Vamos a meditar el santo Evangelio, en el cual se nos dice que:
“En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: -Señor, ¿quién juzga que es mayor en el reino de los cielos?
Entonces, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: – En verdad les digo, si no se convierten y no se hacen como los niños, no entrarán en el reino de los cielos. Porque todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.
El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guárdense de despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el cielo están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en el cielo”
(Mt 18, 1-5).
INFANCIA ESPIRITUAL
Jesús, en esta parte del evangelio, nos recuerda una realidad muy bonita que es la infancia espiritual. Estamos llamados a ser como niños delante de Dios. Como niños sencillos, como niños que confían plenamente en sus padres.
Hay muchos aspectos de la infancia espiritual que los cristianos tenemos que encarnar. Necesitamos “encarnar” porque Jesús nos ha dicho que nos tenemos que hacer como niños.
O sea, Jesús es muy claro al decir:
“Si no se hacen como niños, no van a entrar en el reino de los cielos”.
Urge que nos hagamos como niños.
Entonces, ¿qué significa hacerse como niños? Por un lado, tener la sencillez de los niños. Los niños piden a sus padres las cosas sin medir, sin complicarse, sin pensar si será posible o no.
Les pueden pedir que los lleven a Disney, que les traigan un regalo increíble. Que les compren un Ferrari o cualquier cosa.
Los niños no calculan, no sacan cuentas, no piensan: – Bueno, ¿será el momento oportuno, el momento adecuado, o será razonable esto que estoy pidiendo? Los chicos simplemente piden, hablan, dicen lo que tienen en el corazón.
PIDAMOS A JESÚS…
Jesús necesita que le digamos muchísimas veces al día qué es lo que tenemos en el corazón. Señor, ahora me pasa tal cosa… necesito que trabajes en mi corazón…
En esto me parece importante el ejemplo del Papa, que se pone todos los días delante de Dios y se queda callado. Le pide a Jesús que trabaje en Él.
En estos 10 minutos, los que están escuchando este rato de oración, pidámosle a Jesús:
Señor, trabaja en nosotros, por favor, ¡trabaja en nosotros! Trabaja en mi corazón, en el corazón de todos los que te estamos escuchando para que seamos como niños.
Danos esa sencillez de los niños que te piden todo, y que te lo piden muchísimas veces al día, porque nuestra autonomía de vuelo es muy cortita.
NO TENER MIEDO
Necesitamos pedirle a Jesús que nos dé la alegría que perdimos. Que nos dé la serenidad que no tenemos. Que nos brinde esperanza en estos tiempos de pandemia tan difíciles, con tantas dificultades y tantos miedos.
En mi ciudad el virus es de circulación comunitaria, y todo el mundo tiene miedo de salir, de encontrarse. Tiene miedo de ir a una consulta al médico, y de ir a una reunión.
Jesús que no tenga miedos, que esté en tus manos, que sea testigo de la esperanza, testigo de la confianza, del abandono, de la alegría y de la paz en tiempos de guerra.
SIN LÍMITES A LA HORA DE PEDIR
Todo eso se lo tenemos que pedir a Jesús. Un niño pide todo, y pide un montón. Pensemos en los niños de nuestras familias, en los que vemos cómo piden todo. Los chicos no tienen límite a la hora de pedir. Piden desde que se levantan hasta que se acuestan.
Eso es un aspecto importante de la infancia espiritual. Ser profundamente pedigüeños, ¡muy pedigüeños! Que le pidamos a Jesús todo. Jesús trabaja esto en mi, trabaja ahora mi alegría, mi optimismo.
Dame fuerza, Señor, estoy cansado. He tenido un día durísimo, necesito que me ayudes. No puedo con mi alma ni con mi cuerpo. ¡Jesús, dame fuerza!
Todo con naturalidad se lo pedimos a Jesús. Todo lo que necesitamos. Sin pensar. Pero a veces podemos pensar: ¡Esto es una pavada! ¿Cómo le voy a decir a Jesús que me duele la pierna? Y si, hay que decirle todo a Jesús: Jesús me duele la pierna, ¿me ayudas? Y me hace sentir mejor. ¿Me das un poquito de fuerza? ¿Alegría? ¿Me ayudas a llevar esta pequeña cruz?… por favor, Jesús.
PEDIR CON SENCILLEZ
A Jesús le pedimos todo con la sencillez de los niños. Esta es una primera y gran lección que los niños están llamados a enseñarnos. Los chicos van de la mano de sus padres.
Otra lección: No nos apartemos de Jesús. No nos separemos de María. Estamos agarrados de la mano de María en la vida y de la mano de Jesús. Sólo así no nos perdemos.
SIEMPRE DE LA MANO
Como un niño que no se pierde en un aeropuerto o en un lugar muy concurrido, en esos shoppings o lugares donde a veces se ve multitudes. En las playas, y si no están agarrados de la mano de su madre, se pierden y es un problema.
Nosotros vivimos agarrados de la mano de nuestra Madre, la Santísima Virgen, y de Jesús, nuestro mejor amigo.
NO GUARDAR LA CULPA
Y otra consecuencia de la infancia espiritual es que los chicos no tienen culpa. Ningún chiquito se siente culpable por haberse hecho popó, porque rompió una cosa, porque se cayó, porque hizo alguna macana.
Pero es lo mínimo para decir a mamá ¡perdón! o simplemente poner una cara de diciendo: fui yo. Y enseguida el abrazo, la caricia, el perdón.
Tengamos la sencillez de los niños para no guardar las culpas. A veces el demonio juega con la culpa, porque la culpa hace que nos obliguemos, que pensemos demasiado en nosotros mismos y nos olvidemos de Jesús, y nos olvidemos de los demás.
Fundamentalmente Jesús pide que nos dediquemos full time a los demás, que lleguemos a la noche cansados de haber amado mucho, porque hemos hecho muchos favores, le hemos causado la felicidad a mucha gente en cosas pequeñas. Hemos mejorado la vida de muchos.
EL ADN CRISTIANO ES CAMBIAR LA VIDA
Estamos aquí para ayudar a los demás, para dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de acompañar al que sufre.
En estos tiempos de pandemia en los que hay tanto sufrimiento, tantos mayores que están solos porque es un riesgo sacarlos. Tantas personas que sufren la incertidumbre. Personas que sufren los problemas económicos, e inseguridad.
No sabemos cuándo terminará esto o cuánto va a durar. Los brotes en todos generan en nosotros mucha angustia y ansiedad.
Jesús necesita mucha ayuda en estos días, en este tiempo. Y nosotros tenemos que ayudarlo a Jesús. Para eso hace falta que no guardemos las culpas, que no estemos pensando en nosotros mismos, porque si no nos sacan de la cancha.
El demonio nos sacó de la cancha, nos ha hecho pensar en nosotros mismos y nos olvidamos de los problemas de los demás.
Dios necesita que nuestro corazón se llene de gente cada día más. Gente que se dilate, que se ensanche, que haya cada vez más gente ayudando a los demás con sus problemas, y que nosotros nos ocupemos de esos problemas, nos ocupemos de los problemas de los demás.
AGRANDA MI CORAZÓN
Para eso se lo tenemos que pedir:
“Jesús, ayúdame por favor, ensancha mi corazón. Quiero tener un corazón a la medida de tu corazón. Un corazón tan grande como el tuyo, donde caben todos, donde cabe toda la gente con la cual me cruzo”.
Hay tantos amigos y conocidos con sus problemas. Porque la gente tiene que entrar en nuestro corazón con sus problemas. Necesitamos que Jesús nos ayude a que entren muchas personas, y ocuparnos en darles solución. Al menos de acompañarlos, de contenerlos y darles una mano.
Todo esto se lo pedimos a Jesús para que nos haga crecer en esa infancia espiritual, en ese vivir sin las culpas. En ese vivir confiados y agarrados de la mano de Jesús y de María.
Deja una respuesta