. ¡No! es darse con generosidad.
Como la viuda, que da todo, todo lo que tiene ella. Pudo haber dicho: bueno, los demás ya han dado algo y yo ¡qué vergüenza, no puedo dar más! Sino, tengo estas dos moneditas, me voy a guardar porque no es nada en realidad… Y no, se acerca, y pese a que las otras personas la hayan visto con extrañeza, alguna sonrisa se haya formado en los labios de los fariseos o de los ricos.
¡TODO! LO GRANDE Y LO PEQUEÑO
El Señor se da cuenta que esa mujer está entregándolo todo, con una generosidad completa. Y así, el Señor, también se alegra cuando ve nuestra generosidad en cosas grandes o en cosas chiquitas.
Este tiempo que me hubiera gustado verme este capítulo de la serie que tal… pero voy a dedicarlo a conversar con esa persona que sé que lo necesita; ahora que me hubiera gustado comer tal cosa, voy a más bien hacer este plato que les gusta más en mi casa; o ahora que me hubiera podido echar un momento para descansar de este día ajetreado, voy a ponerme a atender a los que necesitan, a los que acaban de llegar; o ese padre que se esfuerza por llegar pronto a la casa y cuando llega no corre a esconderse sino que se esfuerza por preguntarles a los hijos si necesitan ayuda en los deberes o la esposa si necesita alguna cosa de hacer en la casa…
Esa es la generosidad. La generosidad que a veces nos pide el Señor ir un poco más allá.
LA ROSA DE SAN JOSEMARÍA
Hoy también se conmemora el aniversario de cuando san Josemaría encontró la Rosa del Rialp. Se trata de un evento del que no se conoce mucho, pero que marcó un gran salto en su vida interior. San Josemaría no sabía qué hacer, estaba en un momento bastante crucial de su vida porque estaba cruzando los Pirineos huyendo de la Guerra Civil Española.
En un sitio donde podía ejercer su Ministerio y estaba dejando algunos de los miembros del Opus Dei al otro lado en la zona que todavía se mantenía a manos de los comunistas. Él estaba intentando llegar al otro lado y de repente tiene una duda muy fuerte.
Si tiene que conseguir pasar o tiene que volver a atender a esas personas que se encuentran todavía en Madrid. ¡Es durísimo! y él no sabe exactamente cómo hacer. Lo narra una de las personas que estaba ahí. Me gustaría leértelo para meternos un poco en esa situación que creo que nos puede ayudar a rezar.
“En esto era de noche los sollozos del Padre se hacían cada vez más profundos y su respiración más anhelante. Afinando el oído, en la oscuridad, como sobresaliendo del rumor sofocado de las voces, Pedro oyó con claridad cortante unas palabras de Juan (es Juan Jiménez Vargas) que le aturdieron como un mazazo: — «a Usted le llevamos al otro lado, vivo o muerto».
Es Pedro Casiaro quien lo narra:
Le resultaba inimaginable que uno de los suyos tratara de ese modo al Padre. Se atemorizó. Aquello era superior a sus fuerzas. Invocó a la Virgen y cayó en profundo sueño, rendido por el cansancio y la violencia de la emoción.
Entonces el sacerdote, postrado en su pena, pidió al Señor que le concediese, sin tardanza, un signo tangible de estar haciendo, no su propio querer, sino la Voluntad divina
Pedro narra que: a la hora del alba se aquietó el Padre y prosiguió en oración insistente, pidiendo, por intercesión de la Virgen, el sosiego de su conciencia, contrita y aquejada todavía por la aprensión de que no cumplía la voluntad de Dios.
Y cuenta algo que sale del sitio donde estaba y al volver al cabo de un rato reapareció en la sala, transformado, radiante de alegría. Se le veía feliz. De su rostro había desaparecido toda traza de cansancio. En su mano traía un objeto de madera estofada. Era una rosa.
Se dirigió a Juan Jiménez Vargas, guárdala con cuidado, le dijo.
— Y preparadlo todo, porque voy a celebrar la misa”.
GENEROSIDAD
En este momento de tribulación san Josemaría también dio todo lo que tenía. Le pidió a la Virgen un signo concreto para hacer su voluntad porque quería entregarlo todo, igual que la viuda. Y lo más duro para él era entregar esas monedas de la voluntad. Y una vez que tuvo esa confirmación, lo entregó todo. Dejó sus dudas aparte.
A mí me gusta mucho esto porque a veces, la generosidad no está solo en los bienes materiales sino en que no nos dejemos atenazar por los miedos, sino que le pidamos al Señor que nos quite estas cosas y estar dispuestos a entregar ese miedo a la vocación o ese miedo a entregarse más profundamente, a ser más fiel; miles de cosas que tal vez solo Dios conoce y que es un paso serio en la vida de cada uno. Ahí también podemos ser generosos.
Vamos a pedirle a la Virgen María que sepamos ser generosos. “Madre, ayúdanos a ser como san Josemaría. Y cada vez que veamos esa Rosa que salen tantos sitios (esa representación de la Rosa) nos sirva para volver a ser generosos contigo, Señor y querer entregarnos cada vez más”.