Icono del sitio Hablar con Jesús

LA ALEGRÍA DE LA RESURRECCIÓN

resurrección

San Mateo nos trae el relato:

“Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.

Cuando de pronto Jesús les salió al encuentro y les dijo:  Alégrense. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies.

Jesús les dijo: No tengan miedo; vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la Guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. 

Ellos reunidos con los ancianos,  llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles que: digan que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras ustedes dormían.

Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y les sacaremos de apuros.

Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a esas instrucciones. Y esa historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy”.

(Mt 28,8-15)

Por lo tanto, este es el anuncio que la Iglesia repite desde el primer día: 

¡Cristo ha resucitado, Cristo ha resucitado!

EL GOZO Y LA ALEGRÍA DE LA RESURRECCIÓN

Estamos en estos días de la octava de Pascua.  Durante los cuales nos acompaña ese clima de gozo, de alegría de la Resurrección. Llama la atención que la liturgia la Iglesia considera toda esta octava de Pascua como si fuese un único día como para:  acentuar más litúrgicamente, para ayudarnos más a entrar en ese misterio, para que su gracia se imprima más en nuestro corazón y en nuestras vidas. 

De que la Pascua es el acontecimiento que ha traído esa novedad radical para todos los hombres, para la historia, para el mundo. Es el triunfo definitivo de la vida (y de la Vida con mayúscula) sobre la muerte. Es la fiesta del renacer, de la regeneración.

Pedimos al  Señor, y  nosotros ponemos de nuestra parte, dejar que: nuestra existencia sea conquistada, sea transformada también por este acontecimiento fundamental de nuestra fe, que es:  la Resurrección.

Esa es la buena noticia: que estamos siempre llamados a anunciar a los demás, animados por ese Espíritu que del cual somos Templo: el Espíritu Santo.

 Que nos ayude en la fe en la resurrección de Jesús, que nos ayude a tener también esperanza en que Él nos ha traído ese gran don que el cristiano puede y debe ofrecer a los demás: la esperanza.

¡CRISTO HA RESUCITADO!

Y no nos cansamos de repetirlo: ¡Cristo ha resucitado!  

Sobre todo repetirlo con nuestra conducta. Hacerlo testimonio de nuestra vida.  Que esa alegre noticia de la resurrección se transparente también en cómo actuamos, en cómo nos comportamos, en cómo salimos de nosotros mismos, en cómo nos damos a los demás, en que en  todos nuestros sentimientos y actitudes se vea ahí la alegría de la resurrección del Señor.

Nos dice San Pablo que: 

Por el bautismo también hemos resucitado,  por el bautismo hemos pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. 

Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina esos momentos oscuros de nuestra existencia, dolorosos, situaciones adversas. Y cuando podemos también compartir esa luz con los demás. Cuando sabemos sonreír con los que sonríen, llorar con los que lloran, caminar junto con el que esté triste, compadecernos del dolor y la dificultad de los demás, (con el estricto sentido de esa palabra, comparecer, que es: padecer con). 

Con aquellas personas que quizá han perdido la esperanza, o están en riesgo de perderla. Cuando transmitimos nuestra fe a quien está en busca de sentido de su vida, de felicidad. En definitiva, con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida,  tenemos siempre que mostrar que: ¡Jesús ha resucitado!  Lo decimos con toda nuestra mente, con toda nuestra alma.  

EL CRISTIANISMO, DOCTRINA VIVA

Quizá alguno haya visto en estos días un programa de televisión de corte histórico, donde anuncia un programa sobre el cristianismo. En una entrevista un investigador se pregunta: Cómo un personaje que fue condenado a muerte, mediante la  crucifixión,  su doctrina se haya hecho en poco tiempo en todo el imperio romano y  se haya expandido. 

Un análisis un poco sociopolítico, que efectivamente no se puede entender, no tiene lógica.  Y no solo la expansión del cristianismo en aquel contexto histórico, sino a lo largo de estos 2000 años de historia. 

En todo contexto histórico, en todo contexto social, en todo lugar, en todo tiempo. ¿Por qué?  Humanamente es inexplicable. 

Porque:

“Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe” 

(1Cor 15, 14)

dice San Pablo.

“Y si solo tenemos puesta la esperanza en Cristo para esta vida, somos los más miserables de todos los hombres”. 

(1Cor 15,19)

Estas son palabras de San Pablo muy categóricas, y efectivamente es así. Seríamos los hombre más desgraciados sin Cristo no hubiera resucitado. Estaríamos aquí hablando de una doctrina de muertos. Ya no sería doctrina, sería en todo caso ideología,  con todo lo que es terminología contiene.

Pero no es así.  Es una doctrina viva porque el cristianismo, como bien sabemos, no es un libro es una persona, y  una persona viva que es Jesucristo nuestro Señor. 

Por eso es que tenemos esa fuerza. El cristianismo tiene fuerza, una fuerza que le viene por la misma voluntad salvífica de Dios. Porque quiere que todos los hombres se salven a través de su palabra, su doctrina, su entrega. Nos ha entregado su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad y se ha quedado con nosotros en la Eucaristía a través de los sacramentos y se ha dado completo.

REGINA COELI

Esa es nuestra fe, esa es nuestra esperanza.  Una esperanza que la Virgen nos alienta siempre. Podemos pensar en esas horas en que el Señor estuvo en el sepulcro, todos los apóstoles ahí al lado de la Virgen, y después también, hasta Pentecostés. 

Rezaremos en este tiempo, el Regina Coeli en vez del Ángelus. Se lo repetimos hoy, para que nuestra alegría sea un reflejo de la alegría de María.

Alégrate, Reina del cielo.  Aleluya.

Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya.

 

Ha resucitado, según predijo. Aleluya.

Ruega por nosotros a Dios. Aleluya. 

 

Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya.

Porque ha resucitado Dios verdaderamente. Aleluya.

 

 

Salir de la versión móvil