Hoy vamos a hablar sobre algo de lo que le acabamos de decir a Jesús en la oración introductoria: “te pido perdón de mis pecados”; por eso he titulado esta meditación: “La maravilla de ser perdonados”.
Es que es de las parábolas más cortitas de Jesús, pero no por eso menos poderosa es esta que leemos hoy en el Evangelio: la del fariseo y el publicano que van al templo a rezar.
Trata de imaginar la escena: están los dos en el templo rezando. El fariseo que se cree bueno le da gracias a Dios porque no es como las demás personas: él hace lo que tiene que hacer… paga sus impuestos, reza, es generoso. Digamos que está logrando ser lo que se conoce públicamente como un “hombre virtuoso”.
Y de manera especial le da gracias a Dios por lo que no es. Sobre todo porque no es como aquél hombre. Mientras mira de reojo al publicano, le dice a Dios:
“Gracias Señor porque yo no soy así”
(Lc 18, 11).
El fariseo, parece que hace bien las cosas, pero su soberbia le impide ver las cualidades de las demás personas. Y al creerse el bueno, se está cerrando a la posibilidad de tener misericordia con otras personas.
En cambio, como dice Jesús en la parábola, el publicano no se atreve ni siquiera a levantar los ojos, se da golpes de pecho y pide perdón a Dios porque se considera un pecador.
Y Jesús termina la parábola diciendo que los dos se van a su casa, pero de distinta forma, uno vuelve justificado y el otro no. El publicano es el que vuelve a casa unido a Dios, no así el fariseo.
LA PARÁBOLA DE JESÚS
Una lectura superficial de esta parábola nos puede llevar a pensar que es un cuento, con un mensaje moral, en donde hay un fariseo y un publicano. El fariseo es egoísta y eso es malo y, por tanto, no hay que ser así. No hay que juzgar, no hay que criticar, no hay que sentirse mejor que los demás…
En cambio, el publicano es humilde, no es presuntuoso y eso es bueno y así es como deberíamos ser. Y no es que esté equivocada esta interpretación, pero es que a veces, como que tendemos a convertir las parábolas de Jesús en pequeñas lecciones morales.
Sin embargo, hay una lección más profunda en esta parábola qué tiene que ver con el tipo de actitud que deberíamos fomentar en nuestra relación con Jesús, en contraste con el tipo de actitud que, de hecho, solemos fomentar, respecto a la reacción que tenemos frente a nuestras equivocaciones.
LA SOBERBIA
A ver si nos explicamos un poquito, de pronto parecería que, el ideal cristiano es más parecido al del fariseo que al del publicano. Y la razón es la siguiente, si bien es cierto que ninguno de nosotros somos tan soberbios como para decir externamente: – gracias Dios mío porque no soy como los demás, y por ser mucho mejor que los demás estoy tan contento por la sobreabundancia de virtud en mí, gracias por haberme hecho perfecto…
No sé… cómo decía la canción de Paco Stanley: “qué bonito soy, qué lindo soy, cómo me quiero, sin mí me muero, jamás me podré olvidar…”. Eso es como una caricatura de la soberbia, que es tan patente. ¡Qué no! No es que nos presentemos, ni que nos sintamos así, ¿verdad? Ninguno de nosotros creo que reza así…
Pero, a veces, quizá de manera inconsciente, podríamos pensar que, en algún momento de nuestra vida, debería llegar un punto, en donde así debería ser nuestra oración.
En otras palabras, que debería llegar un momento en mi vida, en que ya no debería tener defectos, de ya nunca dejar la oración, a no juzgar a las personas con las que a veces tengo alguna dificultad en el trato, a ya no sentir pasiones desordenadas, a ser muy generoso y sacrificado con los demás, etcétera.
BUSCAR LA CONFESIÓN
En otras palabras, pensamos equivocadamente, que debería llegar un punto en la vida, que al llegar a la confesión le tuviera que decir al padre: – padre, es que, de verdad, ya no sé ni de que confesarme, todo me ha salido tan bien, que ya no sé, de verdad, ni qué decir…
Bueno, eso no nos pasa actualmente porque, aunque nos confesáramos una vez a la semana o cada quince días, siempre llegamos cargados de pecados. No necesariamente graves, pero si cargados de pecados.
Y, por tanto, digamos que eso no nos pasa actualmente, pero a veces, si somos honestos, ¿no parecería que es a eso a lo que aspiramos? ¿No parecería, que es eso lo que Dios y los demás quieren de mí?
SANTIDAD VRS PERFECCIONISMO
Y cuando no lo logramos nos sentimos decepcionados de nosotros mismos, no a la manera del publicano; sino que nos decepcionamos, de que no todas las cosas nos salgan bien, eso se llama perfeccionismo.
Y es un defecto que no es que tengamos los cristianos, lo tiene el mundo entero. Es que, quizás sin darnos demasiada cuenta, como que tenemos esta idea implícita de que el ideal cristiano, incluso el ideal humano, tenemos esta idea equivocada, de que el ideal en el fondo es, llegar a un momento en que ya no necesite ser perdonado.
Pensamos que la santidad está en ya no tener que ser perdonado porque ya soy perfecto, porque ya todo lo hago bien. Esa sería, según nosotros, la circunstancia ideal del cristiano. Sin embargo, no parece que sea este el mensaje de Jesús en el Evangelio.
UNIÓN CON DIOS
En esta parábola, cuando el publicano va y reconoce la necesidad de ser perdonado, en ese momento él no se siente bien, se siente subjetivamente mal, se reconoce un desastre, no está contento con lo que ve, no está celebrando, no está diciendo: – ¡qué increíble ser como soy! No, está pidiendo perdón.
Pero, precisamente en este momento, cuando él no está satisfecho de sí mismo, es cuándo se está uniendo a Dios, es cuando está siendo realmente santificado, justificado por Ti Señor. Es cuando Dios le está dando, al final, la paz interior como consecuencia de esa actitud porque al final eso es lo que importa.
PASCUA: PEDIR PERDON
Estamos preparándonos para la pascua, precisamente, pidiéndole perdón a Dios. “Purifica Señor mi corazón”, para que el Señor, Cristo resucitado nos pueda decir esto: “yo te perdono”, con esas palabras: “la paz os dejo mi paz os doy”.
Hoy nos cayó esta parábola como anillo al dedo, pero hay muchos otros momentos del Evangelio con esta misma idea. ¿Cuál? La idea de que es una cosa muy bonita ser perdonados.
Y puede que haya una parte de nosotros que se incomoda ante esta idea, porque reacciona: «de acuerdo que es una cosa muy bonita ser perdonado, pero tampoco es bueno pecar».
Fíjate, cómo san Pablo también tuvo que lidiar con esto, cuando los primeros cristianos de manera superficial reaccionaban diciendo: es muy bonito ser perdonado pues entonces vamos a pecar más, para ser más perdonados y celebrar así la justificación de esa forma. Y san Pablo, les tiene que corregir. ¡No, no, esa tampoco es la actitud!
EL PERDÓN
Para ser honestos, no es verdad que, al celebrar el perdón, terminemos animando a pecar porque cualquier persona honesta que experimenta auténticamente el perdón (lo vemos en el Evangelio, lo vemos en la vida de los santos, en los conversos, lo sabemos por nuestra propia experiencia), cuando una persona realmente experimenta la misericordia de Dios, esa persona no va a darse la vuelta instintivamente, y volver aquello a lo que fue perdonado.
Porque la auténtica experiencia de ser perdonado es una experiencia que impulsa a la persona hacia otra dimensión: la del agradecimiento, la de la conversión.
Volvamos al punto de no sentirnos decepcionados, al comprobar que tenemos que pedirle perdón a Dios. Porque todo lo que Dios hace por nosotros, todo su Amor, su cercanía, su gracia, su presencia en nuestras vidas, todo tiene como música de fondo su misericordia.
LA MISERICORDIA DE DIOS
Su misericordia es un don inmerecido. La relación de Dios con nosotros no es una relación de iguales, no nos ama porque está obligado a hacerlo o por algún mérito de nuestra parte.
Nos ama por su infinita misericordia y allí es el lugar del encuentro entre el hombre y Dios: su infinita misericordia y nuestras miserias puestas en sus manos, una y otra vez, a través de ese reconocimiento humilde y sincero de nuestras faltas.
Vamos a terminar acudiendo, como siempre, a María refugio de los pecadores. Que ella ruegue por nosotros para que sepamos siempre tener esa actitud del publicano y recibir esa maravilla de la gracia de Dios, a través de su misericordia y su perdón.