Dentro del grupo de los doce encontramos hombres muy variados, de orígenes distintos, de profesiones diversas, caracteres bastante diferenciados también y es lógico que estas diferencias fueran apareciendo a medida que convivían entre ellos.
Y si bien estaban congregados por Cristo, Cristo los llamó, sin embargo, en la convivencia diaria tendrían que pulir sus propios caracteres; tendrían que aprender a aceptar al otro tal como es, tal como Dios lo quiere.
Esta es una muy buena lección para nosotros. No pensemos en el grupo de los doce como un grupo de doce hombre santos desde el comienzo, sin defectos, sin luchas, sin caídas, sin derrotas…
El Evangelio nos los muestra como un grupo de hombres normales que, incluso, no entienden cosas sencillas que Jesús les explica. Se pelean entre ellos, discuten quién sería el mayor…
Es fácil imaginar la tensión, por ejemplo, entre Pedro y Mateo. Mateo, recaudador de impuestos y Pedro un hombre de trabajo duro en la pesca que tendría, efectivamente, que tributar.
Sin embargo, Jesús está ahí en medio de ellos para que aprendan a quererse. Cómo no pedirle al Señor que también nosotros aprendamos a querer a los demás con los ojos de Cristo, con la mirada de Cristo, con el corazón de Jesucristo.
Y eso incluye los defectos porque así nos quiere Dios, tal como somos: con nuestros defectos, con nuestras virtudes, luchando por mejorar con la ayuda de su gracia.
No es fácil querer así. Lo fácil sería simplemente aceptar y querer lo bueno de los demás y cuando aparece lo menos bueno o lo que nos parece un defecto real, distanciarnos, molestarnos y no aprender a querer.
El grupo de los doce es un ejemplo de cómo Jesús les enseñó a quererse de verdad.
SAN JUAN
El Evangelio de hoy recoge los últimos versículos del texto de san Juan, un hombre que fue escogido también, lógicamente, por el Señor, pero en este caso muy joven.
Cristo lo llamó, según la tradición antiquísima, en su adolescencia, los primeros años de su juventud, para que también en esto sepamos reconocer el don de Dios.
La inmensa mayoría de los santos que veneramos en los altares, se han entregado a Dios en su primera juventud. Hay excepciones como san Agustín, pero la mayoría de los santos supieron entregarle el corazón a Cristo cuando Él se los pidió.
Jesús suele pedir el corazón, sobre todo cuando se trata en el celibato el don inmenso de entregarle el corazón entero a Él sin pasar -por así decir- el corazón a través del amor a una criatura; ese don inmenso el Señor lo regala en la primera juventud.
Pidámosle al Señor que nos dé este sentido positivo, grandioso de la entrega a Dios y que también esto nos mueva a rezar más para que vengan muchos otros como san Juan. No solo en el sacerdocio, sino también en la vida de entrega en medio del mundo.
La Iglesia necesita tantas almas entregadas a Dios de verdad. Hombres y mujeres jóvenes por fuera y sobre todo jóvenes por dentro, que sepan amar a Cristo, sobre todo las cosas de la tierra y que estén dispuestos a todo por Él. Así fue san Juan.
APRENDER DE JESÚS
El Evangelio de hoy recoge -les decía- estas últimas palabras suyas que terminan así:
«Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.
Muchas cosas otras hizo Jesús, si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir»
(Jn 21, 24-25).
Es una manera un poco poética de concluir su Evangelio.
Nos viene a decir: “Hay tanto que aprender de Jesús, son tantas las maravillas de su Palabra, de su personalidad, de sus obras, que no es suficiente una vida, ni la historia de la humanidad entera para abarcar este tesoro insondable que es Cristo”.
Aquí encontramos una pista, me parece muy buena, para también nosotros renovarnos en el conocimiento, trato y amor a Jesucristo diariamente.
Podríamos aplicar esa enseñanza de san Josemaría en la lucha ascética: “Comenzar y recomenzar”, podríamos aplicarla a esto: Comenzar y recomenzar en el conocimiento de Jesús.
“Señor, que yo nunca dé por conocido tu amor; que yo nunca dé por aprendida tu Palabra; que yo nunca dé por asimiladas tus enseñanzas; que sepa comenzar y recomenzar cada día en la identificación Contigo”.
Y esa identificación con Cristo tiene su pieza fundamental en el conocimiento de Jesús.
SAN PAULO VI
Quiero leerles unas palabras muy intensas, muy agudas de san Paulo VI en el año 72. Decía:
“Cuando comienza uno a interesarse por Jesucristo ya no le puede dejar. Siempre queda algo que saber, algo que decir; queda lo más importante.
San Juan evangelista termina su Evangelio precisamente así (Jn 21, 25). Es tan grande la riqueza de las cosas que se refieren a Cristo, tanta la profundidad que hemos de explorar y tratar de comprender (…), tanta la luz, la fuerza, la alegría, el anhelo que de Él brotan, tan reales son la experiencia y la vida que de Él nos viene, que parece inconveniente, anticientífico, irreverente, dar por terminada la reflexión que su venida al mundo, su presencia en la historia, en la cultura y en la hipótesis, por no decir la realidad de su relación vital con nuestra propia conciencia, exigen honestamente de nosotros”
(Beato Paulo VI, Audiencia general, 20 febrero 1974).
“Sería irreverente” dice aquí san Paulo VI “dar por terminada nuestra reflexión sobre el Señor”.
DIOS QUIERE ESTAR DE NUESTRO LADO
Que no caigamos en irreverencia de dar por conocido, tratado, llamado al Señor. Esta es la acción del Espíritu Santo ya en la víspera de su fiesta.
Cómo no pedirle con toda la confianza que nos merece su amor infinito: “Ayúdame, envíame tus dones para conocer, tratar y amar a Jesucristo como lo hizo san Juan. Que tu acción poderosa en mi corazón me lleve a este trato cercano, íntimo, práctico, continuo con el Señor porque así lo quiere Dios”.
Dios quiere estar a nuestro lado, Dios no quiere que estés solo, que estés sola. El Señor quiere acompañarte en todos los momentos de tu vida, en todas las circunstancias de tu vida y si estás pasando por una especial dificultad, con mayor razón Cristo está disponible para ti.
Que sepamos tratarlo en la oración, que sepamos tratarlo en la Eucaristía, que sepamos encontrarlo en los evangelios y así, también nosotros recostaremos nuestra cabeza sobre el pecho amabilísimo de Jesús como lo hizo san Juan.