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LA FUERZA DEL AMOR

La fuerza del amor

LA OCTAVA DE PASCUA

La fiesta de la Pascua es tan grande, que la Iglesia quiere que ese día dure ocho días. Por eso tenemos la octava de Pascua, que es una prolongación del día central de nuestra fe, el saber que Dios, que es Cristo, ha resucitado.

¿A quién no le gusta ser testigo de un reencuentro? Desde hace muchos años la televisión y, ahora el internet, ha explotado este concepto: del reencuentro feliz. Programas de televisión, de Youtube, videos que se han vuelto virales, reencuentros de madres con sus hijos que viven lejos, abrazos entre personas que no se pudieron encontrar durante la pandemia, etc.

La emoción es mucho más fuerte cuando entra el factor sorpresa es un reencuentro totalmente inesperado. Ya se empezaba a creer que ese abrazo quedaría para la eternidad.

En estos días, nos iremos emocionando también nosotros con los reencuentros de Jesús con sus seres queridos: los apóstoles, los discípulos de Emaús, las santas mujeres, etc.

Son historias que hemos escuchado y meditado muchas veces, pero la Iglesia nos invita a presenciarlas cada año con ojos nuevos, con la maravilla de quien está viendo las escenas por primera vez y se alegra al ver las lágrimas de los protagonistas, la punzada de dolor ante el recuerdo de la muerte trágica en la cruz y el deseo de ya no separarse nunca más de ti, Jesús.

UNIDAD DE VIDA

Hoy es uno de esos días en los que, incluso si tienes muy poca imaginación, vale la pena hacer el esfuerzo. Imaginarnos estas escenas como si fuésemos un personaje más. Como si estuviésemos viendo no solo una película, sino una película en 4D.

La liturgia nos invita hoy a presenciar cómo los testigos de tu resurrección, Jesús, recibieron la noticia de tu resurrección; y a mi gusto, la de hoy, es una de las más emocionantes. Una valiente mujer, María Magdalena, nos enseña lo que significa unidad de vida, coherencia.

Después de haber recibido de Jesús la liberación de sus demonios, su amor alcanza todos los aspectos de su vida. Ella ama a Dios con todas sus fuerzas, sin importar el lugar, el momento o las personas que tenga alrededor. Ella sigue a Cristo en cualquier circunstancia. Toda ella es una sola pieza. Por eso no tiene miedo en estar al pie de la Cruz, y tampoco ser sorprendida visitando la tumba de alguien rechazado públicamente por toda la sociedad.

¡Qué ejemplo de coherencia! Me hace recordar la fábula del oso y los dos amigos pero al contrario, cuando María Magdalena ve venir el oso, no huye corriendo, sino que permanece firme junto a su amigo, junto al único objeto de sus amores.

Señor, concédenos un amor hacia ti tan grande como el de la Magdalena. Que sepamos estar contigo en las buenas y en las malas. Que no tengamos miedo a la presión social, al qué dirán.  Ahora, que tan fácil es renunciar a las propias convicciones por el temor a qué van a pensar los demás.

OPTIMISMO QUE NOS CARACTERIZA

Te pedimos la valentía para anunciar el evangelio, no sólo de palabra, sino con la fuerza de “fray ejemplo”, que es el mejor predicador. Que seamos cristianos de una pieza, con fortaleza en las buenas y en las malas. Sin dejarnos llevar por la opinión que tiene el mundo sobre Dios, sobre el mundo, la iglesia, el Papa, los demás.

Con ese optimismo tan característico del cristiano que sabe que está en las manos de Dios. Y sobre todo, como nos está recordando estos días de la Resurrección, que Dios tiene la última palabra. No lo tiene la muerte ni la maldad, no lo tiene ni siquiera el pecado. Estamos en el bando ganador, en el bando de Dios que tiene la última palabra sobre la historia de la humanidad y sobre cada una de nuestras historias.

No nos ha llegado un “evangelio según María Magdalena”, sus acciones son una verdadera lección de coherencia y de apostolado y de alegría del evangelio. Una vida pasada bajo el yugo de esos demonios, un primer encuentro con Cristo que le devuelve la esperanza de una vida mejor (algo que para ella era inimaginable); esa fidelidad al amor con Dios, especialmente en los momentos oscuros; y lo que contemplamos hoy: la alegría del reencuentro con Cristo resucitado.

UN REGALO INESPERADO

Hoy contemplamos la alegría de un regalo inesperado. María Magdalena llora junto al sepulcro, quizá recordando aquellas dolorosísimas horas, que también nosotros hemos contemplando hace pocos días. En ellas se suma la contradicción, el abandono, tal vez también la indignación ante tremenda injusticia. ¿Dónde está Dios? ¿Dónde quedó su omnipotencia y su bondad?

Y por si el dolor no fuese suficiente, la sola idea de pensar que no respetaron siquiera el sepulcro donde habían puesto a Jesús, le termina de destrozar el alma:

“»Mujer, ¿por qué lloras?» -le dicen los dos ángeles.

Ella les da el motivo:

«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto» 

Los sucesos dan un giro inesperado, cuando Tú mismo, Jesús, le preguntas:

«¿Por qué lloras?» 

Ella, sin darse cuenta todavía, pensando que eres el hortelano te responde:

«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré»” 

(Jn 20, 13-15).

María Magdalena no deja de sorprendernos. ¡Cuánto amor! ¡Cuánta valentía! No teme dar la cara por su Señor. Y lo que a mí más me sorprende cada vez que leo este suceso es el modo cómo te reconoció, Jesús. Debe haber algo en el modo en que pronunciaste su nombre que el papel es incapaz de recoger, por muy talentoso que haya sido el evangelista. Nos da una envidia de la buena.

NOS HABLAS DE TÚ A TÚ

Ojalá tuviésemos una fe tan grande cuando nos encontramos contigo, Señor, en cada Eucaristía, en cada confesión o en momentos de oración personal como estos. Tener la certeza, de que se trata de momentos de encuentro personal, de tú a tú.

¡Cuánto nos ayuda para salir del anonimato sabiendo que Tú, Jesús, también nos llamas por nuestro nombre, con una entonación característica cada vez que comulgamos, que entablamos el diálogo contigo en la oración o cuando en tu presencia nos preparamos para confesarnos con un examen de conciencia bien hecho. Nos estás hablando de tú a tú.

Para María Magdalena, este encuentro contigo es motivo de máxima alegría. Al escucharte pronunciar su nombre, el amor hace que su corazón lata con fuerza. No es un sueño. Todo lo que habías anunciado, Jesús, se cumplió al pie de la letra.

Ahora quedan atrás los momentos de dolor. De hecho, esos recuerdos no hacen otra cosa que aumentar, por contraste, este momento de felicidad. Todo ha valido la pena.

TIENES TODO BAJO CONTROL

Nosotros te pedimos perdón, Señor, por las veces que hemos dudado de tu palabra. En esos momentos oscuros en los que también nosotros nos preguntábamos: ¿Dónde está Dios? Ahora sabemos que tienes todo bajo control, y que si por temporadas pareces desaparecer de nuestras vidas, es para que te sigamos buscando y sea mayor nuestra alegría al reencontrarte.

Si esto es así en la tierra, donde hay tantos claroscuros de la fe, ¿cómo será la alegría del cielo? Cuando abandonemos  este valle de lágrimas y tengamos que comparecer ante tu presencia, ¿cómo será ese reencuentro, Jesús? Pues dependerá en gran medida de la insistencia con la que te hayamos buscado toda nuestra vida. Podemos empezar a decir, con el salmo 27, “buscaré tu rostro, Señor”, con la desesperación de la Magdalena, para gozar de la misma alegría que ella.

Dios, por un motivo que desconocemos, no ha querido que quede por escrito el reencuentro de Jesús resucitado con su Madre. Suponemos que tienen todo el derecho a guardarse ese momento de intimidad familiar. Pero nos atrevemos a aprovechar esta historia de la Magdalena e imaginarnos cómo habrá sido ese abrazo de madre e hijo.

Le pedimos a nuestra Madre, que en estos días de Pascua, desde la perspectiva de este final feliz, nos demos cuenta de que el paso por la cruz siempre vale la pena; especialmente para poder disfrutar al máximo de esta vuelta, de ese reencuentro  con la vida que eres Tú Señor.

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