Hoy día vamos a centrarnos un poquito en la lectura primera; es decir, en la lectura del Antiguo Testamento de la misa de hoy, que proviene del libro del profeta Jonás.
¿Qué ocurre? Fruto de la predicación de Jonás, los habitantes de Nínive se han convertido.
El pueblo se entregó a la penitencia implorando la misericordia del Señor y el Señor, viendo su comportamiento que se apartó del mal camino, se arrepintió de las desgracias que estaba decidido a hacer y que Jonás había anunciado.
Parecería (este es el último capítulo del libro de Jonás) que todo está preparado para el final feliz, así como en las películas: ya el mal ha sido derrotado y estamos ya simplemente por saber cuál es el final, el destino del protagonista, del bueno.
En cambio, se nos dice que:
“Jonás se disgustó y se indignó profundamente y rezó al Señor en estos términos: “¿No lo decía yo Señor cuando estaba en mi tierra? Por eso intenté escapar a Tarsis. Porque bien sé que eres un Dios bondadoso, compasivo, paciente y misericordioso, que te arrepientes del mal.
Así que Señor, toma mi vida, pues más vale morir que vivir””.
¿Cómo? ¡Qué sorpresa! ¿Qué ha pasado aquí? El profeta que había llevado ese mensaje de Dios está enfadado, molesto. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué?
Se supone (o es lo que esperaríamos) que se hubiera contentado porque Dios no mandó esas desgracias sobre Nínive, sino que, al contrario, fruto de su predicación vino la conversión y el perdón de Dios.
¿Qué pasa en el corazón de Jonás? Tal parece que Jonás está enfadado porque no se han cumplido las promesas desgraciadas, pero promesas de Dios para los ninivitas; es decir, no se cumplieron los castigos que Él anunció y entonces está molesto, se siente herido.
La palabra en español es despechado. Y ¿despechado por qué? Porque su nombre se ha comprometido al no cumplirse sus predicciones.
Lo que es más sorprendente: Jonás no teme hablar así y mostrar su despecho con Dios y reza en esos términos, un poco encarándose a Dios.
PARÁBOLAS
A mí me recuerda esto dos parábolas. Una, la parábola de la oración del fariseo y el publicano. ¿Te acuerdas de ese fariseo que rezaba mal, porque rezaba como exaltando sus excelencias, lo bueno que era? Rezaba mal, no estaba bien situado delante de Dios, le faltaba humildad.
Lo de Jonás se parece porque no está rezando bien, no puedes estar enfadado de esa manera. Es verdad que se siente ese despecho, así que de todos modos hay algo rescatable en la oración de Jonás, realmente siente esa amargura.
Y la otra parábola que me recuerda, es la parábola del hijo pródigo. ¿Por qué? Porque en la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor es incapaz de alegrarse por la conversión de su hermano menor.
Pues aquí pasa algo parecido, Jonás es incapaz de alegrarse por la vuelta a Dios de los ninivitas, por su conversión. Está cerrado su corazón, así que Jonás se parece al hermano mayor de la parábola.
Escucha lo que pasa después:
“Dios le contestó: “¿por qué tienes ese disgusto tan grande?””
Es curioso, así como Dios se muestra compasivo y misericordioso con los ninivitas, también es compasivo y misericordioso con ese profeta rebelde, con Jonás, que está despechado.
Vayamos sacando conclusiones: Dios no cambia, Dios es el mismo siempre. Los que cambiamos somos nosotros; y los que nos equivocamos somos nosotros.
“A veces porque, Señor, asumimos que nos quieres mucho cuando todo va bien y parece que cuando las cosas se tuercen en mi casa, en mi trabajo, en mis estudios, que Dios ha cambiado, no tenemos su cariño, Dios se ha olvidado de nosotros, ya no nos quiere”.
Como si fuéramos niños pequeños cuando no reciben lo que piden dicen: “Mamá no me quiere o papá no me quiere”, ¡qué equivocado que está!
A veces tenemos esa reacción un poco infantil.
DIOS PERMITE LOS MALES PARA QUE CREZCAMOS
En la antigüedad se pensaba que cuando venían grandes sequías, cuando no llovía, cuando había terremotos o desgracias, se pensaba que los dioses estaban furiosos y había que contentarlos.
A veces tenemos esos rezagos paganos de asumir que Dios de pronto nos quiere menos o se ha olvidado de nosotros o nos manda males… y qué equivocados estamos, Dios es el mismo siempre: compasivo y misericordioso.
Lo que ocurre es que no sabemos leer lo que nos pasa.
Los males que ocurren en nuestra vida, no lo sabemos interpretar como venidas también de Dios; no para nuestro mal, sino más bien permitidas por Dios para que crezcamos, para que tengamos más fe, para que pidamos con más confianza, para que recemos más, para que no nos fiemos solo de nuestras fuerzas y nuestros medios humanos.
Dios que tuvo paciencia con los ninivitas, sabe tener también paciencia con Jonás, mira lo que pasa después:
Jonás se instala al oriente y se sienta enfadado a ver qué pasaba con la ciudad. Dios hizo que creciera una planta de ricino por encima de Jonás para que, como estaba enfadado, sin hablarle y al sol, al menos la planta de ricino le diera sombra a su cabeza y ver si así se libraba de su disgusto.
Fíjate, Dios además sabe esperar, como un buen padre espera que se le pase el enfado a su hijo. Dice que lo consiguió: Jonás se alegró y se animó mucho con el ricino, pero de todos modos Dios quería darle una lección a su hijo Jonás, a este profeta.
Porque Dios hizo que un gusano atacara el ricino, se secó y entonces se redobló el enfado de Jonás, tanto que se deseaba la muerte.
Entonces, removido con ese nuevo enfado, Dios vuelve a hablar al corazón de Jonás:
“¿Por qué tienes ese disgusto tan grande por lo del ricino?”
Ahora centra la cuestión en lo del ricino, poco cruel parece la pregunta, pero todo esto será curativo.
“Él contestó: “Lo tengo con toda razón y es un disgusto de muerte””.
¡Qué carácter el de Jonás!
“Dios le contesta: “Tú te compadeces por el ricino que ni cuidaste, ni ayudaste a crecer, que en una noche surgió y en otra desapareció. ¿No me he de compadecer yo de Nínive, la gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen derecha de la izquierda y muchísimos animales?””
(Jon 4, 1-11).
Es como si Dios le hiciera caer en la cuenta lo mucho que ama también a los ninivitas a pesar de estar tan alejados de Él. De alguna manera quiere Dios que Jonás se fije en su corazón: lo que le preocupa, cuánto le preocupa la vida de los habitantes de Nínive.
Añade además un factor, dice:
“No distinguen la derecha de la izquierda”.
¿Qué pretende decir? Que muchos de ellos están alejados del camino del bien, alejados de Dios por una ignorancia moral, que es tremendo. Realmente, la ignorancia es un gran enemigo, un enorme peligro.
Pensemos ahora en nosotros, cuán fácil a veces juzgamos, cuántas veces nos gustaría o preferiríamos una visión de un Dios vengador que defina y separe muy bien el bien y el mal y que con toda su ira combata el mal del corazón de los hombres.
Y cuán alejados estamos del corazón de Dios que es misericordia.
Pidamos a nuestra Madre santísima algunas cosas. Primero, los enfados. Madre nuestra, que nunca estemos tan enfadados, que no sepamos abrirle el corazón a nuestro Padre Dios; eso no nos debe pasar.
Más bien, consíguenos el Cielo a través de la oración, de los sacramentos que recibimos. Tener un corazón que imite el de Jesucristo que tiene ansias de la conversión de todos. Que sepamos nosotros también desear y alegrarnos del bien del prójimo.