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DONDE ESTÁ JESÚS HAY PAZ

la paz

Estamos ya entrados en este tiempo de Pascua, un tiempo que llega junto a la primavera con una explosión de vida, con luz en el ambiente, con alegría, porque vuelve a resonar por toda la tierra ese gran mensaje: “¡Cristo vive!”

Cristo resucitó, Cristo está con nosotros, el Señor está con nosotros.

“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”

(Mt 28, 20).

Esas palabras resuenan por todos los rincones de la tierra. Atraviesan el tiempo y llega hasta nosotros ese grito de gozo:

“¡Cristo ha resucitado!”

(1Cor 15, 20).

Nos podemos imaginar ese ambiente de la primera Pascua cristiana hace dos mil años, cuando los apóstoles fueron testigos directos de ese gran portento: la Resurrección del Señor.

Y cómo se iba apareciendo el Señor a ellos de una manera patente, pero al mismo tiempo discreta, en la intimidad de las habitaciones donde estaban reunidos; a pocas personas, sin que fuera un espectáculo llamativo.

Una presencia de Cristo discreta, pero muy eficaz, que llenó realmente el corazón de aquellos hombres y mujeres, discípulos de Cristo.

TRADICIÓN APOSTÓLICA

Le pedimos al Señor que así también nos llene a nosotros el alma este anuncio de la Resurrección.

Ellos, yo me imagino que, durante mucho tiempo, recordaban en esas reuniones todo lo que les dijo, porque nos lo transmitieron con mucha fidelidad. La tradición apostólica es eso: la transmisión de las palabras de Cristo, sus gestos, sus palabras.

Me gusta pensar en este tiempo de Pascua como ese momento en que los apóstoles se reúnen en torno a la Virgen María y empiezan a repasar todo lo que vivieron.

Recuerdan mucho, por ejemplo, el Jueves Santo sin duda, porque fue un momento muy especial en el que el Señor les deja muchos encargos.

Les habla mucho el Señor ahí y es uno de los textos más largos que tenemos de las palabras de Cristo, lo que les dijo en la Última Cena.

Se recordarían entre ellos: “Pero ¿te acuerdas que nos dijo:

“Hagan esto en memoria mía”?

Tenemos que hacer esto, pero ¿qué fue exactamente lo que dijo o lo que hizo? Tomó el pan y ¿te acuerdas de sus palabras? ¡Por supuesto, todos se acordaban!

“Esto es mi Cuerpo. (…) Esta es mi Sangre”

(Lc 22, 17-19).

Tenemos que hacer eso en memoria suya”.

Y así empezaron a celebrarse las primeras eucaristías, con esa fidelidad, con esa esperanza, con esa alegría.

LA PAZ

También recordarían muchísimo (porque lo traían en el alma) ese mensaje del Señor de la paz. Porque acuérdate que el Señor, lo primero que les dice a los apóstoles después de resucitado, cuando se aparece ante ellos, es ese saludo:

“La paz con vosotros”

(Jn 20, 19).

Y nosotros lo seguimos repitiendo: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz”.

Es el primer regalo de la Pascua, es un don de Jesús y es, si lo pensamos bien, el principal regalo, el más grande que el Señor da a los hombres en esta tierra: la paz.

Por eso, pedir la paz, yo creo que le debe agradar mucho al Señor que le digamos eso: “Señor, danos la paz”, porque es una manifestación de su presencia. Donde está Cristo, está la paz. 

Dice el Evangelio de san Juan que cuando se aparece con ese gesto sencillo de abrir sus manos y mostrarles el costado les dice:

“La paz esté con ustedes”.

Cristo les muestra las llagas, al mismo tiempo que les desea la paz. Es un poco como el sacerdote en la misa, que se vuelve hacia el pueblo y abre las manos, muestra sus manos y saluda así a los fieles:

“La paz esté con ustedes”.

Ese es Jesucristo que todos los días nos muestra sus llagas.

SAN JUAN

Esto es muy importante, porque san Juan se preocupa mucho por mostrar las palabras de Cristo acompañadas con sus gestos. Por ejemplo, en un capítulo habla Jesús sobre su identidad como luz:

“Yo soy la luz del mundo”

(Jn 8, 12).

Y acompaña ese discurso de la luz del mundo con la curación del ciego, devolviéndole la luz, la vista a aquel hombre.

O en el capítulo 6 está el discurso en la Sinagoga de Cafarnaúm:

“Yo soy el pan bajado del Cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre”

(Jn 6, 51).

Ese discurso, esas palabras, las acompaña san Juan con la multiplicación de los panes y de los peces.

San Juan se preocupa mucho con que todas las palabras de Cristo estén acompañadas con un gesto, unas obras y, en este caso, las palabras: “La paz esté con ustedes” lo acompaña con ese gesto de mostrarles las llagas de su Pasión.

EQUILIBRIO

¿Qué quiere decir esto? Que hay una gran relación entre esa paz que el Señor nos quiere regalar y esas señales de la Cruz.

Entre la paz y la obediencia a la Voluntad del Padre; la relación que hay entre la paz y la entrega, el amor a los demás. Esta es una elección muy grande, muy profunda. La paz que nosotros andamos buscando tantas veces en equilibrios.

Por ejemplo, a nivel político, siempre hay esfuerzos por crear convenios, acuerdos, pactos de no agresión; equilibrios que son efímeros, frágiles, porque dependen de quién está en ese momento en el poder, de los intereses de unos pocos.

Y estamos siempre con el alma en vilo de que a uno de estos no se le ocurra hacer una tontería que comprometa la paz en el mundo.

Nosotros, personalmente, podemos andar también buscando la paz así, haciendo equilibrios entre lo que tengo que hacer y lo que yo quiero hacer; entre mis deberes y mis caprichos; entre lo que me piden mis padres, mis jefes, mis colaboradores y lo que me pide mi vanidad o mis proyectos personales.

Y si hay equilibrio, si puedo equilibrar un poco mis obligaciones con mis caprichos, con mis placeres, pues me siento en paz. Pero si algo se sale de ese equilibrio, si algo no sale como yo quería, entonces la pierdo y esa no es la paz de Cristo.

Por eso nos decía que Él nos da una paz que no es de este mundo. Que no es una paz que se construye a base de juegos de equilibrio. La paz está en el don de sí, en la entrega total de sí; en el amor, en el verdadero amor; no en los amoríos que son egoístas.

METERNOS EN LAS HENDIDURAS

Hay muchas personas que buscan su felicidad en esas aventurillas que son fugas de realidad, escaparse de sus obligaciones y que luego traen inquietudes, amarguras, desorden, faltas de paz.

En cambio, la paz y felicidad que Jesús nos promete está en nuestros compromisos como hijos, como hermanos, como padres, como estudiantes, a mí como sacerdote. Ahí voy a encontrar yo la paz, no fuera. La paz está en entender las llagas de Cristo.

Por eso decía san Josemaría, como un consejo espiritual: ¡métete en esas hendiduras!

“… cuando la carne intente recobrar sus fueros perdidos o la soberbia -que es peor- se rebele y se encabrite, os precipitéis a cobijaros en esas divinas hendiduras que, en el Cuerpo de Cristo, abrieron los clavos que le sujetaron a la Cruz y la lanza que atravesó su pecho”

(San Josemaría, Amigos de Dios punto 303).

¡Qué importante es aprender esa ciencia de meternos en las llagas de Cristo! Encontrar ahí esa paz que el Señor nos quiere dar.

ALEGRES EN LA ESPERANZA

Ser hombres y mujeres que, aunque pasen muchas cosas a nuestro alrededor, en la sociedad, en la Iglesia, en la familia y cosas que nos preocupan y que pueden ser motivo de desasosiego, pero que en el fondo del alma tengamos mucha, mucha paz.

Es lo que vemos en los santos: una paz increíble, porque Dios está con ellos.

Yo te deseo que este tiempo de Pascua, el Señor te regale ese don, pero tú y yo tenemos que ponernos a modo para recibirlo.

Tenemos que identificarnos con nuestros deberes; tenemos que estar dispuestos a dejarlo todo de verdad por amor a Cristo y entonces recibiremos en abundancia ese don Pascual, el más grande, el más hermoso, que hará que nada nos pueda entristecer, que nada nos puede hacer perder la esperanza.

“Alegres en la esperanza”

(Rom 12, 12).

Siempre optimistas. ¿Por qué? Porque vivimos en paz. Y ¿por qué estamos en paz? Porque estamos con el Señor.

Se lo pedimos a la Virgen, Reina de la paz, que nos ayude a conseguirla, que nos consiga ella el regalo del Cielo, ella es la que pide para sus hijos todo lo más grande.<

Pidámoselo en este tiempo de Pascua para tenerla muy dentro del alma y poderla llevar a los demás.

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