Muchas veces escuchamos en el evangelio que las gentes se quedaban maravilladas ante la novedad con la que Tú Señor, hacías todas las cosas. No hablabas basándose exclusivamente en citas de la ley y los profetas, como los escribas y fariseos, sino que todo lo decías con una asombrosa autoridad propia.
Además, otras veces el asombro es por lo que Jesús hace: prédica incansablemente la buena nueva.
Se acerca a los marginados de la sociedad para darles esperanza, para intentar acercar a todos los hombres, como el buen pastor a sus ovejas, como Tú mismo Señor, te has llamado.
Pero definitivamente de las cosas que más asombra a la gente son los milagros, que no solamente tienen su golpe de impresión, sino que también vienen a ratificar todo lo anterior.
Es como un sello que termina de dar más autoridad, termina de llamar más la atención hacia el mensaje, termina de acercar a las gentes hacia la fuente de todo bien, que eres Tú Señor.
“TODO LO HA HECHO BIEN”
Pues el evangelio de hoy recoge una de las frases que seguramente dijeron aquellos que vieron esos prodigios en favor de los demás:
“Y en el colmo del asombro decían: Bene omnia fecit «todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»”.
(Mc 7, 37)
Me preguntaba yo: ¿Cuándo fue la última vez que nosotros dijimos algo parecido del Señor? ¿Cuándo fue la última vez que me asombre con el modo en que haces las cosas?
Seguramente podríamos decirlo con más frecuencia, estoy seguro:
“Señor, me sorprendo por lo bien que haces las cosas, mejor de lo que me hubiese imaginado”.
“Perdón Señor, me tengo que dar con una piedra en los dientes»,
porque yo esperaba que las cosas se resolvieran de este modo, que me parecía el mejor modo posible.
Y resulta que Tú Señor, me has sorprendido con otro modo de hacer las cosas, mucho mejor de lo que pensaba en ese momento”
RENOVAR NUESTRA CAPACIDAD DE ASOMBRO
Tal vez podemos aprovechar lo que estas personas dicen de Jesús en el evangelio de hoy y renovar nuestra capacidad de asombro.
Porque todos tenemos esa tendencia al acostumbramiento, también el acostumbramiento a los milagros del cielo precisamente por ser cotidianos, y necesitamos momentos como estos para pedir con fe:
“Señor, que no pierda esa capacidad de asombro por todo lo que haces, que no me acostumbre a tus maravillas”.
“Te pedimos, Jesús, que dilates las pupilas de nuestra alma para que podamos asombrarnos al verte continuamente en nuestras vidas”.
HIPERMETROPÍA
La hipermetropía es esa condición que dificulta ver los objetos cuando están muy cerca.
Señor, cúranos de la hipermetropía del alma, esa que nos dificulta verte cerca de nosotros. Y el acostumbramiento, la falta de fe, es la idea que a veces nos formamos de un Dios que sí que existe pero es lejano.
Pues todas estas cosas nos dificultan verte, Señor, muy cerca de nosotros y de continuo.
Precisamente esto que le estamos pidiendo es esa recomendación que nos hacía San Josemaría en esa homilía
: “en la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se unen es en vuestros corazones cuando vivís santamente la vida ordinaria.
Señor dame la capacidad de asombro para darme cuenta de que esta maravilla del cielo y la tierra se unen en lo de siempre.
Por la hipermetropía del alma creemos ver a Dios en el cielo, pero existe el gran peligro de vivir:
“como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado”
(Amigos de Dios, 150).
Y como no lo vemos, no nos asombramos.
Si volvemos al evangelio de hoy, el motivo del asombro está claro:
“todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
(Mc 7, 37)
Es que acaban de presenciar un gran milagro.
“Le han traído un sordo, que, además. apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en el oído y con la saliva le tocó la lengua”.
(Mc 7, 32 -33)
Seguramente para quienes presenciaron esta escena por primera vez todo esto debió ser muy desconcertante. Los gestos, las palabras, los materiales que utiliza el Señor para hacer el milagro son muy básicos.
Señor que nos asombremos en el modo en que miras a este pobre hombre, ¡Mira cómo lo mira!
“Suspiró y le dijo: Effetá (esto es ‘ábrete’). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente”.
(Mc 7, 34-35)
De verdad que este milagro es de los más impresionantes, Señor, todo lo que haces: haces oír a los sordos y hablar a los mudos.
Pero yo creo que lo más asombroso es que este milagro no es cosa del pasado, una reseña de lo que pasó.
Si nos curas de la hipermetropía del alma, esa que nos impide verte cerca de nosotros también podemos ser testigos de milagros similares a éste y muy cerca de nosotros.
Porque en el sacramento de la confesión es eso, en ese sacramento hay tantas personas que sienten las insinuaciones del demonio mudo para no pasar vergüenza y reconocer que necesitan el milagro de la gracia que libera.
También en el sacramento de la confesión es posible oír la voz de la única opinión que importa (la de Dios), que nos dice:
“ve y comienza de nuevo, inténtalo otra vez, y no te detengas por tus faltas pasadas. Yo tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar”.
LA CONFESIÓN ES UN MILAGRO COTIDIANO
El sacramento de la confesión nos quita también la sordera, por eso la confesión es un milagro cotidiano, y aquí todos podemos cooperar para que este milagro ocurra primero en nosotros, y luego en mucha gente a nuestro alrededor.
Quiero pedirte ahora un favor especial a ti que estás haciendo conmigo este rato de oración.
Vamos a pedir ahora por todos los sacerdotes de 10 minutos con Jesús América Latina y todos los sacerdotes del mundo para que estemos plenamente disponibles para administrar in persona Christi el sacramento de la misericordia de Dios.
Así, haremos un gran apostolado de la confesión con el que muchas almas soltarán la lengua y oirán claramente la voz del Señor. Por la comunión de los santos, derrotaremos al “demonio mudo” que tiene retenido a tantas almas.
Ayudaremos a vencer la soberbia que no quiere reconocer las propias faltas ni escuchar lo que pueda incomodar.
APOSTOLADO DE LA CONFESIÓN
Este apostolado de la confesión es “el mayor bien, el mayor regalo, que es ponerse otra vez a bien con Dios. Que reciban el sacramento de la alegría, “porque el sacramento de la confesión produce en nosotros una gran alegría, la alegría de ser amigos de Dios. Esa amistad que se había roto por medio del pecado, se recobra otra vez, el Señor nos perdona” (Beato Álvaro del Portillo, Viena, 1993).
Pero para que este milagro ocurra no todo es tarea de los sacerdotes, obviamente.
Hace falta que todos los cristianos prediquemos la maravilla de este milagro. Y como se suele decir: “fray ejemplo es el mejor predicador”.
Empecemos por vivir con puntualidad la confesión, mucho mejor si es una confesión periódica, con mucha frecuencia, aunque no tengamos conciencia de pecados graves, que es una misericordia de Dios.
Vamos a empezar porque se note la alegría y la paz de recibir la reconciliación con Dios. Que seamos más conscientes de la gracia abundante que podemos recibir si hacemos bien el examen de conciencia, fomentando el dolor por haber ofendido a un Dios tan bueno y con firme propósito de luchar por evitar las ocasiones de caída.
Para esto, volvemos a pedirte, Jesús, que cures nuestra hipermetropía del alma, para poderte ver junto a nosotros en esos hermanos nuestros sacerdotes cuando nos administran el sacramento de la penitencia.
Y así, también ahora en el 2024, nos podemos maravillar como en aquella época de esas gentes del evangelio de hoy, ante un milagro tan grande como el de la confesión, que hace oír y que hace hablar.
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