Una de mis sobrinas, Carlota, llevaba varios meses invitándome a celebrar misa en su casa.
No es que tenga una capilla privada en su casa, sino que vive en una casa de las Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta que tienen en la ciudad de México. Porque a Carlota el Señor la llamó como Hermana de la Caridad.
Cuando le pregunté que por qué se había decidido con sus veinte años y un futuro muy prometedor (es una niña muy inteligente y simpática): “Oye ¿por qué te decidiste a seguir esa vocación?”
Me dijo, con un razonamiento muy sencillo pero que también me dejó muy pensativo, que cuando Jesús la llamó, ella pensó: “es que yo he recibido tanto amor en mi vida que me llena de ilusión poderlo compartir con las personas que Dios me pida”.
Algo así me dijo y yo me quedé con esta frase: “es que yo he recibido tanto amor…”, algo que el Papa nos ha dicho muchísimo. ¿Te acuerdas? Que Dios nos primerea, que tú estás buscando, pero Dios te encuentra primero y te ha dado tanto amor.
Es bien cierto que tú y yo hemos recibido tanto amor de Dios y de muchísimas personas que Dios ha puesto a nuestro lado que, como Carlota, no nos podemos quedar ahí sentados sin hacer nada sino preguntarle a Jesús:
“Señor, yo que he recibido tanto amor, ¿para qué soy bueno? Tú que has llenado mi copa hasta los bordes -como dice el Salmo- ¿para qué me quieres?”
HERMANAS DE LA CARIDAD
Y volviendo al relato de la invitación a celebrar misa en su casa, te cuento que no había podido ir porque, como te decía, ella estaba en la ciudad de México y yo en Guadalajara.
Hasta que, por fin, a mediados de mayo, pude ir aprovechando un viaje y celebrar la Eucaristía en su casa a la que asistieron varias hermanas de su comunidad.
Me llamó la atención algunas cosas de la piedad en la misa: una, que cantan muy bonito.
Y otra que, además de que no tienen sillas, sino que se sientan en el suelo, durante la consagración, ese momento, el más sagrado de la Eucaristía, se postraban en adoración a Jesús sacramentado, que, en ese momento, por voluntad del Padre y por obra del Espíritu Santo, el pan y el vino se está convirtiendo en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Al salir de la capilla me presentaron a un grupito como de 10-12 “sisters”, jóvenes, todas de la edad de Carlota, como de veinte y pocos años.
Chicas de toda América Latina que, junto con mi sobrina, estaban a punto de salir con rumbo a San Francisco para continuar con la formación de su noviciado en su vocación. Era increíble la mirada de felicidad en sus rostros.
LOS MÁS POBRES DE ENTRE LOS POBRES
Después de saludarlas me invitaron a hacer un recorrido por su casa donde tienen dos secciones: una de bebés y niños enfermos; y otra de ancianos, muchos de ellos enfermos también.
Era impresionante el cariño con que los trataban y la limpieza de cada rincón. Al ir recorriendo las estancias de la casa te daban ganas de estar ahí platicando con esa gente, porque te dabas cuenta de que esas personas,
“los más pobres de entre los pobres”
decía la Madre Teresa, eran, sin embargo, los más afortunados del mundo.
Se veían verdaderamente queridas y bien atendidas en un hogar en el que se respiraba el buen olor de Cristo.
Me contaba mi sobrina que en cada niño enfermo y en cada anciano ella procuraba ver a Jesús y a la Virgen.
Yo me acordé de lo que decía la Madre Teresa, que el Evangelio se puede resumir en tres palabras de Jesús:
“Conmigo lo hiciste”,
haciendo referencia a aquella vez que Jesús habla del cariño que hay que ponerle a la gente. Dice:
“Lo que hagas con cualquier persona, por muy pequeña que sea, conmigo lo hiciste”
(Mt 25, 40).
REZAR POR LAS HERMANAS DE LA CARIDAD
Carlota continuó contándome lo feliz que estaba, tanto que no se cambiaba por nada ni por nadie en el mundo, que todos los días trabajaba muchísimas horas, que se tenía que levantar muy temprano para arreglarse y rezar. Luego, el resto del día era para dedicarlo a estas personas.
Y así está contentísima, es una gracia de Dios muy grande.
Fue una experiencia muy enriquecedora haber podido celebrar misa en esa casa.
“Sister” Carlota (quien por cierto se acababa de cambiar su nombre a: sister Belén María) ya está en San Francisco junto con ese grupito de chicas jóvenes del que te conté que me presentaron fuera de la capilla.
Yo estoy seguro de que todas estas vocaciones recientes y toda esta comunidad de las Hermanitas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, cuentan con nuestras oraciones por su perseverancia y para que tengan muchas vocaciones en esa orden tan querida por todos.
“Por contraste, hoy Jesús nos hablas en el Evangelio de unas personas cuya conducta es opuesta a la de estas hermanas. Dices:
“En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hagan y cumplan todo lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. (…)
Todo lo que hacen es para que los vea la gente”.
Y terminas tu Evangelio con estas palabras”:
“El primero entre ustedes sea vuestro servidor. El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”
(Mt 23, 2-12).
NOS LLAMÓ DESDE EL COMIENZO
Piensa en estas Hermanas de la Caridad mientras te digo lo siguiente: el primero, el más grande en el Cielo, será quien más sepa servir a los demás con su vida y con sus cualidades.
Si buscas enaltecerte ante los demás, acabarás viéndote humillado; en cambio, si buscas abajarte y perdonas, ayudas y evitas un desahogo con el que vas a dejar mal a otra persona, serás muy grande a los ojos de Dios y ante los demás también.
Ahora piensa en ti que, por ser cristiano de a pie, también estás llamado, desde toda la eternidad, a servir a los demás por Dios y hacerlo con un corazón grande.
Y, aunque sea doctrina todavía poco conocida, es muy cierto que no te tienes que hacer sacerdote o “sister” para darlo todo en una vocación de servicio, sino que, como les decía el Papa a los jóvenes:
“El Señor los llamó no solo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas; a todos nos llamó desde el comienzo de nuestras vidas”
(Papa Francisco, JMJ Lisboa 2023).
El Papa se quedó corto porque san Pablo dice:
“Nos eligió el Padre por Jesucristo antes de la creación del mundo”
(Ef 1, 4).
¿Te puedes imaginar eso de que antes de que nada existiera Dios pensó en ti y te primereó?
Esta es nuestra fe: que todos tenemos vocación a darnos del todo a los demás y para eso, nuestro trato con Jesús es indispensable, porque nadie da lo que no tiene.
NO CAER EN LA MEDIOCRIDAD
“Tú Jesús eres el que siempre está disponible para los demás, eres el que siempre tiene paciencia infinita con nosotros, el que siempre está a la espera, el que siempre perdona, el que siempre comprende, el que siempre ayuda”.
Sin embargo, tú y yo a veces nos hacemos “sueños guajiros” -como decimos aquí en México-, es decir, sueños irrealizables.
Pensamos que algún día vamos a tener la ocasión de ayudar, pero sin darnos cuenta, podemos caer en el peligro en el que cayeron estos de los que habla Jesús hoy en el Evangelio: en la mediocridad.
Dice el Papa:
“La mediocridad sería el mayor daño que podemos hacer a la Iglesia, porque es lo que más se opone al mensaje de Jesús, porque se opone al amor, a la caridad desinteresada”.
Vamos a hacer examen, a ver si al terminar tú te pones a escribir lo que Jesús te está pidiendo ahora.
¿Qué hacer para no caer en la mediocridad? Estar vigilantes, conocernos y ser sinceros con nosotros mismos. Esto lo logramos en la oración diaria.
No es fácil, porque todos tendemos al egoísmo y, además, Jesús no pide mucho, lo pide ¡todo! Y nos lo pide a todos y a cada uno de nosotros, como recordó el Papa en esta ceremonia de acogida de la JMJ.
Decía el Papa:
“¿Hay lugar para mí? Hay lugar para todos. Todos juntos, cada uno en su lengua. Repitan conmigo: ¡Todos, todos, todos!”
REACCIONAR ANTE LA MEDIOCRIDAD
Pero nosotros, como los apóstoles, muchas veces no pudimos vigilar ni un ratito.
¿Te acuerdas de aquella noche del Jueves Santo en el Huerto de los Olivos? Jesús les pide a sus discípulos que se mantengan en vela, pero no estuvieron vigilantes. Les pidió que lo acompañaran a rezar y se quedaron dormidos.
Y ¿qué pasó después? Apresaron a Jesús y salieron corriendo. Pedro se acercó y negó a Jesús y cantó el gallo… lo traicionó. Más adelante, vino el abandono y la Cruz.
Pero para esto son estos ratos de oración, para pedirle al Señor que como Pedro se arrepintió y lloró su pecado, también a nosotros nos haga reaccionar de esta mediocridad de la que habla el Papa.
Por eso, podemos terminar nuestra oración con esta súplica: “Jesús, que estos ratos de conversación contigo no se queden solo en deseos por buenos que sean.
Que se traduzcan en hechos concretos de vida de piedad, en mi trato contigo y con los demás; en interés sincero por ayudar a los demás”.
Terminamos encomendándonos a la Virgen, nuestra Madre:
María, que no me deje llevar por el sueño de la mediocridad, sino por la llamada de Jesús a velar cada día para que mi vida sea verdaderamente una vida de servicio y de alegría para los demás, como es la vida de las Hermanas de la Caridad; como fue tu vida, Madre Mía.