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P. Josemaría

6 min

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AQUÍ HAY UN MUCHACHO

Jesús se compadece de esas personas y le importa que reciban, no solo el alimento espiritual, sino también el material. El Señor nos enseña a interesarnos por cada persona en su singularidad, con sus necesidades espirituales y físicas.

El Evangelio de la misa de hoy, trata de aquella excursión que hizo Jesús con sus discípulos y mucha gente que lo seguía.  Sin embargo, llegó un momento en que ya no tenían qué comer.

“En aquellos días, se reunió de nuevo mucha gente.  Como no tenían nada qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de esta gente porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada qué comer.

            Si los despido a sus casas, sin haber comido, se van a desmayar por el camino, porque algunos de ellos han venido de lejos»”

(Mc 8, 1-3).

Pienso que algo parecido ha sucedido con nosotros en este regreso paulatino a la presencialidad.  Primero que nada, porque de nuevo, como Jesús, nos hemos reunido con una gran muchedumbre.

Los de tu salón de clase en la universidad, tu grupo de amigos, el club deportivo, en la oficina de trabajo… y poco a poco te vas dando cuenta de que la gente puede estar hambrienta de Jesús.

¿LA GENTE TIENE HAMBRE?

Sin embargo, a veces nos pasa como a esa muchedumbre del Evangelio, que llevan ya tantos meses sin confesarse, sin comulgar, pero como que no lo han notado.  Como esas veces que andas tan agobiado en tantas cosas, que no te has puesto a pensar que ya hace varias horas que no has comido.

Por eso, en este ratito de oración, ponte a hablar con Jesús: “Señor ¿no me parece que la gente tiene hambre?” Miras a tu alrededor, en los lugares donde te mueves, ¿no te parece que la gente tiene hambre?

No hambre de pan, sino hambre de felicidad; hambre de ser querida; hambre de relacionarse con personas auténticas. Hambre de establecer relaciones profundas, duraderas, verdaderas.

NO PERDER EL “FEELING”

Hambre

Vamos a hacer una prueba, pienso que con poquito que levantes la mirada podrás, como Jesús, contemplar una muchedumbre que, en el fondo, está hambrienta y sedienta de Dios.

O ¿te parece que la gente ya está bien porque abres el Insta o el Facebook y se ven todos tan contentos…?

Si realmente te parece que la gente no tiene hambre de Dios, quizás el que ha perdido el “feeling” eres tú o soy yo.

Quizás nos pasa un poco como a aquellos que les da Covid y les quita el sentido del sabor y ya no pueden detectar ni los olores ni los sabores.

PANDEMIA SILENCIOSA

Porque no es ningún secreto de confesión que te cuente lo que ya es bastante público: que hay una pandemia silenciosa de cosas muy tristes, de los efectos que está teniendo nuestra manera de vivir en la psicología de gente joven marcada, muchas veces, por el sin sentido de la vida.

Pero no nos vamos a poner aquí a llorar, pero sí a hacer un poquito de examen para ser conscientes de algo: hay mucha más hambre de Dios a mi alrededor, de la que se ve a simple vista.

Y esto no es para llenarme de pesimismo, sino de todo lo contrario, de un realismo esperanzador.  De que tú y yo, con nuestra entrega, con lo poquito que pongamos de nuestra parte en la correspondencia a la gracia de Dios, podemos hacer cosas grandes.

PONER DE NUESTRA PARTE

Como decía san Josemaría en ese librito de Camino:

“De que tú y yo nos portemos como Dios quiere, no lo olvides, dependen muchas cosas grandes”

(San Josemaría, Camino. Punto 755).

Y aquí viene la segunda parte del Evangelio, la del milagro que Dios hace con lo poquito que un muchacho pone a sus pies.

“Los discípulos objetaron: «¿Dónde se va a conseguir suficiente pan en este lugar despoblado para darles de comer?» «¿Cuántos panes tienen?» les preguntó Jesús. «Siete, respondieron».

            Entonces, mandó que la gente se sentara en el suelo.  Tomando los siete panes, dio gracias, los partió y se los fue dando a sus discípulos para que los repartieran a la gente”

Y así lo hicieron.

“Tenían además unos cuantos pececillos, dio gracias por ellos también y les dijo a los discípulos que los repartieran.

            La gente comió hasta quedar satisfecha.  Después, los discípulos recogieron siete cestas llenas de pedazos que sobraron.  Los que comieron eran unos cuatro mil”

(Mc 8, 4-9).

¿Has oído el dicho que dice: A Dios rogando y con el mazo dando? Pero es que la desproporción en este pasaje del Evangelio es increíble. El mazo que tú y yo podemos ofrecer es lo poquito de lo nuestro, nuestros cinco panes.

¿CUÁLES SON MIS CINCO PANES Y MIS DOS PESCADOS?

hambre

Vamos a hacer examen: yo ¿qué soy capaz de poner a los pies de Jesús? ¿Cuáles son mis cinco panes y mis dos pescados?

Pero que no te quepa duda de que, si pones a los pies de Dios lo poquito de tu entrega, Dios con eso hará un milagro portentoso.

Que hagas todos los días un ratito de oración.  Que procures vivir en gracia de Dios y hagas con perfección humana tus deberes.  Que seas amable con los que te rodean… eso es lo que puedes poner a los pies de Jesús y, el resto, lo hace Él.

La parte del milagro la hace Jesús.  Él toma tu pobre pan para alimentar un hambre infinitamente mayor.  No lo vamos a hacer nosotros, eso lo hace Jesús.

TODO O NADA

Pero Jesús sí se puede servir de eso.  No se trata de que pensemos: “Es que yo soy capaz de darlo todo o no soy capaz de darlo todo”.  Porque, a veces, caemos en este engaño, porque es todo o nada.

Como no soy un misionero de esos de capucha, no tengo colgada una Cruz bien grande en el pecho, entonces como yo no soy de dar todo, pues mejor no doy nada… eso es un engaño.

En cambio, fíjate en este Evangelio, Jesús no te está pidiendo más que lo poquito de cada día.  Que muchas veces, eso poquito para nosotros, es bastante.

DARLO TODO

Siete panes y unos pocos pescados… pero ponte a pensar lo que hizo Jesús con aquello.  Ponte a pensar en la generosidad de aquel muchacho que habría llevado ese “lunch”.

Quizá para él lo era todo y, en vez de pensar ¿para qué voy a dar esto que para mí es mucho, pero para tanta gente que viene aquí… cuatro mil personas, no es nada? Mejor lo escondo y me lo como después.

Pero escuchó la voz interior que le decía: no comas solo, nunca solo… y no se arrepintió de haberlos dado.

Fíjate, la gente muchas veces se arrepiente de no haber dado ya cuando llega el final de su vida y ni tan el final.  Mucha gente se arrepiente de no haber sido más generosa con Dios, de no haber amado.

UNA PERSONA QUE HA AMADO NUNCA SE ARREPIENTE

Pero una persona que ha amado, aunque haya sufrido, que se haya dado, incluso cuando le haya dolido que no hayan correspondido, nunca se arrepiente.

“Jesús, de haber amado como Tú amaste, de haberme parecido un poquito más a Ti, de haber dejado que Tú alimentaras a la gente, a tanta gente, con lo poquito que te pude dar, de compartir con los demás…” De eso no nos arrepentiremos nunca.

Vamos a terminar, como siempre, pidiéndole a la Virgen que nos ayude a descubrir cuáles son nuestros siete panes y que no nos quedemos comiéndolos solos, nunca solos.

“Jesús, te los quiero dar, no es mucho, pero es todo lo que tengo.  Te los doy con la confianza de la vida de María.  Ella que, físicamente alimentó a su Hijo y luego se alimentó de su cariño y pasó la vida dando ese cariño de Jesús a tanta gente”.

Vamos a terminar, te voy a poner un pedacito de una canción que hace referencia a este Evangelio que, seguramente, tú habrás escuchado alguna vez.  Esas canciones que las suelen cantar a la hora de la comunión.


Citas Utilizadas

1Rey 12, 26-32; 13, 33-34

Sal 105

Mc 8, 1-10

San Josemaría, Camino. Punto 755

Reflexiones

Jesús, quiero amar como Tú amaste, parecerme un poquito más a Ti, que Tú alimentes a la gente, a tanta gente, con lo poquito que te puedo dar.

Predicado por:

P. Josemaría

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